ⅠⅩⅩ ❆ «Destruir para no ser destruido»

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Esa tarde, Enoran no se presentó en la merienda ni en la cena de Los Plateados. Sentado frente al ventanal del observatorio de Rigel, entregando sus manos al cuidado de su enemigo y contemplando los copos de nieve que volvían a teñir de blanco lo que el sol había tratado de borrar, Enoran se sintió ajeno a cualquier espectro llamado "vida" y a su esquivo "sentido".

Durante años, había creído ser un astrómano nacido de una familia que convertía la magia en arte, pero acabó descubriendo por boca del lobo que no había ovejas, sino solo lobos ocultos, soberbios y disfrazados de otras bestias. Enoran era hijo de "Presagio" y, aunque Rigel le había advertido desde hacía tiempo que todos eran hijos de las estrellas y pertenecían a una casa, no pensó que fuera más que una metáfora.

—Presagio surgió la noche del ocaso de Orión —susurró Enoran, perdido en un vano intento de ordenar la información en su agotada mente.

—Cuando Orión arrojó todas las demás estrellas y destrozó la otra mitad en mil pedazos —continuó Rigel—, Presagio fue de las primeras en formar una figura coherente en el cielo, se la vio por unos instantes y luego, solo se esfumó de la vista humana. Ni siquiera los telescopios pudieron hallarla. Por eso pocos libros hablan de ella. Luego apareció Escarcha y dejaron de buscarla, pensaron que solo había dejado de existir.

—Y Rigel, la estrella que te dio vida a ti... se situó en la parte inferior de Escarcha.

—Justo donde brillaría el iris del ojo de Presagio. Por eso, Rigel es parte de Escarcha, pero también lo es de Presagio.

—Pero si todo este tiempo yo estuve robando la magia de Presagio, y soy hijo de su constelación, ¿por qué seguía sufriendo las consecuencias por el uso de la magia?

—Por lo mismo que hemos hablado —respondió Rigel—. Necesitabas la constelación entera. Tú solo manipulabas la magia de Presagio sin el centro, la parte más importante; Rigel.

—Esto va a acabar conmigo —masculló Enoran bajando la mirada al suelo con un claro hastío en su voz—. Debería asesinarte ahora mismo por haberme ocultado esto, pero estoy demasiado cansado. Cuídate la espalda porque recuperaré fuerzas y conocerás a tus antepasados.

Rigel esbozó una leve sonrisa ante su broma perezosa.

—Tú lo dijiste, la realeza es un trono sostenido por secretos.

—Eso significa que cualquier ser humano, más allá de nuestro continente, de Altair... ¿Puede acceder a la magia? —inquirió Enoran, volviendo la mirada a Rigel que ajustaba sus vendas.

—Solo si la constelación bajo la que nacieron tiene magia almacenada.

—Lo sabías desde el principio. ¿Por qué querías esperar hasta la coronación para decírmelo? Sabes que manipular magia ajena tiene consecuencias. Mis manos... Podrías habérmelo evitado —recriminó Enoran con fatiga acumulada.

—Tenía que asegurarme de que no escaparías con la información.

—¿Qué te hace pensar que no lo haré de todos modos?

Enoran miró a Rigel con desafío, el príncipe sonrió levemente, apretando más la venda a propósito y acercando el brazo de Enoran hasta que sus rostros se encontraron en un espacio reducido.

—El uno por ciento de rebeldía que aún me debes.

—Quizás lo suba a dos.

Rigel sonrió un poco más y alejó a Enoran con un empujón suave en su pecho.

—Además —prosiguió el príncipe—, sabes mejor que nadie que el dolor es el mejor maestro. Si manipulas la magia sin dolor, no mides hasta qué punto puede descontrolarse porque no lo sientes.

El hijo de la Escarcha [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora