Entrega.

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—¿Te entregarás a mí? ¿Por completo? —había preguntado ella.

—Sí —había sido su escueta respuesta.

Safo se había tendido, boca arriba y completamente desnuda, para recibir las atenciones de la condesa. Ésta se despojó también de sus ropas, aquellas telas engorrosas que impedían que sus pieles se acariciaran. Las dos mujeres rodaron entre las sábanas en una maraña de piernas entrelazadas, dedos y labios que recorrían el cuerpo de la otra, jadeos y susurros enfervorecidos. El sudor se mezclaba con otros líquidos y pronto los chasquidos húmedos sirvieron de acompañamiento a los gemidos que llenaban la cámara.La condesa dirigió a Safo para que se sentara a horcajadas sobre ella, que la cabalgara y exhibiera sin pudor sus encantos.

—Estás a tiempo de echarte atrás —le dijo al oído con un ronroneo.

Pero para Safo era demasiado tarde. Sus propios deseos habían roto la armonía con su mente y, a pesar de los gritos de su conciencia, habían tomado control sobre sus decisiones. Eso lo sabía la condesa y, cuando sintió que su amante estaba a punto de alcanzar el orgasmo, tomó el puñal y la besó con hambre arrebatadora. 

—Córrete ahora — le susurró, y de un tajo abrió una sonrisa lasciva en el cuello de su amante.

Safo tiñó las sábanas con el rojo líquido de su pasión. Mientras la sangre brotaba a chorro, notó cómo a la vez su propia eyaculación se extendía por el cuerpo de la condesa, una forma de orinarse sobre ella. El orgasmo no parecía terminar, como si su cuerpo usara el placer para aferrarse a la vida.

Hasta que no hubo más vida que sostener. Safo cayó a un lado de la misma forma que una marioneta a la que le han cortado las cuerdas. Se sumergía en las sombras, sí. Pero había merecido la pena.

Desnudez desgarrada: historias Eroguro de lo macabroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora