ⅩⅩⅤⅠ ❆ «La corona la porta el caos»

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Rigel no escatimó detalles en el plan que había urdido junto a Lavinia. No era una estrategia sensata revelar todos los pormenores de sus próximos movimientos a quienes ansiaban su muerte, pero tampoco lo sería desaprovechar la oportunidad de ganar aliados entre los enemigos para enfrentarse a aquellos que eran verdaderamente el problema.

Aunque su boca se resentía por el esfuerzo de articular palabras, no se detuvo cuando captó la atención de Enoran; él era su objetivo principal. Aunque dejó claro que todo se centraba en torno a la profecía, en evitar derramar sangre inocente y en distribuir el poder de forma equitativa, omitió hablar sobre sus años en el castillo, castigado por una magia que nunca había pedido.

Habló de los rebeldes de Frostmoor, pequeños grupos ocultos entre la multitud controlada, y de sus años de estudio en el observatorio. Mencionó a la Corte, sugiriendo la posibilidad de que no se presentara en la guerra, sino que enviara a otros en su lugar. Destacó que ya no se trataba de Crystalmond contra Ulvenore, de Estelkines contra Astrómanos, ni de hechiceros puros contra ladrones de magia. Ahora, todos estaban involucrados en la balanza de la verdad y la justicia.

—Entonces... —Enoran, que había estado observando a Rigel recostado contra la pared con los brazos cruzados, se aproximó a él lentamente—. ¿Deseas, después de tantos años, no solo desafiar el orden establecido por tus antepasados para alcanzar mayores niveles de poder y elevar el nombre de tu linaje, sino también derrocar a los pocos pilares que sustentan la corona de Escarcha? ¿Qué ocurrirá con tu pueblo después de la guerra?

—Los reyes siempre resurgen —murmuró Rigel, su voz apenas audible debido al dolor—. Las coronas han sido testigos de todo tipo de caos, que a veces puede resultar en un breve respiro de paz.

—No me refiero a su gobierno, sino a su lucha contra el mundo. ¿Crees que alguno de los ciudadanos de Frostmoor está preparado para una revolución?

—No —respondió Rigel—, pero conozco a muchos que sí lo están y han esperado durante años que se derrumbe la muralla que separa a los de arriba de los suburbios.

—Definitivamente tienes una visión idealizada de las cosas —atacó Noise, cansado de mantenerse en silencio en un rincón—. ¡Bienvenido a la realidad, Rigel! Nadie en las profundidades va a estrechar la mano de quien construyó el infierno en el que viven. Si pones un pie en Modra, te devorarán vivo.

—Él no pretende ser el portavoz, sino el ideólogo —intervino Enoran en favor del príncipe, sin apartar la mirada de los oscuros ojos de Rigel—. Quiere que yo hable con los astrómanos dispuestos a luchar.

—¿Estoy siguiendo correctamente la conversación o hemos perdido la razón todos juntos? —Noise mostró su desacuerdo con un ceño fruncido.

—No se trata solo de Modra, sino del mundo entero —continuó Rigel—. No importa quiénes seamos, ni ustedes ni yo, ni quién empuñe la espada en el campo de batalla; el mundo se ha dividido en dos bandos: los que no pueden acceder a la magia y los que se la han arrebatado desde el principio. Todos merecen conocer la verdad.

—Existen grupos enteros que llevan años investigando esto —comentó Solstice—. Con este pequeño espectáculo, tus apuntes y tu historia, estás encendiendo la mecha entre los que llevan el fuego. Rigel tiene razón, ahora solo hay dos bandos.

—¿Y qué hay de la profecía? —Enoran miró a Rigel desde su posición.

—No creo que tarden mucho en enterarse de ella —murmuró Rigel. Enoran dio un paso adelante, con los brazos aún cruzados.

—Me refiero a lo que sucederá cuando la Corte y el último Estelkin hayan caído.

—Entonces seré yo mismo quien ofrezca su rendición en el campo de batalla.

El hijo de la Escarcha [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora