CAPÍTULO 17. EL PENSADERO

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Parecía encontrarme en el Gran Comedor de Hogwarts, pero era muy diferente. Las mesas y bancos eran más antiguos, los profesores que cenaban en la mesa principal no eran los que yo conocía, y el uniforme de los alumnos era anticuado: las chicas llevaban faldas demasiado largas para mi gusto, y los pantalones conjuntados con chalecos que llevaban los chicos eran demasiado formales.

La respiración se me detuvo durante un momento cuando me encontré con una chica exactamente igual que yo, pero con el cabello oscuro. Llevaba una corbata de Slytherin, y su rostro preocupado y ojeroso estaba pálido, mientras comía con desgana del plato.

Había visto retratos de mi tatarabuela Rosalie Sallow antes. Nuestro parecido era evidente, pero jamás pensé que sería prácticamente una copia suya.

—¿Rosalie? —llamó alguien

Me giré instintivamente al escuchar mi nombre, pero obviamente no me estaban llamando a mí, sino a ella.

—Ominis, estoy aquí —sonrió ella, apática.

Ominis Gaunt se movia entre las mesas usando su varita como guía. Había leído en los diarios de mi tatarabuelo que era ciego de nacimiento. Enseguida llegó a nuestro lado, y se sentó junto a mi tatarabuela.

Lo observé atentamente, intentando averiguar si mantenía algún parecido con Mattheo. A simple vista, no se parecían en absoluto: Mattheo tenía el cabello oscuro y los ojos castaños, mientras Ominis era más rubio y con los ojos azules. Aunque, si prestaba la suficiente atención, podía ver en los ojos de Ominis el mismo brillo de astucia e inteligencia que caracterizaban los de Mattheo.

—¿Has pensado en lo que debemos hacer? —preguntó Ominis, bajando la voz.

—No podemos delatarlo, Ominis... Es nuestro amigo —murmuró, moviendo con el tenedor los restos de comida que le quedaban en el plato.

—Amigo, claro... —farfulló Ominis.

—¿Disculpa? —preguntó Rosalie, levantando una ceja.

—Sebastian mató a su tío Solomon delante de tus narices, Rosalie —bajó aún más la voz Ominis. —¡Y aún así lo justificas!

—Ominis, sabes tan bien como yo que Sebastian solo quería ayudar a Anne —dijo Rosalie, adoptando un semblante duro. —Fue un accidente. Si lo delatamos, lo llevarán a Azkaban.

—Anne está dispuesta —dijo simplemente Ominis, mientras se encogía de hombros.

—Es increíble... —soltó Rosalie, exasperada, cruzándose de brazos.

—¿De verdad no ves lo que pasa, Rosalie? ¡Por lo menos, admite que estás enamorada de él! No te mientas más a ti misma, ni a los demás.

—Y si así fuera, ¿qué más te da Ominis? —preguntó ella, admitiéndolo a medias.

Ominis abrió la boca para responder, pero volvió a cerrarla. Sin decir nada más, se levantó de la mesa y abandonó el Gran Comedor.

Una especie de humo gris empezó a emborronar mi visión. Cuando desapareció, ya no estaba en el Gran Comedor, sino en una pequeña cabaña. Al mirar por la ventana, me di cuenta de que estaba en Feldcroft, aunque era muy diferente a la actualidad.

Mis tatarabuelos, unos jovencísimos Rosalie y Sebastian estaban de pie, frente a una pequeña cama. Una chica rubia permanecía tumbada en ella. Tenía los ojos cerrados, y enormes gotas de sudor descendían por toda su frente. Estaba sufriendo...

Sebastian sostenía su mano pálida, mientras no le quitaba la vista de encima.

—Está muriendo, Rosalie... No aguantará mucho —se lamentó.

El Legado de la Oscuridad (Parte I): El Heredero de SlytherinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora