CAPÍTULO 18. EL BAÑO DE LOS PREFECTOS

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Habían pasado unas semanas desde que me había enterado de que la familia Riddle y la familia Sallow estaban conectadas por una especie de triángulo amoroso, mágico y deprimente desde hacía un siglo. Me había resignado a que jamás podría usar la varita de magia antigua: el único foco de magia antigua conocido había muerto con Ominis Gaunt hacía años.

Mientras la nieve de finales de noviembre llenaba los exteriores del castillo de Hogwarts, yo había intentado centrarme en los estudios para no pensar en Mattheo Riddle. En los labios de Mattheo, en sus manos recorriendo mi piel, y en su perfecta polla. Obviamente, no había funcionado.

Por suerte, había dejado de prestarme atención: cuando nos cruzábamos en alguna clase o en la Sala Común, simplemente hacía como si yo no existiera. En realidad, que se comportara así lo hacía todo más fácil.

Estaba anocheciendo, así que decidí volver al castillo. Últimamente llevaba a Sepulchria y a sus polluelos comida al nido. Había decidido llamar así al hipogrifo negro que casi nos arranca la cabeza a Mattheo y a mí.

Estaba cansada y congelada, así que agradecí a Pansy mentalmente por haberme chivado la contraseña del baño de los prefectos. Merlín sabía que necesitaba un buen baño caliente, y un rato en soledad...

Cuando llegué al quinto piso, adelanté la estatua de Boris el Desconcentrado y me detuve frente a la cuarta puerta a la izquierda.

—Frescura de pino —pronuncié la contraseña, haciendo que la puerta se abriera al instante.

Bajé las escaleras que se extendieron ante mí e inhalé el aire húmedo de la lujosa habitación. Las paredes estaban revestidas de azulejos de cerámica de tonos cálidos, y el suelo era de un mármol elegante. Las lámparas parpadeantes iluminaban la habitación con una luz suave y dorada, creando una atmósfera acogedora.

En el centro del baño, se encontraba la gran piscina circular de agua tibia y burbujeante, que era conocida por tener propiedades relajantes y curativas.

Me quité la túnica y la doblé sobre el mueble del lavabo, y estaba a punto de desabrocharme la camisa cuando vislumbré a través del reflejo del espejo un matojo de pelo castaño encrespado por la humedad.

—¿Granger? —pregunté.

La chica se sobresaltó de forma exagerada y salió rápidamente de la enorme bañera, cuando me di cuenta de que no estaba sola. Y ese pelo pelirrojo era inconfundible.

—¡¿Weasley?! —exclamé, con voz demasiado aguda.

—¡No es lo que parece! —dijo Hermione Granger apresuradamente, mientras se acercaba a mí.

—Vaya... Esto sí que no me lo esperaba —admití, atónita por la escena que acababa de presenciar.

Ron Weasley también salió apresuradamente de la piscina, envolviéndose en un albornoz naranja, mientras permanecía mortalmente callado.

—Esto no es... Espera —dijo Granger, entrecerrando los ojos. —¡Tú no eres prefecta! No puedes estar aquí, Rosalie —me recriminó, estirando la barbilla.

—¿En serio, Granger? —pregunté con sarcasmo, sin poder evitar reprimir una sonrisa. —¿Deberíamos preguntarles a Cormac y a Lavender si vosotros dos podéis estar aquí? —alcé una ceja.

Según los últimos cotilleos de Pansy, Hermione Granger estaba con Cormac McLaggen, y Ron Weasley salía con Lavender Brown.

—Yo... —empezó Granger, sonrojándose. —Creo que lo mejor será hacer como si no nos hubiéramos visto, ¿qué te parece?

—Buena idea —asentí, todavía con una sonrisa en los labios.

—Genial, hasta luego Rosalie —se despidió, antes de salir apresuradamente del baño con Ron Weasley.

El Legado de la Oscuridad (Parte I): El Heredero de SlytherinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora