III ❆ «El rol del titiritero»

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Enoran sintió que los pulmones le eran insuficientes en espacio para cada inhalación profunda que realizó en menos de un minuto. Percibió como sus dedos volvían a congelarse ante la ausencia de la luz y no titubió para volver a colocarse los guantes negros. Experimentó una salvaje amenaza de emociones en su estómago que atentó contra toda estabilidad. Necesitaba asimilar que realmente volvería a presenciar aquella mirada oscura como el manto celestial nocturno en ausencia de todas las casas de estrellas.

Alzó la mirada nuevamente y, por unos segundos, dudó acerca de lo que estaba a punto de hacer. Pero fue solo un fugaz tropezón, Enoran no iba a retroceder ahora.

No miró sobre su hombro ni guardó cautela al caminar la distancia que lo separaba de aquel callejón que parecía funcionar como almacén de humedad y nieve sucia. Apretó los dedos contra su palma y sintió como la sangre manchaba el interior de sus guantes. Le dolían las articulaciones de los dedos y sentía que cada una de sus propias cicatrices palpitaba con fuerza. Era una pequeña secuela de la magia, pero se limitó a ignorar el cosquilleo.

Rigel retrocedió con seguridad, como si esperara ese movimiento, pero Enoran advirtió un dejo de advertencia en cada paso que dio hacia atrás. Parecía ir al ritmo de cada soplido del viento, se movía ligero y rápido, como una sombra solitaria e individual en el mundo. Era increíble la capacidad que tenía para evitar que las miradas se posaran sobre él aún siendo la más destacada joya entre un mundo de piedras.

Y cuando el sol de la tarde fue dejado atrás, Enoran se atrevió a devolverle una mirada rápida al mundo en su espalda. Nadie observaba, todos parecían vivir en sus propias burbujas, pero algo se movió en su interior con inseguridad al no avistar tampoco ningún guardia real. No le agradaba ser perseguido por ellos en cada paso al frente, pero tampoco se sentía correcto que de pronto ninguno le siguiera los talones de cerca.

Se volvió al frente y se tomó unos segundos solo para ver como Rigel alzaba la mirada bajo la tela de la capucha de su capa con cautela. Parecía un demonio tratando de cruzar por las puertas del cielo con los pecados atados a sus tobillos como peso. La oscuridad de sus ojos desnudó por completo la careta de Enoran, se sintió tan incorrecto mirarlo que le tentó la idea de alejar su propia mirada.

Pero no lo hizo. Y Rigel tampoco.

Enoran tuvo que tragarse la ira y el deseo de clavarle el primer objeto punzante que encontrara en sus bolsillos en la garganta ante el primer pestañear. Acabar con su plan en segundos y volver a casa con la paz retumbando entre sus entrañas. Se sentía como revivir el más crudo y malvado recuerdo en una mente que llevaba años tratando de dormir el dolor y el rencor.

—¿Son mis ojos los que me engañan? —preguntó con el mismo tono juguetón que tomaba ante los bandidos de Modra—. ¿He personificado mis sueños? Quizás son mis pesadillas... Estoy realmente frente a una leyenda, ¿no es así, jóven alteza?

La última palabra salió filosa entre sus labios. Rigel no le devolvió más que una mirada silenciosa, luego la deslizó por su cuello, hombro y por último en sus guantes negros. Parecía estar analizando su situación luego de manipular la magia robada.

—Siento que estoy cometiendo un pecado al haberlo reconocido antes de la gran coronación, entiendo que sus tradiciones son valiosas para ustedes. —Enoran dio un paso al frente y Rigel devolvió sus oscuros ojos a los azules del pelirrojo. Aún mantenía la mitad de su rostro bajo la tela oscura de su capa—. Mas no soy ingenuo, príncipe. —Una sonrisa bailó en sus labios, se sentía sucio regalandole esa curva—. Me buscó, me llamó y yo no rechazo nunca el llamado de la curiosidad y el misterio. Dígame, jóven alteza... ¿Qué precisa de mí?

Le dedicó una insignificante reverencia y alzó la mirada peligrosa entre su cabello rojizo. Rigel lo miró desde unos centímetros más arriba y Enoran pudo admirar alguna que otra característica física que estuvo pasando desapercibida a la distancia. Ya no cubría su nariz afilada y labios con un cuello alto, su mandíbula marcada le daba un aspecto aún más intimidante bajo la sombra de su capa.

El hijo de la Escarcha [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora