—¿Has meditado mi propuesta?
El recelo en los ojos de la condesa desmentía la sonrisa seductora. Al duque, por el contrario, la mentira le salió casi sin pensar.
—He decidido aceptar. Como dices, somos más fuertes si dejamos las rencillas a un lado y nos centramos en un oponente común.
—Estupendo. —después de un breve titubeo, la condesa llenó dos copas de vino de color de sangre y le pasó una de ellas—. Brindemos, pues. Por el entierro de nuestra vieja enemistad.
Mientras los dos vaciaban sus copas, las miradas de sus ojos encerraban promesas que iban más allá de las propuestas de alianzas y olvidos de afrentas. Por fin, ella se le acercó con un balanceo seductor de sus caderas, y colocó una mano en su hombro. No había dudas de cómo quería sellar el pacto.
—¿Estarías dispuesta a olvidar la muerte de tu hijo? —le preguntó él.
Una llamarada le encendió los verdes iris a la condesa, aunque el odio se escondió tan rápido como había asomado. Los hermosos labios de ella se crisparon en una sonrisa a la vez que llevaba una mano del duque a su pecho izquierdo.
—Lo estaría, si tú me perdonas lo que hice con tu padre. Sabes que no disfruto con la tortura.
Él sintió el pezón de la mujer a través de la delicada tela del vestido y disfrutó de la humillación y el asco que debía de estar sintiendo al ser tocada por quien le había infligido tanto sufrimiento. A fin de cuentas, su padre y él nunca habían sido muy cercanos, mientras que era de sobra conocida la sobreprotección que la condesa había imprimido sobre su hijo desde que nació. El duque acarició con el dedo las intimidades de la condesa, deteniéndose en el momento, al mismo tiempo que ella alzaba el rostro para recibir un beso. "Quieres estrangularme, pero sabes que tu posición es muy débil", pensó él, divertido, e inclinó la cabeza como si fuese a aceptar las atenciones de su enemiga.
—Un pequeño detalle —susurró al oído de la mujer.
Y ella abrió mucho los ojos cuando sintió la hoja del puñal penetrarle las entrañas. El dolor se asomó a sus pupilas, y su mera visión fue suficiente para hacerle sentir al hombre un placer casi sexual.
—Te abría apuñalado el corazón, querida, pero creo que prefiero alargar la intensidad de tus últimos momentos conmigo.
Torció la empuñadura y a la condesa se le escapo un borbotón de sangre que le goteó hasta el busto. Le miraba sin comprender ni creerse cómo la vida se le escapaba por la herida en el vientre.
—Me arde el cuerpo. —jadeó, y, como si quisiera corroborar su afirmación, olvidando completamente dónde y con quién estaba, se arrancó la ropa a jirones. Su asesino no pudo dejar de sonreír contemplando el soberbio cuerpo desnudo de a quien tanto había odiado.
—Será el veneno, preciosa. Ya debe de haber pasado a la sangre. Hazme un favor, y dame una buena agonía, ya sabes, larga y explícita, como siempre he fantaseado.
Retorciéndose de dolor y entre lágrimas rojas, era hermosa y terrible, y parecía dispuesta a satisfacer sus apetitos. Las piernas de la mujer le fallaban, haciendo que se tambaleara, hasta que por fin cayó de rodillas y dejó escapar otro chorro de sangre sobre el suelo. Regueros sanguinolentos se deslizaban entre los esbeltos pechos y el duque no pudo evitar que la erección le doliera cuando vio la orina derramarse con el fallo de los esfínteres.
Se acercó a ella mientras la mujer pataleaba en el charco de sus propios fluidos y, aferrándola del cuello, tiró de su cuerpo hacia arriba. La condesa intentó decir algo, pero de su garganta sólo pudo salir un borboteo ininteligible. Con la mano libre, el duque posó dos dedos sobre los labios ensangrentados de la mujer y, después de humedecerlos con la saliva teñida de rojo, describió un recorrido hacia abajo hasta acariciar el vello púbico y tantear su vulva. No podía distinguir si había restos de lubricación en la orina que no dejaba de fluir. "Ojalá que te estés corriendo, zorra", pensó con rabia, "en tus últimos instantes de vida".
En una respuesta improbable a su mudo deseo, ella manoteó sus hombros hasta agarrarle la cara con ambas manos y él sonrió, curioso sobre qué podría intentar en los estertores de la muerte. Ante su sorpresa, lo que hizo fue unir los labios de ambos en un beso. Sintiendo los senos contra su pecho, se preguntó si el veneno habría aumentado sus pulsiones sexuales, y aceptó el regalo que le ofrecía. Desabrochándose los calzones para liberar su pene erecto, deseaba que aquella mujer pudiera aferrarse a la vida, al menos, el tiempo suficiente como para que la penetrara.
Sin embargo, la verdadera razón le llegó unos segundos después, cuando a la condesa le sobrevino una arcada y otro chorro oscuro se derramó desde la boca de ella hasta la suya propia y, angustiado, notó cómo la sangre emponzoñada se deslizaba por su garganta, hasta adentro, y allí empezaba a actuar.
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Desnudez desgarrada: historias Eroguro de lo macabro
ContoCompilación de relatos breves, poemas, poesía visual,... teniendo como nexo común el eroguro, esto es, la combinación de elementos eróticos y grotescos o macabros.