102. Antes de la tormenta

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- ¿Puedo ayudarte en algo?

Un latigazo nervioso recorrió el cuerpo de Peter Pettigrew. Se encogió sobre sí mismo, avergonzado por haber sido sorprendido en tan indigna posición, agazapado a medias entre unos matorrales cercanos al lago.

Sirius Black se había inclinado delicadamente sobre el hombro de su amigo Peter hasta que un susurro, apenas un ronroneo, escapó de sus labios, sobresaltando al silencioso muchacho que, con embeleso, admiraba a Annie. La bonita ex-buscadora se mantenía semiagachada en la orilla del lago, con la mitad superior del cuerpo echada hacia adelante para poder meter las muñecas en el agua fresca y clara que se mecía apaciblemente bajo ella. El dobladillo de la falda le rozaba con suavidad la parte superior de los muslos, haciendo que la ansiedad de Peter creciese con cada movimiento.

- ¡Sirius! - Exclamó el pequeño muchacho, apartando precipitadamente la vista de las preciosas y torneadas piernas de Annie.

- No quiero ser malpensado, Peter, así que voy a fingir que no te he pillado espiando a Annie. Tampoco te culparía en caso de ser así. Está muy buena.

- No la miraba a ella... Miraba... Solo miraba el lago. - Se excusó Peter, visiblemente azorado.

Sirius entrecerró la mirada con sospecha. ¿Cómo era posible que no lo hubiese oído aproximarse? El mayor de los Black se encogió de hombros y caminó por la verdosa ladera en dirección a la chica sin mediar más palabra con su compañero. Peter Pettigrew dejó escapar el aire que había retenido con cautela. Temía la furia de Sirius más que una maldición imperdonable y consideró que había tenido mucha suerte de que aquel día su amigo estuviese de tan buen humor como para pasar por alto lo que había visto.

Observó a Sirius quedarse sin pantalones - porque a Sirius esas cosas le daban igual - y meterse en el agua con una sonriente Annie. La tomó por la cintura y la acercó a él con ademán exigente. Así era Sirius Black, exigente, y aunque Peter se preguntaba por qué a alguien podría gustarle una persona tan impertinente y posesiva como él, era evidente que a Annie no le debía parecer tan abominable su comportamiento a juzgar por la sonrisa de su cara y por su reacción cuando el muchacho se inclinó sobre ella para besarla con avidez, arrugando la falda de la chica con manos hambrientas.

Avergonzado por la escena, Peter apartó la vista y se dirigió de vuelta al castillo. Hacía unos días que Annie y Sirius andaban muy cariñosos en público, como si hubiesen empezado a salir o algo similar, aunque insistían en decir que no era así. A Peter le había molestado en un primer momento, sobre todo por la total falta de consideración por parte de su amigo, que no parecía tener reparos en manosear a Annie en su presencia, pero después, una vez que lo había pensado detenidamente, se había dado cuenta de que no tenía sentido enfadarse. Él siempre supo que entre Annie y Sirius había "algo", igual que siempre supo que entre él y Annie jamás habría nada.

- ¡Eh! ¡Pitt! - Gritó una voz a su espalda.

Peter se giró ya en el corredor de piedra que daba al patio exterior. James se acercaba a él con la túnica negra del colegio ondeando susurrante a su espalda.

- ¿Qué haces por aquí? - Preguntó el alto y moreno muchacho.

- He ido a dar un paseo. - Mintió Peter.

- Yo tengo que llevar las listas de asistentes a la excursión de Hogsmeade a la profesora McGonagall. - Contó James sin que Peter preguntase - Lily cree que ya lo he hecho, pero estuve haciendo unas ventas, ya sabes, y se me fue de la cabeza, así que intento evitarla para que no se enfade conmigo. Sirius se ha llevado el Mapa del Merodeador, así que no tengo ni idea de donde está. - James suspiró justo antes de que sus ojos brillantes y vivos se dirigiesen a Peter como si acabase de tener una revelación - Espera. Tú puedes llevarlos. Si Lily te ve no sospechará de ti, ni te preguntará a dónde vas.

Memorias de HogwartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora