Promesas.

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Ella era la favorita de entre todas, así que recibió la noticia de su posible ascensión con naturalidad. Menospreciaba el dolor y aceptó encantada someterse a la Transformación, aunque con unos horizontes que ninguna antes se había puesto. No tenía ninguna preocupación, salvo la de de si, después, su Amo querría hacerle el amor como antaño.

—¿Por qué no? — se decía —, ¿acaso no siguen siendo firmes mis pechos? ¿Mis caderas, bellamente moldeadas? ¿Mis piernas, incitadoras? ¿El secreto entre ellas, embriagador? Aunque no bese, todavía podría acariciar, tocar, satisfacer. Mi feminidad aún se abriría a él, caliente y húmeda para recibir su Pasión. Y mi hermosa cabeza dará lustre a Su trono, por encima de las ofrendas de tantas otras hermanas.

Pero el resultado no fue el que ella esperaba. Su Amo no la volvió a tocar y ella languideció en las cámaras del templo, una estatua más, hermosa y pálida, envuelta en ricas sedas carmesí. Mientras esperaba sin resultado a que Él volviera a gozar de su cuerpo, se convencía de que el muñón que coronaba su esbelto cuello no era el culpable. "Ese hilillo de sangre", pensaba con desagrado, "no he cortado limpiamente y ese hilillo de sangre rompe la blancura lechosa de mi piel".


Desnudez desgarrada: historias Eroguro de lo macabroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora