Parecía que había pasado mucho tiempo tras aquella velada tan extravagante, pero lo cierto es que sólo pasó una semana desde entonces. El tiempo transcurría tan lento cuando estaba metida en mi rutina que casi había olvidado lo que era darle un toque picante y divertido a mi vida, por eso, me reservé la tarde del domingo siguiente para Ángel.
Habíamos estado hablando de ello en privado, como nos dijo Anna, sobre tener o no una relación de dominancia con Ángel, y por ello llegamos al acuerdo de seguir los pasos tradicionales y dejarnos tiempo de sobra para conocernos y decidir si realmente ambos queríamos una relación así. En consecuencia, Ángel me regaló un "collar de consideración", que era básicamente una gargantilla con un pequeño colgante con una decoración simple. En realidad, la forma del colgante no importaba mucho, lo importante era el collar en sí.
Ambos me explicaron que, tradicionalmente, este colgante se le da a la sumisa como señal de que está conociendo a un Dominante y, como su nombre indica, están bajo consideración los términos de la relación. Era útil para otros Dominantes, ya que estos sabrían cómo debían comportarse con tan solo mirar ese collar.
Los siguientes collares, señales de que la relación avanzaba, eran los de entrenamiento y sumisión. Con el primero, se llevarían a cabo todas las cosas pactadas durante el período de consideración, y con el último, se formalizaba la relación entre el Dominante y la sumisa.
Miré al suelo de mi habitación, pensativa. En concreto, mi mirada estaba fija en la caja de correos que me había llegado esa misma mañana y que había abierto, dejando al descubierto el collar de terciopelo que Ángel me había regalado. Pese a haber aceptado aventurarme y dar este paso, me intimidaba la idea de ponerme ese collar, tal y como Ángel me había ordenado por mensaje, al saber que lo había recibido. Ya iban a ser dos cosas que me pondría relacionadas al BDSM: la pulsera de protección, que había decidido llevar conmigo, confiando así en el buen juicio de mis "protectores"; y esa gargantilla negra de la cual colgaba un pequeño colgante de plata en forma de ocho, o de infinito vertical, según se vea.
Quizá, Ángel tenía razón y tenía una idea equivocada de lo que era la sumisión. Suspiré, tomando por fin el collar en mis manos, para después colocármelo cuidadosamente en el cuello. Miré mi reflejo, la gargantilla se sentía extraña en mí, hasta me parecía que resaltaba incluso más que la pulsera. Seguramente todo eso era porque conocía el significado de esos objetos, los cuales para cualquier otra persona podrían hasta llegar a ser parte de su estilo o forma de vestir.
La alarma de mi teléfono me sacó bruscamente de mis pensamientos: era hora de ir al laboratorio. Por desgracia, era martes, y eso sólo podía significar una cosa: el profesor estaba dando clases y teníamos que trabajar solos, y por ende, terminaríamos más tarde de lo normal. Con esa expectativa en la cabeza, me subí al coche y conduje hasta el supermercado, quería asegurarme de comprar bastante comida para mi cena y para la de algún compañero despistado.
Al final, entré con una bolsa hasta arriba de comida y picoteo suficiente para pasar la tarde.
Los papeles, los matraces, las muestras y los demás aparatos fueron mi mejor compañía durante la jornada. Adoraba trabajar en solitario, ignorar el movimiento del reloj que colgaba sobre la gran pared del laboratorio, observar las reacciones, medir los elementos, anotar los resultados... Era una suerte no estar enterrada en los informes este día, pero, evidentemente, hoy era únicamente una excepción a mi rutina.
Recogí mis cosas y salí, despidiéndome de mis compañeros. Algunos de ellos se habían fijado en mi gargantilla y me habían halagado. Cada vez que eso pasaba, mi corazón latía con fuerza, recordando tanto el significado como las palabras de Ángel...
<<—Hay un par de cosas importantes que debes saber, ya que no voy a poder estar a tu lado todo el tiempo —la voz de Ángel por teléfono era suave y pausada. Me hablaba con cariño desde su lugar de trabajo—. La primera es que sólo yo puedo quitarte el collar, y la segunda es que no puedes permitir que nadie lo toque, tan solo tú y yo podemos tocarlo.
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Indiferencia Glacial [+18]
Romansa¿Hasta dónde puede estar una dispuesta a arriesgarse para descubrir los límites entre el dolor y el placer? Isabel goza sin compromiso ni pudor de su sexualidad, de manera responsable, claro, hasta que conoce a Eric. Por él, rompió sus reglas. Por é...