ⅩⅩ ❆ «Coherencia, paz y guerra»

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Enoran logró despertarse antes del alba con la comodidad de un costoso sillón, una manta pesada y un brazo firme en su cintura. No era nada cercano a lo que Modra le había enseñado todos esos años, pero ni siquiera quiso reprocharse a sí mismo el fugaz pensamiento de no escapar nunca de ese calor corporal pegado al suyo. Desplazó la manta, el brazo de Rigel, y recogió sus pertenencias, sin mirar atrás.

O al menos, eso era lo que tenía planeado, hasta que su mano rozó el pomo de la puerta y sintió el cosquilleo conocido en su cuello. Una sonrisa se asomó en sus labios; Rigel estaba despierto.

—¿Te escapas temprano? —inquirió el príncipe, y Enoran solo quiso burlarse de su cabello despeinado, su voz profunda y su delicadeza matutina.

—La corte vendrá a buscarte, y por mucho que disfrute entorpecer en la realeza, hoy no es día para imprudencias.

—Nos veremos esta noche, entonces. —Su voz titubeó, casi como una interrogante.

—Espero, al menos, que me invites a un baile.

—¿El príncipe y su asesino?

Una sonrisa se dibujó en sus labios. Enoran la miró por unos segundos.

—Me agradan los clichés.

—Mi mano estará esperando tu cintura todo el día, entonces.

Enoran abrió la puerta y, desde ese umbral, intuyó que las caricias dominantes, los suspiros estremecedores, los dedos marcando territorio y todas las frases bobas perdidas en los cómodos silencios de la noche anterior quedarían atrapados dentro de esas paredes.

Dirigió una sonrisa a Rigel, la cual fue correspondida, y salió del observatorio, consciente de haber transgredido las reglas del odio, la rivalidad y las diferencias. Aunque el destino final persistía inmutable, eso no quitaba que se habían desviado de varias prioridades y ahora había huecos de tropiezos dolorosos y estorbos incómodos.

Cuando Enoran llegó al salón principal de entrenamiento, se encontró con Nyx y Solstice hablando en lo bajo, practicando con cuidado y aprovechando las últimas horas. Las saludó sin mucho diálogo y le dijeron que Zephyr se había quedado hasta tarde enroscado en el himno de Orión, quería una pieza única y su obsesión lo llevaron a posiblemente dormir menos de dos horas. Vera, en cambio, consideró innecesario seguir trabajando. Nyx afirmó que ella sabía cuándo las cosas saldrían bien y que no se le escapaba ningún detalle.

—Hoy conoceremos al futuro rey de Crystalmond —agregó Solstice mientras acomodaba unos detalles de su traje; Enoran supuso que no había pedido permiso para eso—. ¿Creen que seguirá las tradiciones de la antigua dinastía de Orión? ¿Cazar astrómanos, usarlos solo para uso personal y mantener la magia como atributo aristocrático?

—Esas son cualidades de todos los cómodos de arriba, es evidente que no cambiará con Rigel —contestó Nyx, mirando con el ceño fruncido la mariposa de bronce que intentaba funcionar en la palma de su mano.

—Las historias están hechas para no repetirse —comentó Enoran—. Creo que su reinado no será convencional.

—Es un hecho, una nueva constelación gobernará las tierras heladas. —Solstice sonrió de costado—. Espero que no haya más guerras a futuro.

Enoran alzó la mirada al ventanal y la dejó allí unos segundos. El cielo ya resplandecía en su totalidad, y la nieve reflejaba su luz como una bienvenida al último día en aquel castillo.

—Somos humanos, Solstice. —Enoran miró a la joven con una mueca leve—. La guerra la llevamos atada en los talones. Lo mejor es pensar por tu raza, tu gente y tu pueblo. No podrás nunca complacerlos a todos.

El hijo de la Escarcha [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora