Estaba terminando de retocar mi maquillaje mientras admiraba, mentalmente, el atuendo que había elegido: un top de cuero negro con cordones que combinaba en color y textura con la otra pieza del conjunto; unos pantalones cortos de cintura ceñida; unas botas con hebillas que prácticamente me llegaban hasta las rodillas; y, por supuesto, mi collar de consideración y mi pulsera de protección. Sabía que era algo psicológico, pero sentía mi piel arder bajo el tacto de esos dos accesorios tan significativos.
El suave sonido de unas manos tocando la puerta desvió mi atención y me generó una sonrisa. La abrí, emocionada por recibir a mi mejor amiga en mi casa.
—¡Daniela! —No pude contener mi emoción y la abracé fuertemente. Llevábamos lo que parecía una eternidad sin vernos y, debido a los exámenes de la universidad de mi morena favorita, apenas encontrábamos el tiempo para enviarnos mensajes.
Iba vestida con un jerséy marrón, unos pantalones vaqueros y unos pendientes de aros dorados que le daban ese toque tan picante a su estilo. A pesar de saber que no íbamos a salir de casa, ella, como yo, se había esforzado en su maquillaje y su peinado. Solíamos parecer hermanas: vestíamos igual, nos maquillábamos igual y teníamos mucha química. Sin embargo, con todo lo que había vivido en los últimos meses, mi apariencia se había vuelto algo más oscura y gótica, y Daniela, por el contrario, seguía manteniendo su estilo callejero y relajado de siempre.
—¡Bel! —Alargó la "e", correspondiéndome el abrazo con el mismo entusiasmo.
—Ay, cuánto te he echado de menos.
—Sí, menos mal que hemos encontrado tiempo para vernos. ¡Tengo tantas ganas de ponernos al día! —Nos separamos, contagiadas por la nostalgia y la alegría de una amistad que se remontaba a los tiernos años de la infancia, y que, esperaba, fuera algo eterno. ¿A quién no le gustaría envejecer con una persona que permanecía a su lado desde sus épocas más vergonzosas?
—Anda, entra, que tengo las pizzas en el horno. —Entonces, la sonrisa de Daniela amenazó con desaparecer. Me escaneó entera hasta detener su recorrido, de nuevo, en mis ojos.
—Te queda... muy bien esa ropa. ¿Es nueva? —Dijo en un tono bajo.
—¡Gracias! —ambas nos adentramos al salón, yo tuve que hablar algo más alto, porque me metí a la cocina para sacar la cena—. Y sí, me la ha regalado Ángel. Íbamos a quedar para ir al centro comercial, pero le surgió algo en su trabajo, o algo así, dijo.
—¿Sigues aceptando su dinero? Pensé que ya te habrías hartado de él. —Pude intuir, por el tono, que estaba frunciendo el ceño.
—Oh, claro, no te lo he contado... —me acerqué a la mesa baja que quedaba frente al sofá, colocando dos platos enormes y humeantes frente a mi descontextuada amiga— Aquí tienes, una de pepperoni y otra de champiñones y jamón cocido.
Con una porción de pizza cada una, nos acomodamos en el sofá y empezamos a charlar sobre los últimos acontecimientos de nuestras vidas. En concreto, ella me habló sobre su novio y de sus planes a futuro, y yo le conté, a detalle, todo lo relacionado a Ángel, Anna y el BDSM que había aprendido en el último mes.
De vez en cuando, notaba cómo Daniela se removía en su sitio y retorcía la ropa que cubría sus brazos con los dedos, simulando unos pellizcos de sincero nerviosismo. Suspiré, decidiendo cortar mi discurso para averiguar lo que atormentaba la mente de mi amiga.
—¿Qué es lo que pasa? —Crucé los brazos inconscientemente, preparada para lo que podría ser otra charla sobre mi seguridad y mi integridad como persona.
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Indiferencia Glacial [+18]
Romance¿Hasta dónde puede estar una dispuesta a arriesgarse para descubrir los límites entre el dolor y el placer? Isabel goza sin compromiso ni pudor de su sexualidad, de manera responsable, claro, hasta que conoce a Eric. Por él, rompió sus reglas. Por é...