ⅫⅠ ❆ «Las emociones o la razón»

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Los rumores que Noise había insinuado el lunes, y que Enoran había desestimado, se convirtieron en una incómoda realidad la tarde que visitó las zonas de entrenamiento de los otros Plateados.

Entendió enseguida por qué los entrenamientos eran privados, programados en horarios separados y llevados a cabo en lugares poco transitados. La Corte tenía carta blanca para utilizar la magia en corregir errores, negativas e incluso, si un Plateado se fatigaba, se le forzaba a mantenerse de pie, entrenando su cuerpo sin descanso en preparación para la gran ceremonia.

Y esa afirmación era una farsa, no les interesaba en absoluto sus capacidades físicas. El abuso de poder era desmedido.

Le bastó una tarde, una escabullida detrás de unas cajas con herramientas de las mellizas y su especial sigilo para presenciarlo todo.

Veridian respondía con rayos apuntados a los dedos de Zephyr cuando este se equivocaba en la nota de algún instrumento, obligándolo a mantener una postura erguida incluso cuando el dolor se apoderaba de él. Zephyr no protestaba, simplemente alzaba la cabeza y seguía persistiendo. Enoran recordaba bien su obsesión por la perfección, pero sabía que había un límite para el ser humano; debía haberlo.

Aunque Langdon sometía a Solstice a recrear obras imposibles solo para mantener su mente alerta, abusando de sus capacidades, y Lenora instaba a Vera a levantarse antes del amanecer porque afirmaba que en ese periodo del día se conectaba mejor con el cosmos... Enoran podía afirmar sin lugar a dudas que Cicely, la hija de la serenidad, era un monstruo con ropajes de seda. La peor de los cinco poderosos.

Nyx había sido, durante la primera semana, una caja de explosivos con sarcasmo, bromas pesadas y temperamento fuerte. Luego de nueve días, su personalidad había sido atacada e incluso Vera comenzaba a impacientarse. No hablaba más de lo necesario, sus muecas no eran más que fugaces miradas y luego el resto se limitaba a bajar la cabeza, quedarse en su lugar y sumirse en una nube de pensamientos a la que nadie accedía.

Nadie excepto Cicely, su entrenadora y la causante del caos.

—Es manipulación —comentó Solstice, caminando de un lado al otro en el salón de entrenamiento—. Por supuesto que no es la típica manipulación emocional que todo ser humano aplica al menos una vez en la vida. Esto va más allá. Cicely está utilizando la magia de su casa. La serenidad.

—¿Aún te interesa romantizar la magia? —preguntó Zephyr, mirando un punto perdido de la habitación—. ¿Aún mantienes esa absurda idea de que el orden existe por algo y que el poder está bien utilizado y distribuido?

Solstice dio un paso al frente dispuesta a discutir aquello, pero guardó silencio en su lugar y desvió la mirada a un costado.

—Solo creo que... —comenzó y dudó antes de continuar—. Esa no es Nyx. Es la versión perfecta de ella.

—Creí que te molestaba su personalidad —dijo Enoran, mirando desde su lugar como el resto perdía la cabeza.

—Son sus imperfecciones las que la hacen ser ella. No puedes quitárselas, por mucho que te estorben. No tengo derecho a exigirle perfección, ni yo, ni nadie. Eso va en contra de cualquier ley natural. Nyx debe ser como es, no su versión alterada.

—¿Y cuál es tu plan? —preguntó Zephyr—. ¿Plantear tu indefenso cuerpo frente a la Corte y exigir derechos siendo astrómana, nacida de tierras enemigas y con una semana apenas bajo su techo?

Solstice rascó su brazo y volvió a guardar silencio. Zephyr soltó un bufido y se levantó de su asiento dispuesto a abandonar el lugar.

—Me hacen perder el tiempo. Les recuerdo que solo quedan pocos días para la coronación. Ninguno estará a la altura de ellos jamás, pero al menos tienen una oportunidad para demostrar que no somos malos en lo que hacemos. Si dejas que las emociones te nublen la razón, entonces la tormenta será catastrófica para tu futuro.

El hijo de la Escarcha [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora