3. Una mañana lluviosa

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Las primeras semanas de curso pasaron volando, sobre todo para Remus Lupin, que entre las clases, los millones de deberes que les mandaban, sus nuevas responsabilidades como prefecto y los grupos de estudios a los que estaba apuntado, no tenía tiempo apenas para respirar. Pero todo esto no era algo que acobardase a Remus, posiblemente se agobiaría una barbaridad si no tuviese nada que hacer, de esta manera se sentía activo y despierto. Desde que tenía memoria había odiado esos lapsos de tiempo en los que no tenía nada que hacer.

Era por esto que aquella nubosa mañana del tercer sábado después del comienzo de las clases el chico se hallaba a las siete en punto de la mañana, ni un minuto más, ni un minuto menos, lavándose la cara y los dientes en el baño de los chicos. Si quería llevar todas las asignaturas al día, asistir a las reuniones de los grupos de estudio a los que estaba apuntado, hacer las guardias y, aun así, tener tiempo para sus amigos, Remus había decidido que tendría que madrugar más de lo común los fines de semana. Desde luego, era la mejor hora para ir a la biblioteca. Los sábados y los domingos, tanto por la mañana como por la tarde, la biblioteca estaba desierta - a no ser que hubiese exámenes - e incluso la señora Pince estaba de mejor humor.

Después de enjuagarse la boca, Remus regresó, con paso decidido, a su dormitorio, pensando distraído en una poción empequeñecedora sobre la que leyó tres o cuatro noches atrás, ni siquiera sabía por qué se había acordado de eso, se le había venido a la mente sin más. Nada más girarse, y después de haber cerrado la puerta del dormitorio, sus ojos se abrieron como platos. ¡James y Sirius estaban despiertos! Cada uno se vestía junto a su respectiva cama con dosel rojo. Por lo que veía Remus, se estaban poniendo los uniformes de quidditch.

- ¿Estáis bien, chicos? - Remus se acercó a ellos y les tocó la frente para comprobar, riendo, que no tenían fiebre.

- ¡Quita Remus! - susurró James, apartándole la mano de un manotazo. - No estoy para bromitas a las siete de la mañana.

- Ya veo. - Remus rió ahogadamente y se sentó a mirarlos desde su cama. - ¿Qué os ha sacado de la cama a estas horas?

Un repentino ronquido de Peter los asustó. James y Sirius, que ya habían terminado de vestirse, le hicieron señas silenciosamente para que saliesen de la habitación y evitar así molestar a Peter. Remus cogió su cartera, donde llevaba todos sus libros y ejercicios, y salió junto a sus amigos en dirección a la Sala Común.

- Susan ha insistido en que todo el equipo tenía que asistir a las pruebas para elegir a los nuevos cazadores y al guardián. - Murmuró Sirius con fastidio mientras cruzaban el retrato de la Señora Gorda. - ¡A las ocho de la mañana! Creo que lo ha hecho para que no se presente mucha gente, no tiene otra explicación.

- ¿Y tú? ¿Qué haces despierto a estas horas un sábado? - Preguntó James mientras comenzaban a descender en dirección al Gran Comedor a la vez que se le escapaba un sonoro bostezo. - ¿Vas a hacer las pruebas de quidditch? - Sonrió a su amigo, porque sabía que Remus odiaba volar en escoba, decía que era "más incómodo que meterse un duende de Cornualles en los calzoncillos".

- Voy a estudiar a la biblioteca. - Contestó Remus.

- ¿A estudiar? - Preguntó James, entrecerrando los ojos.

- ¿A la biblioteca? - Sirius, por su parte, abrió los ojos como platos - Remus, no sé si nos has escuchado, ¡son las siete de la mañana y es sábado! ¡Puedes quedarte acostado! - Vociferó Sirius.

Un cuadro lo mandó callar - "¡ya no se respeta nada!" - y el muchacho de pelo largo y oscuro tuvo que pedir perdón por su falta de consideración.

Memorias de HogwartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora