75. De celos y mentiras

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- ¿Quieres un poco más de pastel?

- No, gracias. Estoy lleno. – Contestó Regulus educadamente.

La madre de Dorcas se llamaba Janis y era increíblemente guapa. Regulus incluso se puso colorado cuando se dirigió a él con una sonrisa cariñosa en los labios. Era una mujer joven, no tendría más de 45 años, y habría que añadir que se conservaba muy bien. Dorcas se parecía mucho a ella, aunque tenía los mismos ojos que su padre, Mike. Janis – porque había insistido en que no la llamase señora Meadowes ni de broma – era una madre que Regulus consideraba singular, y Mike no se quedaba atrás.

Ambos vestían prendas anchas y coloridas. Janis llevaba una cinta de un bonito tono fucsia trenzada con mechones de su propio cabello. Además, ambos lucían un sinfín de pulseras de hilo de diversos colores en sus muñecas y tobillos, así como pendientes. Muchos pendientes. Regulus se sorprendió un poco cuando vio que el padre de Dorcas llevaba una pluma blanca colgando de su oreja izquierda.

En casa de los Meadowes todo resultaba armonioso. Se respiraba una paz que pocas veces Regulus había podido siquiera soñar con que existiese. Por lo que pudo ver el muchacho, Dorcas y Penélope hablaban de todo con sus padres y ellos no se horrorizaban por cualquier cosa que dijesen sus hijas. También podían diferir de las opiniones de sus padres y no por ello estos se enfadaban. Simplemente aceptaban que cada uno tenía un punto de vista diferente, tan respetable como el suyo propio.

- ¿No tienes calor, Reg? – Le preguntó Dorcas, levantándose de la mesa y ayudando a su padre a recoger los platos.

Era la primera vez en toda su vida que Regulus Black veía a un hombre realizando tareas del hogar y le chocó tanto que no pudo evitar mirarlo fijamente.

- ¿Qué? – Preguntó el chico, al notar que Dorcas lo miraba.

- ¿Que si no tienes calor? Deberías ponerte alguna camiseta de manga corta, ¿no crees?

Regulus negó con energía.

- Estoy bien. – Aseguró el muchacho.

Dorcas se encogió de hombros, llevando la pila de platos hasta el fregadero, donde su hermana ya había empezado a limpiar.

- No te quedes ahí sentado. – Le dijo Dorcas con una sonrisa – Ayúdame con las migas.

- ¿Cómo?

- Pues quitándolas del mantel. – Rio Dorcas – Mira, coges el mantel con cuidado de que no caiga nada al suelo y lo llevas hasta el jardín trasero. Allí lo sacudes. Así podrán comérselas los pajaritos.

Las manos de Regulus y Dorcas se rozaron al intentar doblar el mantel para que Regulus lo sacudiese en el jardín e irremediablemente su cuerpo se tensó. Para Dorcas, sin embargo, no pareció que hubiese sucedido nada en especial. Continuó con lo que estaba haciendo después de ayudarle a doblar el mantel.

Regulus la miró de reojo mientras se dirigía a la puerta que daba paso al jardín trasero. Odiaba lo que sentía por ella.

**

La mente de Dorcas Meadowes era caótica y extraordinariamente original. No era algo de lo que ella fuese consciente. De hecho Dorcas nunca se había parado a pensar si sería muy diferente al resto de la gente. No se sentía diferente y rara vez reparaba en las miradas que sus compañeros y compañeras le lanzaban en los pasillos, en la biblioteca o en la Sala Común.

Dorcas era Dorcas. Punto.

Le gustaban los colores vibrantes, los atardeceres, el sonido de las guitarras y de la armónica, las flores, las abejas y el pastel de queso con mermelada de arándanos. ¿Qué más podría decirse de ella? En su opinión había pocas cosas que añadir. Tal vez podríamos decir que Dorcas Meadowes era una chica sorprendentemente inteligente y empática. Y también que era incapaz de dejar la mente en blanco. O que le entusiasmaban como a pocos las ardillas.

Memorias de HogwartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora