Un pitido demasiado agudo me taladraba el mismísimo cerebro. No me atreví a abrir los ojos todavía, todo mi cuerpo pesaba y se sentía adolorido, como si miles de agujas estuvieran atravesándome a la vez. Cuando sentí que el entumecimiento se desvanecía, la incomodidad me arrasó por la postura tan antinatural en la que estaba. Traté de incorporarme, pero levantar mis brazos se estaba volviendo una tarea agonizante. Mi cuerpo se sentía extraño. Y no únicamente por los evidentes moratones que tenía, sino por un aberrante dolor en mi abdomen bajo que destacaba por encima del resto de mis heridas.
Me costó lo que pareció una eternidad enderezarme, y ahí fue cuando me di cuenta de que estaba sobre un viejo colchón desnudo, al igual que yo. Abrí los ojos lentamente, pues sabía que, aunque era muy poca la luz con la que podía contar, esta me haría daño. Lo primero que hice fue palpar mi cuerpo, por si eso me ayudaba a calmar mis temblores del frío y del miedo y me daba alguna garantía de seguridad, pues no quería pensar en lo que todas estas nuevas heridas significaban.
Miré hacia delante: la única luz que me iluminaba provenía de un ordenador convenientemente encendido y desbloqueado. Eso me erizó completamente la piel. La persona que me había traído hasta este lugar, estuvo aquí hace poco. Me levanté, o más bien me arrastré hasta el final del colchón, y traté de sostenerme sobre mis débiles piernas. Busqué en la semi-oscuridad alguna ventana o puerta por la que pudiera huir, pero lo único que había en esa habitación era la mesa con el ordenador, una silla, la cama y unas escaleras.
Intentando acallar mis quejidos, comencé a tantear las paredes en busca de algún interruptor. Fue cuestión de tiempo encontrarlo, y cuando lo encendí, tuve que cubrir mis ojos con mis manos. Era demasiado. Pero estaba viva, y tenía que salir de ahí.
Mis manos se retiraron, la duda impregnada en sus movimientos, para dejarme ver un escenario que me dejó petrificada: una bombilla colgaba de un único cable sobre el colchón en el que había despertado, donde estaban todas mis ropas arrugadas y desperdigadas encima de él; sobre la mesa central, el ordenador estaba rodeado de pañuelos, latas de cerveza y colillas; una impresora amenazaba con caerse a un lado del escritorio; las paredes, cuya extraña textura había estado ignorando hasta el momento, estaban completamente empapeladas con fotografías. Se me cortó la respiración en cuanto me cercioné de que todas y cada una de ellas eran mías o tenían relación conmigo, como mi casa, mi antiguo edificio, mi universidad, mis amigos... Mareada, seguí caminando hacia el ordenador, en una especie de trance que me sumía más y más en la oscuridad que se había adueñado de mi vida.
Para añadir más morbosidad al asunto, el fondo de pantalla del ordenador, era una foto mía... ¿dormida? Estaba acostada en mi cama, por el ángulo, la fotografía debió haberse hecho desde la ventana. Pero mi piso estaba bastante alto, ¿cómo había sido capaz de...? No, esa no era la pregunta, en realidad, ¿quién podía ser el puto chalado que me había estado fotografiando a escondidas?
De mi mente empezaron a brotar aquellos recuerdos que tanto odiaba, todas esas sensaciones de inseguridad, la ansiedad al sentir que me observaban allá donde fuese, las desapariciones, los mensajes, los cambios repentinos en su comportamiento y, sobre todo, el rostro inexpresivo de Eric con el que, en un principio, fingía que mi existencia para él era irrelevante. Pero no podía ser él, no, habíamos resuelto ese malentendido. Lo habíamos resuelto y todo entre nosotros volvió a la normalidad.
<<¿Es lo que piensas de verdad?>>
Una voz en mi cabeza sonaba tan enfermiza como el lugar en el que me encontraba. Sentía que, con cada respiración, aspiraba un veneno que destrozaba la poca salud mental que me quedaba. ¿Era realmente lo que pensaba, o era lo que quería pensar?
Reprimí las ganas de vomitar cuando abrí una de las carpetas que tenía mi nombre en mayúsculas junto con un corazón. En ellas, encontré una serie de imágenes eróticas propias de un profesional. En todas salía de la misma manera: completamente desnuda y extasiada sobre una cama que no era la mía. Quise obviar todas las pistas que me indicaban de dónde eran esas fotos, pero por más que lo intentara, mi mente no pudo negar que no sabía a quién pertenecía ese antifaz morado.
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Indiferencia Glacial [+18]
Romance¿Hasta dónde puede estar una dispuesta a arriesgarse para descubrir los límites entre el dolor y el placer? Isabel goza sin compromiso ni pudor de su sexualidad, de manera responsable, claro, hasta que conoce a Eric. Por él, rompió sus reglas. Por é...