CAPÍTULO 1. UN NUEVO CURSO

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Seraphina, la elfa doméstica de mi familia, se apareció junto a mí en la estación de Hogsmeade, para que pudiera subirme a uno de los carruajes arrastrados por thestrals que me llevarían a Hogwarts para iniciar mi sexto curso.

Ya me había puesto el uniforme de Slytherin, como cada año, y sobre el brazo, mi túnica negra.

En las Tierras Altas de Escocia, lluviosas y grises, al Suroeste de Hogwarts, se encontraba un pueblecito llamado Feldcroft. Allí, mis tatarabuelos, Sebastian y Rosalie Sallow habían erigido una gran mansión a partir de la pequeña cabaña de piedra que había sido el lugar de residencia de la familia Sallow durante generaciones. Se hicieron de oro gracias al estudio de los artefactos y las artes oscuras, pero, a pesar de ello, parecía pesar una especie de maldición en mi familia que se transmitía de generación en generación: los Sallow solo tenían descendientes varones, y todos y cada uno de ellos moría antes de cumplir los cuarenta años. Hasta que nací yo: la primera niña en cinco generaciones de herederos Sallow fallecidos prematuramente.

Me acerqué con cuidado al thestral amarrado al carruaje y le acaricié la suave crin. Nunca había entendido cómo unas criaturas tan nobles podían considerarse augurios de desgracia. Aunque los thestrals solamente eran visibles para aquellos que habían visto la muerte, como yo cuando presencié a la edad de cinco años cómo mis padres, Tiberius y Regina Sallow morían en una explosión por estar experimentando con artefactos oscuros, siempre los había encontrado criaturas fascinantes y hermosas, y no bestias demacradas como muchos otros magos.

Supongo que eso lo había heredado de mi tatarabuela Rosalie, quien, según los diarios de mi tatarabuelo Sebastian, había creado una reserva de criaturas mágicas en la Sala de los Menesteres de Hogwarts para protegerlos de los furtivos que campaban a sus anchas durante esa época.

Pero, por otra parte, también había heredado el amor por los artefactos y las artes oscuras de mi tatarabuelo Sebastian. Como él, mi visión sobre el asunto era que podían resultar increíblemente útiles en algunas ocasiones, y que no necesariamente debían usarse para sembrar el mal y el terror...

Ese era mi legado: criaturas mágicas, artes oscuras, y muerte.

—Señorita Rosalie, Seraphina sigue teniendo ese horrible presentimiento... —se lamentó la elfa doméstica, mientras me miraba con sus enormes ojos azules. —Todavía estamos a tiempo de irnos de aquí... Podríamos ir a Roma, a la bonita casa que le dejó su madre —me propuso, esperanzada.

Mi madre, Regina, era italiana. Estudió en Durmstrang, y su amor por las artes oscuras la llevó a encontrarse con mi padre. Se casaron enseguida, y entonces, nací yo. Mi madre me inculcó el amor por sus raíces desde pequeña: adoraba Italia. Adoraba el clima, la comida, y el idioma. Pero mi vida estaba aquí.

—Sera, quiero volver a Hogwarts —le dije con determinación.

—Está bien, Señorita... —soltó con resignación Seraphina. —Pero recuerde, si algo va mal, solo tiene que llamarme.

Me rompía el corazón verla triste y preocupada por mí. Desde el fallecimiento de mis padres, Seraphina había cuidado de mí. Se había convertido en mi única familia.

—Lo sé, Sera —le sonreí, mientras me arrodillaba frente a ella para poder darle un abrazo. —Ahora tengo que irme, o llegaré muy tarde. Nos veremos en Navidad.

Empezó a caer una llovizna tenue cuando me subí al carruaje. Lo bueno de llegar tarde era que podía disfrutar en silencio del paseo hasta Hogwarts. Observé con atención, el paisaje iluminado solo por la luz de la luna. A pesar de la oscuridad, podía percibir la silueta de los árboles del Bosque Prohibido, enigmáticos y misteriosos, al borde del camino.

Mientras los thestrals avanzaban con suavidad por el camino de tierra, guiados por una especie de instinto mágico, podía escuchar, a lo lejos, el ulular de una lechuza y el aullido distante de un lobo, lo que hizo que mi gata se revolviera en su jaula sobre el asiento del carruaje.

—Tranquila, Morgana, estamos a punto de llegar —la tranquilicé con voz suave.

Ella me atravesó con sus ojos brillantes color ámbar, que contrastaban con su pelo negro como la noche. Morgana siempre había odiado el bosque, se pasaba la mayoría del tiempo dormitando sobre mi cama, o sobre algún sillón.

Continuamos avanzando a través de los terrenos de Hogwarts, y pronto, la imponente silueta del castillo comenzó a emerger a lo lejos, iluminado por las luces en las ventanas. Sus altas torres y murallas se recortaban contra el cielo nocturno.

Cuando el carruaje se detuvo en el área especial designada para la llegada de los estudiantes, salté al suelo, ajustándome la túnica. Abrí la jaula de Morgana para que pudiera salir y entró corriendo al castillo, en busca de algún lugar mullido y calentito para dormir.

Mientras caminaba hacia las enormes puertas de roble de la entrada, noté el aire fresco contra mi piel, lleno del característico aroma a magia y bosque. Sentí una mezcla de emoción y expectación por lo que me traería este nuevo curso. Voldemort había vuelto, ya no era un secreto. Las relaciones entre los estudiantes de Slytherin y los de las otras casas siempre habían sido algo tensas, pero últimamente esa tensión había alcanzado un nivel sin precedentes.

La reaparición de Voldemort había dividido de nuevo a la comunidad mágica entre buenos y malos. Y en esos tiempos, llevar el escudo de Slytherin significaba ser prejuzgado. Sí, la Casa Slytherin era conocida por tener opiniones controvertidas sobre la pureza de la sangre, pero, Slytherin era mucho más que eso: era ambición, astucia, y estar dispuesto a hacer cualquier cosa para alcanzar tus objetivos. Valores que yo siempre había defendido con orgullo, y eso no me convertía en una mortífaga lunática. Mi familia formaba parte de "Los Sagrados Veintiocho". Las veintiocho familias británicas que eran "verdaderamente de Sangre Pura". Y eso no podía importarme menos. Y sabía de buena tinta que no era la única. Mi mejor amigo, Theodore Nott, era un buen chico, y a pesar de tener un padre mortífago, no quería tener nada que ver al respecto. Mi amiga, Pansy Parkinson, a veces soltaba alguna barbaridad, pero yo sabía que no lo creía realmente, solo lo decía para impresionar a Malfoy, de quien llevaba perdidamente enamorada seis años. Y Draco Malfoy... Digamos que no tenía otra opción, habiendo nacido en esa familia...

Apreté el paso mientras me dirigía al Gran Comedor, donde seguramente ya habría empezado la Ceremonia de Selección de los alumnos de primero. Lo último que deseaba el primer día del curso era llevarme una reprimenda del Profesor Snape.

El Legado de la Oscuridad (Parte I): El Heredero de SlytherinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora