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EL SUEÑO, SEGUNDA PARTE:

LA SENSACIÓN DE CUMPLIR LAS NORMAS


El pasillo de su casa era largo y estrecho, en forma de L. Su habitación estaba al final, aunque por el camino vi que también había un par de dormitorios decorados con diferentes estilos. "Parece que vive con alguien, quizá su familia", suspiré aliviada, descartando la posibilidad de que tuviera una "habitación oscura", y con ella, también descarté todo tipo de estereotipos y ficción sobre magnates sádicos. Tan sólo era un chico normal.

Llegamos a su habitación. Me gustaba su estilo, algo minimalista, pero no tenía ninguna esquina sin decorar. Su color favorito, intuí, debía ser el morado, porque casi toda la habitación era de ese color. Cuando dejé de inspeccionar su cada rincón de su cuarto, noté que me estaba mirando fijamente, así que le devolví la mirada.

—¿Te gusta? —Sonrió cálidamente, moviéndose hacia su cama y sentándose de golpe, luego le dio unos pequeños golpecitos al colchón de su lado, indicándome que me sentara con él—. No te voy a mentir, no eres la primera a la que traigo aquí, pero por lo menos me he asegurado de que estuviera limpio, ¿no?

Si estaba nerviosa, ese comentario me hizo olvidarlo. Se había esforzado mucho en hacer una buena impresión. Fue conmovedor, casi romántico, y justo después de pensar eso, me reí, quitándole importancia y acercándome a él.

—No está mal —dije, echándole otro vistazo rápido al dormitorio—. De hecho, está muy bien —Me giré para que pudiera verme totalmente de frente, inclinando mi cuerpo hacia él a la vez que apoyaba mis brazos en su cama—. Entonces, ¿qué viene ahora? ¿La charla o el sexo?

Él sonrió y me miró como si quisiera tocarme y le estuviera costando contenerse. Mi pregunta, fuera de ser un intento por conocer sus intenciones, era una demostración de lo desesperada que estaba por romper la distancia entre nosotros. Me alegró notar que él estaba en mi misma página, así que simplemente le observé levantarse y buscar algo en un cajón.

—¿Recuerdas las normas? —Me preguntó, volviendo hacia mí con un antifaz negro de bordes morados.

—Sí.

—Perfecto.

Lo miré hasta que el antifaz no me dejó, y lo siguiente que sentí fue una lluvia de besos que empezaba en mi boca y acababa en mi cuello, cerca de la clavícula. Yo me quise aferrar a su cuerpo, pero él me lo impidió levantando mis brazos y quitándome la camiseta. Comprendí rápidamente cuál iba a ser la temática de nuestro juego, pues con los ojos cerrados, mi sentido del tacto se agudizaba con cada roce. Mi piel se erizaba cada vez que notaba sus dedos por mi cuerpo, desnudándome lentamente, dejando un rastro húmedo de besos que me hacía temblar y arquear la espalda cuando se acercaba a la parte baja de mi vientre.

Sin embargo, se detuvo ahí, y cuando estuve por preguntar por qué se había parado, sentí cómo me quitaba los zapatos, después los calcetines, los pantalones y las bragas.

"Por favor, que no me huelan los pies. Dios, si me escuchas..."

No pude continuar mi rezo. Sentí la humedad de su boca recorrer la planta de mi pie izquierdo, y una descarga de placer me poseyó, tomándome completamente desprevenida. ¿Acababa de gemir... por eso...?

Antes de siquiera analizarlo o avergonzarme, él continuó haciendo quién sabe qué con su lengua sobre mi pie, y yo me limité a sentirlo y retorcerme de placer por lo que pareció toda mi vida.

Indiferencia Glacial [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora