Pasión parte I. Líbranos del mal.

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Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz

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Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz

Filipenses 2:5-8

Pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar.

Corintios 10:13

—¿No se oficia misa esta noche, hermana?

Las faldas del hábito de la novicia se arrebujaron en sus piernas cuando ésta se dio la vuelta para encarar a un joven pecoso.

—No...yo...sólo quería...será sólo un momento.

—Ya. —El encargado le dio la espalda y examinó los añicos de la ventana esparcidos por el suelo—. Estamos cerrados. Tenías que esperar hasta mañana, ¿no hay algún mandamiento sobre 'No allanarás'?

—Lo pagaré todo. También los desperfectos.

Con un gruñido, el chico la examinó detenidamente. Era una joven con una cara bonita, aunque la severidad del uniforme religioso ocultara las curvas de su cuerpo, pero fue la desesperación en su rostro lo que lo conmovió. Aunque el suyo era un trabajo que se tomaba en serio, a pesar del poco salario, todavía no se había robado nada y, si no se lo tenía en cuenta, era posible que ella lo recordase. Incluso podría ser que, la siguiente vez que se encontraran, la virtud de la generosidad la convenciera para mostrarle algo más de piel.

Le hizo un gesto con la cabeza y salió del almacén. La joven lo siguió obedientemente unos pasos por detrás, sin pronunciar palabra.

Frente a la caja registradora, el encargado fue pasando los distintos utensilios.

—Martillo...clavos...madera...soga... ¿Vas a ponerte a levantar una estantería a estas horas?

Ella no contestó, sino que se limitó otra vez a mencionar la ventana rota.

—No soy una delincuente —añadió mientras rebuscaba en su cartera deshilachada.

—Tranquila, que eso lo pagará el seguro —le contestó él guiñándole un ojo.

La chica no insistió y mantuvo la mirada baja. El mozo esperaba que, al menos, fingiera una inclinación demasiado pronunciada para que el hábito se le abriera un poco y él poder admirar la curva de los senos oculta bajo el sujetador. O quizás las novicias no usaban ni siquiera prenda interior, por respetar el voto de pobreza. Pero ella no parecía dispuesta a mostrarle ningún tipo de agradecimiento, así que decidió no insistir y limitarse a darle el cambio, para después observar simplemente cómo su figura desaparecía tras la puerta de la entrada. "Las católicas... están como una cabra", pensó y, con un encogimiento de hombros, se enfrascó de nuevo en la novela que había interrumpido.

En la calle hacía frío; sin embargo, la monja no sentía las bajas temperaturas; un frenesí ardiente le encendía el cuerpo. "Tengo que apresurarme", era su único pensamiento, "ahora que los rezos todavía lo pueden mantener a raya". Atravesó las laberínticas calles con decisión, sorteando paseantes nocturnos que salían a ahogar las pasiones enquistadas durante el día, ignorantes del fino hilo del que pendían sus almas, hasta encontrarse de nuevo frente a la vieja iglesia. El edificio se encontraba en una zona que parecía apartada del caos y confusión que eran tan frecuentes en las demás áreas. Incluso las cacofonías de vehículos, gritos ahogados por los pulmones cancerosos de la ciudad y susurros de pisadas apresuradas en los callejones colindantes se recogían para dar paso a un respetuoso silencio.

Desnudez desgarrada: historias Eroguro de lo macabroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora