Pasión parte II. Bendito el fruto.

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El cuerpo de Sonia se acercó a ella, meneando seductoramente las caderas al caminar. Entre sus piernas, el miembro mantenía la erección como si de una varita de Zahorí se tratara, y apuntaba amenazadoramente a la única superviviente, quien no se movió. Las palabras del Condenado tenían un tono cariñoso cuando le habló enroscando uno de los mechones de su pelo en el dedo índice.

—Mi dulce Soledad —murmuró, casi como para sí—. Siempre inocente, siempre buscando lo que es mejor para tus amigas y para la Orden, sin pensar en ti misma. ¿Qué recompensas esperas obtener, aferrándote con tanta desesperación a una resistencia tan inútil como absurda? Sé de la visión que has tenido esta mañana, y de que crees que tu dios te está mandando un mensaje. ¿No eres consciente de que las alas negras son mensajeros de los infiernos?

Le acarició la mejilla con la mano que agarraba su pelo y Soledad se estremeció al sentir el contacto, pero la novicia reunió fuerzas suficientes para mirar a aquellos ojos desprovistos de humanidad de quien fue su compañera.

—No hay nada que hacer, ¿verdad? —replicó, como si no estuviera escuchando nada de lo que el Condenado le decía—. La Orden ha fracasado. No hemos estado a la altura de nuestra misión, y ahora todo ha terminado.

Los labios de Sonia se curvaron en una sonrisa sincera.

—Al contrario, niña, ahora empieza todo: una Nueva Era, donde la moral y el pudor serán mitos que la gente olvidará que fueron reales. Ya no harán falta templos ni dioses. Derribaremos los templos y asesinaremos a los dioses, y en su lugar construiremos un Paraíso, una orgía constante y desenfrenada de pasiones liberadas, un estadio permanente de hambre y sed insaciables, que nos funda en el torbellino inevitable del vicio desatado, que nos permita follar y matar y morir sin límite. Levantaremos codo con codo, espíritu con espíritu, los pilares de un reino que abata los falsos cimientos del Cielo y que sirvan de escudo contra las promesas mentirosas del Infierno. Mi reino.

Al mismo tiempo que pronunciaba aquellas palabras, la oscuridad se condensaba abrazando el cuerpo de Sonia en jirones humeantes de tinieblas que se agitaban al unísono, como las plumas negras de unas alas inmensas, mientras que las volutas alrededor de su cabeza se enroscaban formando púas retorcidas que se asemejaban a la flor de Lys de una corona. O a varias hileras de cuernos.

Soledad le sostuvo la mirada para luego apartarla hacia los cuerpos de sus compañeras.

—¿Y qué pasará con quienes se resistan a aceptar tu reino? —preguntó.

—¿Qué pasa con las ramas caídas en el sendero una vez llega la riada? —Sonia seguía sonriendo cuando agarró a Soledad del mentón—. ¿Acaso tiene sentido que el gorrión se resista a abandonar el nido ante la erupción del volcán? ¿No comprendes que hay cosas que son inevitables, y que oponerse a ellas sólo daña a quienes se oponen?

Soledad intentó mirarle a los ojos de nuevo, pero esa vez no fue capaz, y desvió la mirada hacia un lado, hacia el pene erecto que casi rozaba la falda de su hábito. Ruborizada, trató de volver la vista hacia otro lugar y dar un paso hacia atrás, pero la mano de Sonia apretó su agarre y le obligó a mirar otra vez su erección.

—Resistirse a la liberación que traigo es una mentira, otra más de un dios que trata a su Creación como un juguete. No desperdicies mi regalo por un Señor que ni te escucha ni se preocupa por ti.

A pesar de las promesas que encerraba la melosa voz de Sonia, Soledad daba muestras de no oírla y tener toda la concentración fijada en el miembro palpitante ante ella. Sonia vio dónde su antigua amiga estaba mirando y le soltó el mentón para tomarle cariñosamente de la mano y dirigirla entre sus piernas. En esa ocasión, Soledad no se apartó, sino que deslizó sus finos dedos a lo largo del tronco del pene y comenzó a masturbarla.

Desnudez desgarrada: historias Eroguro de lo macabroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora