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Algunas flores crecen mejor a la luz de la luna
–Ron Israel

Capítulo 1

Mi respiración era un susurro agitado en la noche helada. Los árboles se movían con un ritmo siniestro, sacudidos por el viento torrencial que arremetía con furia. Las hojas secas, ahora cubiertas de nieve, crujían bajo mis botas. No eran de cuero, y cada paso me hacía temer el resbalón en la oscuridad que me rodeaba.

Sentía una presencia, un acechador invisible que se acercaba cada vez más. No podía hacer más que intentar escapar, bajar la montaña en busca de algún refugio, alguna villa donde ocultarme. Pero sabía que nada podría igualar la amenaza que me seguía, un cazador invisible que estaba decidido a atraparme. La ansiedad me ahogaba, sabiendo que en cualquier momento, el oscuro enigma detrás de mí podría convertirse en mi mayor pesadilla.

El viento helado me golpeaba con fuerza, y mi pelo corto se pegaba a mi frente, empapado de sudor frío. Mi chaqueta, ligera y poco adecuada para el clima, parecía más un obstáculo que una protección. Cada ráfaga de aire cortante me hacía estremecer, y el frío mordía mis dedos que ya no sentía. Las sombras danzaban alrededor de mí, ampliando el sentimiento de desesperación. Cada crujido en la nieve me hacía saltar, sabiendo que mi perseguidor estaba cada vez más cerca.

Desesperado, me adentré en un túnel de árboles torcidos, buscando cualquier señal de vida. La montaña parecía interminable, y la oscuridad era tan densa que sentía que podía tocarse. Mi mente corría a la par con mis pasos, tratando de recordar la ruta hacia algún lugar seguro. Pero el eco de una risa fría y siniestra me hizo detenerme en seco.

Fue entonces cuando lo sentí. Una sombra se materializó ante mí, oscura y etérea, como un espectro de pesadilla. No tuve tiempo de reaccionar. La sombra se abalanzó con una velocidad implacable, envolviéndome en un abrazo helado. El impacto fue brutal, lanzándome al suelo con una fuerza inhumana. Mi cuerpo se sintió pesado e inmóvil, como si cada músculo hubiera sido drenado de vida.

Yacía en la nieve, sintiendo el frío penetrante y el peso de la desesperanza. La sombra se alzó sobre mí, una presencia inmutable y omnipresente. Sabía, en lo más profundo de mi ser, que este era el final. No podía moverme, no podía gritar. Solo podía ver cómo la oscuridad se extendía alrededor, el último vestigio de esperanza desvaneciéndose mientras la sombra se desvanecía en la noche. El silencio se hizo absoluto, y con él, la aceptación de que no había escape.

El frío se apoderó de cada fibra de mi ser, y la noche pareció alargarse en una eternidad de silencio. La sombra, aunque se había desvanecido, dejaba una sensación de vacío profundo en el aire. Mi cuerpo permanecía inmóvil, y cada intento de moverme solo intensificaba el dolor en mis extremidades.

La desesperanza se convirtió en un peso aplastante, y el mundo alrededor se volvió difuso. Cada respiración se hacía más difícil, el aire se volvía más denso y frío. La noche avanzaba lentamente, y la oscuridad parecía engullirme por completo. El único sonido que podía escuchar era el latido irregular de mi corazón, cada vez más débil.

Mientras yacía en la nieve, con la visión nublada y el cuerpo paralizado, la realidad se desvanecía. Sabía que mis fuerzas se agotaban, y cada respiración se convertía en un esfuerzo monumental. La frialdad penetrante me envolvía, y el dolor en mis extremidades se hacía cada vez más insoportable.

A medida que la vida se desvanecía lentamente, el silencio se hacía más profundo, más absoluto. No había señales de movimiento, de vida o de esperanza. Solo el vacío de la noche y el incesante frío, que se iba convirtiendo en mi único compañero.

Mi visión se oscureció, y con cada latido que se apagaba, la consciencia se desvanecía. Era el final, el último suspiro en la solitaria oscuridad. Y con el último aliento, la realidad se desmoronó en un silencio absoluto, dejándome en total soledad, respirando mis últimos segundos de vida.

Un cielo sin constelaciones (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora