VI

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El ruido ensordecedor de la lluvia, que se estrellaba contra la ventana con una furia casi violenta, llenaba la habitación con un estrépito continuo y perturbador. Las gotas se precipitaban desde el tejado con un ritmo frenético, y el viento aullaba como una bestia enfurecida, sacudiendo las ventanas y llenando el espacio con un retumbar que parecía penetrar en cada rincón. En medio de este caos, la niña se acurrucaba en una esquina del colchón, su pequeño cuerpo encogido y tembloroso, buscando refugio en la oscuridad.

El cansancio la invadía, pero el miedo constante mantenía sus ojos abiertos, como si estuviera atrapada en una pesadilla interminable. Cada trueno que retumbaba en la distancia parecía un estruendo que resonaba en lo más profundo de su ser, llenando su mente de pensamientos oscuros y aterradores. Su corazón latía con una rapidez casi dolorosa, como si intentara escapar del estrépito exterior y del terror que la acechaba.

Abrazaba sus piernas con desesperación, tratando de generar calor y seguridad a través del contacto con su propio cuerpo. Sus pequeños brazos estaban tensos, buscando envolver su diminuta figura en un capullo de protección. Pero pronto se dio cuenta de que esa posición solo intensificaba su incomodidad. El calor que buscaba se convertía en una sensación agobiante, y el sueño que la invadía se hacía cada vez más pesado. Con un suspiro de frustración, comenzó a rascarse la piel con movimientos ansiosos, en un intento desesperado de mantenerse despierta, de espantar el sueño y la sensación de desamparo que la envolvía.

—Quiero dormir mucho, mami —murmuró con una voz quebrada, su garganta seca y dolorida por el esfuerzo de mantener la calma. Su mirada se posaba en el cuerpo inerte a su lado. Aunque ese cuerpo estaba frío y rígido, le ofrecía una presencia que, aunque distante y desolada, era un vestigio de la protección y el amor que alguna vez conoció. De vez en cuando, cuando se recostaba ligeramente sobre el cuerpo, sentía una tibieza fugaz, una sensación de calidez que parecía provenir de un recuerdo lejano, una caricia del pasado que le brindaba un consuelo efímero en medio de su angustia.

La habitación estaba envuelta en una penumbra casi tangible, iluminada solo por el parpadeo errático de una lámpara de aceite que proyectaba sombras temblorosas y distorsionadas en las paredes. Los contornos de los muebles se desdibujaban en la oscuridad, y el rugido constante de la lluvia se mezclaba con el susurro del viento. Cada estruendo de trueno hacía que la niña se encogiera aún más, sus pequeños ojos abiertos de par en par, llenos de lágrimas que no llegaban a caer. El golpeteo continuo sobre el cristal parecía una amenaza constante, una llamada a la vigilia que la mantenía atrapada en un estado de alerta perpetua.

El aire en la habitación era pesado, cargado con una humedad que se colaba por cada rendija y hacía que la temperatura se sintiera aún más fría. La tormenta exterior parecía una extensión del tumulto interior de la niña, un reflejo de sus miedos y ansiedades. Su deseo de dormir se convertía en un anhelo desesperado, una súplica silenciosa para escapar de la inquietud que la envolvía. Su mente, atrapada en una maraña de desesperanza y cansancio no satisfecho, parecía no encontrar un rincón de paz. El eco de sus esperanzas se desvanecía en la penumbra de la noche tormentosa, mientras el rugido de la tormenta se entrelazaba con los susurros de sus sueños no cumplidos.
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Capítulo 6

14 de noviembre, 1006

Asterin

En un parpadeo, llegamos a una parte del pasillo donde no llega mucha iluminación, por lo que muy bien podemos pasar desapercibidos. En todo el camino, no pude evitar mirar a mi alrededor, pero no mucho se queda en mi memoria.

Un cielo sin constelaciones (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora