A las Puertas de Cassandra, todo eran llamas. Allí, en medio del fuego, pensaba que el infierno no debería ser muy diferente. Así se debía de sentir Judas en el primer círculo.
Recité los versos por tercera vez mientras mi pie daba golpecitos impacientes en el suelo. Ya era bastante engorro que el mapa astral que le había comprado a aquel visnusiano estaba tres ciclos estelares desfasados y que contar con ángulos desactualizados en las ecuaciones de Bessel me había hecho perder tres semanas; pero al fin y al cabo lo importante era seguir las indicaciones del Código Nabla y eso había hecho. Kyra me había jurado por todas las deidades de su panteón que aún quedaba una copia del Código en el templo del Azimuth. Y Kyra no era de las que vendían mercancía defectuosa, máxime cuando la cobraba tan cara. Además, yo era una cliente fiel y el riesgo de prescindir de una fuente recurrente de ingresos (era sencillo entrar en el templo, y también salir, aunque con los pies por delante) simplemente no compensaba los beneficios de basar mi defunción en rumores sin fundamento. Y si en algo era buena Kyra era en reconocer el valor de un producto seguro.
Y aun así, allí estaba yo, con el cuerpo cociéndose bajo la armadura ignífuga que llevaba para la ocasión y lanzando mis palabras a la soledad ardiente que en ese momento rodeaba toda mi consciencia.
Repasé de nuevo el sortilegio: un encriptador universal en mi izquierda, la Sagrada Biblia en mi derecha y, a falta de un tercer brazo, la escama de Di Xiu tres palmos enfrente de mí. Di Xiu era uno de los nueve hijos del dragón y, según las leyes que regían las deidades, su entidad no se veía afectado por las llamas divinas de Cassandra. Por el contrario, las páginas de mi Biblia ya empezaban a soltar humo.
Tqfib Li,
Cm Eiwwr at Einik Fnah Li,
Ani Mrim at XRB Lpnik
salmodiaba otra vez, con los brazos en cruz.
A mi alrededor sólo se movían las llamas y mi ropa, y no se escuchaba más que el crepitar del fuego. Sudando dentro de mi traje especial de protección, de rodillas y con los brazos extendidos, debía de constituir una imagen bastante estúpida. El calor abrasador ya era suficiente molestia, pero notar cómo el sudor pegaba mi atuendo a las axilas, la espalda y las ingles era algo que nunca había podido soportar. A pesar de ello, esperé un minuto, cinco, quince.
- Al diablo - mascullé, y me incorporé sin saber si valdría la pena buscar a Kyra a su negocio en Nueva Tierra o habría vuelto a pagarse un reseteo. Lo que era lo más probable.
En ese momento las lenguas de fuego se descorrieron como si fueran una cortina y dos columnas de Luz descendieron desde más allá de las estrellas.
"Encantador. Casi podría escuchar las Virtudes a coro." Inconscientemente empecé a cantar entre dientes
Quantus tremor est futurus
Quando Judex est venturus
Cuncta stricte discussurus
cuando de pronto me di cuenta de que en verdad se oían voces, coros que cantaban:
Cuncta stricte
Cuncta stricte
Stricte discussurus
Las Puertas de Cassandra estaban ahí pero no estaban ahí. El Anarquista decía que era más un estado mental que un lugar físico. Sea como fuere, ambas hojas se abrieron y, entre las cortinas de fuego, las piedras del muro parecían ondularse y fluir y girar y expandirse como si en realidad estuvieran hechas de un material plástico. Sin darme cuenta tenía toda la Catedral flotando delante de mí y formando una doble hélice que acabó perfilando unos brazos y un torso femenino. Las lenguas de llamas dejaron de bailar una danza desenfrenada y arrítmica para alzarse más y más arriba del busto y los brazos. Se asemejaban a unos ojos y una boca y unos cabellos que caían por unos hombros y unos pechos. Las Puertas, por su parte, ocupaban todo lo que mi vista podía alcanzar y más, y ya no eran unas puertas sino unas alas de madera, tres pares que empezaron a aletear lentamente. La criatura que se aparecía ante mí tenía una belleza sobrenatural.
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Desnudez desgarrada: historias Eroguro de lo macabro
Short StoryCompilación de relatos breves, poemas, poesía visual,... teniendo como nexo común el eroguro, esto es, la combinación de elementos eróticos y grotescos o macabros.