ⅩⅠⅤ ❆ «Una cosa no excluye otra»

475 89 205
                                    


Enoran se había sumido, irremediablemente, en una rutina. A la segunda semana de estar confinado entre esos muros helados, ya tenía un horario de sueño fijo, un catálogo de comida memorizado, un mapa de los pasillos con sus ventajas y desventajas y una medida de cuánto tiempo podía mirar a un miembro de la Corte sin provocar una conversación de la que no saldría bien parado.

Quizás rutina no era la palabra adecuada, sino más bien... observación. Enoran había observado cada movimiento, personalidad, habitación y regla solo para burlarlas sin ser descubierto. La habilidad que todo Modriano hereda de sus tierras. Los suburbios eran una escuela temprana.

Y aun así, con todo el día planeado y sabiendo con exactitud lo que haría para pasar inadvertido, una vez que se encerraba en el observatorio con Rigel, se permitía respirar sin miedo a pisar una tabla equivocada del suelo. El príncipe lo miraba por encima del hombro y no tardaba en darle instrucciones sobre el entrenamiento de ese día.

Había descubierto los últimos días que, a diferencia de los trabajos sucios de Modra, este cansancio era sorprendentemente gratificante. Rigel había leído cada enciclopedia de Astromanía y estudiado las posibles constelaciones activas que el humano no ve desde la tierra. Y era exactamente eso... lo que Enoran tanto ansiaba cada mañana.

—Seis casas activas y visibles —dijo Rigel caminando entre el cielo que Enoran dibujaba con tizas en el suelo. Lo estaba examinando antes de usar su cuerpo y la luz—. Cinco miembros de la Corte, un príncipe. Tienes la base, los cimientos. Este será tu segundo acto.

Enoran miró desde su lugar, en un punto perdido del espacio, cómo el cielo solo estaba cubierto por seis constelaciones, tal como Rigel decía.

—¿Segundo? —Enoran alzó la barbilla y miró con desconcierto al príncipe—. ¿Me he saltado la introducción mientras dibujaba estos absurdos puntos?

—La introducción, Enoran... Será la guerra de Orión.

—Oh, ¿no quieres también que presente el Big Bang? ¿Los primeros planetas y la creación desde cero de una estrella?

Enoran casi sonrió al ver cómo Rigel se limitaba a fruncir el ceño en respuesta.

—No, solo debes demostrar que esa noche el cielo no se apagó, sino que cambió. Por supuesto, será un resumen conciso, una guerra de años en menos de cinco minutos.

Rigel cruzó los brazos cuando Enoran se dejó caer de espaldas al suelo con dramatismo. La tiza blanca rodó desde su mano hasta los pies del príncipe.

—Vuelvo a plantear la posibilidad de acabar contigo en este preciso momento y ahorrarme una tediosa velada. ¿Debería realmente importarme mostrarle la verdad al mundo? —Enoran miró a Rigel desde su posición en el suelo—. Luego pienso en el semblante que pondrá la Corte Real al descubrir que su príncipe ejemplar es la causa de todo el caos que se desatará en su reino, que dejarán de ser relevantes y que existirá un final feliz para los marginados desfavorecidos y sigo dibujando estrellas con una tiza en el suelo de este apartado y psicópata laboratorio.

Rigel devolvió la tiza a la mano de Enoran con una patada y se acercó lentamente siguiendo su rotación en el suelo.

—¿Cómo está tu cuerpo? —Enoran lo vio sentarse a su lado, pensando en lo incómodo que le resultaba su comodidad—. Tu mano, Enoran. ¿Sigue temblando al terminar la práctica?

El astrómano se dio cuenta entonces de que no había dejado de mirarlo desde que guardó silencio. Parpadeó rápidamente y volvió sus ojos al techo, usando uno de sus antebrazos como almohada improvisada.

—Estable. —Su respuesta hizo que Rigel le lanzara una mirada de advertencia—. No te preocupes, joven alteza. Aguantaré la coronación entera aunque tenga que acabar de rodillas.

El hijo de la Escarcha [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora