ⅩⅤⅠⅠ ❆ «Dios, marioneta y humano»

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La nevada golpeaba los cristales, creando un ambiente acogedor y silencioso en la habitación mientras Enoran examinaba los apuntes que Rigel había recopilado a lo largo de los años. Su espalda comenzaba a resentir la posición incómoda en la que se encontraba, apoyada contra una repisa de libros, mientras Rigel trazaba en el suelo posibles ubicaciones para la coronación.

Al cerrar el libro de apuntes, Enoran dejó caer su cabeza con pesadez contra la madera del estante más cercano. Sus ojos vagaron desde el concentrado Rigel hasta el ventanal al final de la habitación. El paisaje exterior se había perdido en la neblina y el cristal estaba empañado por el clima adverso.

—¿En dónde está la corona que te colocarán el día de la coronación? —preguntó Enoran con el afán de romper el silencio—. He oído que nunca es la misma.

—Es cierto —confirmó Rigel, estirando su cuello fatigado y masajeándolo con la mano—. Es una tradición peculiar, aunque antes solía llevarse a cabo por expertos. Realizaban un análisis exhaustivo de la personalidad del heredero y, con su asesoría, diseñaban la próxima corona.

Enoran no pudo evitar notar las muñecas enrojecidas de Rigel, pero llevaba días intentando obtener algún indicio sobre los métodos extremos de la corte para someterlo a sus órdenes, sin éxito alguno. Finalmente, decidió que no debía importarle. Se tuvo que morder la lengua en varias ocasiones.

—Contigo es diferente, ¿verdad? —observó Enoran, viendo a Rigel asentir en silencio—. ¿Cuál es el proceso para ti? Dime los detalles. Quiero saberlo antes que el resto.

—¿Qué hay de esto? —replicó Rigel, señalando el diseño en el suelo con reproche—. Mañana deberás hacer una demostración frente a la Corte Real sobre tu espectáculo.

Enoran se levantó del suelo, dejando escapar un suspiro.

—No lo olvidé, es solo que no me interesa en lo más mínimo.

—Tu franqueza te llevará directo a la guillotina —advirtió Rigel.

—Pues espero no encontrarte en el infierno. Sería vergonzoso si me vieras sin cabeza —respondió Enoran con un dejo de humor.

Enoran se apoyó en la baranda que separaba su nivel del suelo principal del observatorio, mirando desde arriba a Rigel.

— ¿Tienes una? Pensé que eras completamente irracional.

Enoran sonrió cuando Rigel no guardó su curvatura de labios.

—Y yo pensé que tú no tenías sentido del humor. Bueno, eso y que... Los príncipes no besaban bien. —Un atisbo de sonrisa asomó en los labios de Rigel, y Enoran rodó los ojos.—. No puede ser, acabo de subirle el ego al enemigo.

—Te lo dije, camino directo a la guillotina. —Rigel hizo un ademán con la mano en su cuello, simulando el corte. Enoran bajó las escaleras con el dedo índice en alto, en gesto de reproche.

—Cierra la boca y olvida lo que dije. Tenemos trabajo que hacer.

—Creí que no te importaba.

—Alejate de mi vista.

Rigel levantó las manos en señal de aceptación y retrocedió tres pasos mientras Enoran examinaba las marcas en el suelo. Había incluso una indicación de dónde se ubicaría la Corte, cada miembro en sus respectivos tronos representando sus casas estelares.

Rigel lo miró en silencio, pero no era un secreto que Enoran se concentraba más bajo presión y caos. Lo había estudiado las últimas semanas. No era un hombre aliado al silencio y se reflejaba en los resultados de su magia.

El hijo de la Escarcha [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora