38. Acerca del perdón

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James Potter observaba fijamente la media melena pelirroja que tenía justo en el pupitre de delante. La profesora McGonagall hablaba sobre lo peligrosas que podían ser las transformaciones de seres vivos, pero James no era capaz de concentrarse en lo que decía la jefa de Gryffindor, estaba demasiado ocupado analizando la forma en que las puntas del pelo de Lily Evans se movían sobre sus hombros. Ojalá no tuviesen que llevar esa fea túnica negra, aunque a Lily estuviese guapa de cualquier manera, pero le gustaba verla con su ropa muggle. Bueno, en realidad se conformaba con ver a Lily Evans sin túnica... Sólo de imaginarlo una ligera calentura empezaba a recorrerle el cuerpo. Era difícil evitarlo teniendo en cuenta lo cremosa que parecía su piel, clara y suave, aunque estaba algo bronceada, seguramente porque habría tomado el sol ese verano... ¡Y él había tenido que cofrormarse con ver a Sirius en calzoncillos! ¡Que injusto era el mundo!

- Potter, - McGonagall lo observaba fijamente desde la cabecera del aula. Escuchar la voz de la profesora canturreando su nombre había conseguido - ¿quiere prestar atención y contestar a la pregunta que le he hecho?

- ¿Qué pregunta? - James miró a su profesora sin comprender cómo era posible que no se hubiese enterado de que le había hecho una pregunta, pero así debía ser, porque todo el mundo lo miraba a él.

Sirius empezó a reír por lo bajo a su lado, igual que muchos compañeros y compañeras de clase, provocando que James sonriese en un gesto involuntario y que la profesora McGonagall frunciese el ceño peligrosamente.

- ¿Se está haciendo el gracioso conmigo, señor Potter?

James se encogió un poco en su asiento, sobre todo porque un silencio sepulcral se había instalado repentinamente entre sus compañeros al escuchar el tono amenazante que había utilizado Minerva McGonagall.

- No, profesora.

Intentó contestar lo más seriamente que podía, pero tener a Sirius al lado intentando aguantar la risa sin éxito, bajando la cabeza para no ser tan descarado, no ayudaba mucho.

- ¿Le ocurre algo, señor Black? - Preguntó McGonagall, cruzándose de brazos y alzando una ceja.

Sirius negó sin alzar la cabeza. James podía ver cómo se mordía el labio inferior y cerraba los ojos, intentando contenerse, pero le fue imposible y sus hombros empezaron a moverse de forma convulsa, riendo cada vez más alto. James vio unas brillantes y pequeñas lágrimas resbalando por sus mejillas y, sin saber muy bien por qué, él tampoco pudo aguantar las carcajadas que estaba intentando retener en la garganta. Bajó la barbilla hacia el pecho, llevándose la mano a la boca, pero de nada sirvió. Le había entrado uno de aquellos golpes de risa tan difíciles de controlar que parecen llegar sin que pase nada particularmente divertido pero que eres incapaz de parar.

- ¡Black y Potter, salgan inmediatamente al pasillo! - Gruñó la profesora McGonagall - Tal vez necesiten tomar el aire para serenarse.

James y Sirius se pusieron en pie y salieron rápidamente del aula. Remus meneaba la cabeza en señal de reprobación y Lily Evans ni siquiera había girado la cara, seguramente tendría un gesto similar al de su lobuno compañero, porque mantenía la espalda recta y los brazos cruzados.

- Y pierden cinco puntos cada uno para Gryffindor. - Dijo McGonagall antes de que Sirius cerrase la puerta tras él.

A cualquier otro le habría importado y mucho perder diez puntos así sin más, pero eso no era algo que preocupase demasiado a Sirius Black y James Potter, sobre todo porque a lo largo de su estancia en Hogwarts habían hecho cosas mucho peores que reírse en clase como dos idiotas, por lo que también les habían restado una cantidad de puntos mucho mayor. James intentó recordar cuántos puntos les había quitado McGonagall el año anterior cuando Sirius y él hincharon como globos a dos slytherin y los hicieron flotar como globos, pero no era capaz de acordarse. En todo caso, mereció la pena.

Memorias de HogwartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora