IX

62 9 2
                                    


Capítulo 9

16 de diciembre, 1002

Asterin

Un mes.

Un mes había transcurrido entre sesiones extenuantes de entrenamiento, marcadas por caídas constantes y un agotamiento que penetraba tanto el cuerpo como la mente. Cada día comenzaba con el sonido del despertador resonando en la fría habitación de la base militar, seguido por horas de disciplina física y mental en el campo de entrenamiento. Desde el amanecer hasta el anochecer, nos sumergíamos en el entrenamiento, carreras a campo traviesa y sesiones de habilidades tácticas que ponían a prueba nuestros límites.

Durante este tiempo intenso, una ausencia notable era la de mi padre. No importaba cuánto buscara entre los rostros serios y determinados que llenaban la base, no lograba encontrarlo. Su falta se sentía como un vacío en mi rutina diaria, una preocupación constante que se intensificaba con cada día que pasaba sin noticias directas suyas.

Cada vez que cruzábamos algunas palabras, Josh parecía tenso y reservado, como si estuviera ocultando algo más que la simple ocupación de nuestro padre. No revelaba mucho, pero sus gestos y el tono de su voz transmitían preocupación y una carga que prefería mantener para sí mismo.

-Papá está bien, solo tiene mucho trabajo pendiente -me dijo una tarde, mientras caminábamos por los pasillos antes de que él se perdiera en otra dirección, seguramente de regreso a sus responsabilidades.

Me preguntaba qué tanto trabajo podría tener como para no poder ver a su hija. Lo peor era que yo tampoco podía ir hasta él y saludarlo, así que mi única compañía era Danny y Matthew. Sin embargo, comenzaron a surgir rumores entre los empleados del edificio donde trabajaba papá, insinuando que algo más que simples proyectos ocupaban su mente. Los murmullos hablaban de una posible reestructuración en la empresa, con despidos inminentes que mantenían a todos en vilo.

Esa incertidumbre sobre mi padre añadía una capa más a la tensión que ya sentía por los desafíos diarios en este lugar. A pesar de todo, me aferraba a la esperanza de que pronto tendría la oportunidad de verlo y hablar con él, para encontrar algo de claridad en medio de todo este misterio.

Todos los días después de terminar, ya no regresaba a mi habitación. Ahora compartía espacio con Danny y una completa desconocida, María. María era una chica tímida y nada maliciosa, al contrario de otras personas con las que había topado. Era muy amable cada vez que le hablaba y le pedía ayuda, siempre lista para servir a los demás. Sin embargo, a veces parecía que se olvidaba de sí misma.

Con el tiempo, Danny y yo le aconsejamos que de vez en cuando también pensara en sí misma y no solo en los demás. Aunque al principio le costó entenderlo, poco a poco comenzó a encontrar un equilibrio entre ser servicial con los demás y cuidar de sus propias necesidades.

Nuestra habitación se convirtió en un lugar donde cada una de nosotras podía encontrar apoyo y compañía, a pesar de nuestras diferencias iniciales. María, con su amabilidad y disposición a ayudar, se convirtió en una parte importante de nuestro pequeño grupo, creando un ambiente de camaradería y solidaridad que nos ayudaba a sobrellevar los desafíos diarios del lugar.

-Y entonces María escupió el poco jugo que le quedaba cuando le pregunté en qué posición le gustaba más -nos reímos de ella al ver cómo se sonrojaba y se encogía en su lugar. Estábamos en el comedor, después de una semana sin entrenamiento. Aún no sabíamos la razón, pero no nos quejábamos. Ahora sentía mis brazos, abdomen y muslos más tonificados, no exageradamente, pero sí mucho mejor que antes.

Sacudí mi ropa con frustración, observando cómo las migajas de mi comida caían al suelo. Mi vestido ya tenía una fea mancha de grasa que parecía empeorar con cada intento de limpiarla. Suspiré con resignación, consciente de que mi almuerzo rápido había dejado sus marcas en mi atuendo.

Un cielo sin constelaciones (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora