Capítulo 5

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Capítulo 5: El cobro de viejas deudas 

La vida era dura para la joven Ariadne. Vivir en la granja era un ciclo interminable de palizas y hambre. Incluso después de entrar en la mansión del Cardenal, fue presa de sutiles artimañas y la trataron mal. Ariadne pensaba que ese trato era de esperar, ya que había nacido de una humilde criada, y no de Lucrecia, que era noble.


A pesar de ser bastarda, Ariadne pensaba que pertenecía a su familia. Se consideraba afortunada, ya que al menos la mitad de su sangre procedía del honorable Cardenal de Mare. Creía que si trataba a la gente con honestidad y amabilidad, sería recompensada.Pero en realidad era todo lo contrario. Las personas amables eran engañadas y explotadas, mientras que las egoístas y asertivas eran recompensadas.


Gian Galeazzo era una de ellos. Cuando el mayordomo, Nicolo, llegó del castillo principal, intentó desesperadamente ganarse su favor. Ella divagaba sobre cómo esperaba que llegara este día, y cómo había hecho todo lo posible para criar a Ariadne y convertirla en una joven encantadora. Gian Galeazzo insistió en que debía ser recompensada por su duro trabajo y sus esfuerzos. Al final, consiguió convencer a Nicolo para que la recompensara con monedas de oro.


La joven Ariadne, que era golpeada a diario por la escoba de Gian Galeazzo, se sintió conmocionada y furiosa por el resultado. Pero en aquel momento era lo bastante ingenua como para confiar en que su justo padre y la virtuosa sociedad de San Carlo castigarían a quienes obraran mal.


Ahora, Ariadne sabía que sus expectativas eran insensatas. No podía confiar en los demás. Tenía que protegerse a sí misma.


No dejaré que me pisoteen. Ya no.


* * *


—¡Vaya! ¿Qué le trae a este sórdido lugar?


El mayordomo contestó secamente con expresión fría—: Debo escoltar a Lady Ariadne al castillo principal.


—Ariadne esa moza- Yo, quiero decir... ¿Lady Ariadne?


Gian Galeazzo estaba desconcertada. Como cualquier otro día, había golpeado a Ariadne con una escoba y le había magullado la cara. Ariadne ni siquiera estaba vestida con ropa adecuada.


—Lady Ariadne es perezosa y normalmente no está despierta a estas horas. Tardará algún tiempo en lavarse y arreglarse, ya que necesita estar presentable para el Cardenal.


—Eso no será necesario. La acompañaré enseguida.


Gian Galeazzo lanzaba miradas nerviosas a derecha e izquierda.


En ese momento, Ariadne apareció ante los ojos de Niccolo. —Puedo ir ahora mismo. 


Sus ropas estaban terriblemente raídas y hechas jirones.


Niccolo se fijó en su aspecto desaliñado, pero decidió ignorarlo. Gian Galeazzo era la mandamás de la granja Vergatum, gobernada directamente por la Iglesia; no había necesidad de molestar a la anciana poniéndose de parte de una bastarda descuidada.

En Esta Vida Yo Seré La Reina Hermana MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora