10| La voz de la incertidumbre

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Tener a Eric de nuevo en mi vida cambiaba completamente la perspectiva de las cosas: volvimos a hablar diariamente, y las llamadas y videollamadas volvieron poco tiempo despúes. Aunque es cierto que ya no nos veíamos tan seguido, sentía que lo tenía más cerca. Ya no era incómodo cuando nos cruzábamos por la calle o en el supermercado, en lugar de mirarme fríamente, me sonreía e intercambiábamos algunas palabras.

El fin de semana llegó antes de que pudiera darme cuenta. Mientras terminaba de arreglarme, Daniela caminaba en círculos por mi habitación, suspirando de vez en cuando. Estaba nerviosa porque no iba a poder acompañarme a la fiesta, y tenía la sospecha de que Eric estaría.

—Tranquilízate, me dijo que no iba a ir. —Dije yo, con la esperanza de que dejara de actuar así.

—Dijo que no sabía si podría ir —Recalcó, sentándose por fin en la cama y mirándome con los ojos entrecerrados—. No me fio de ese tipo.

La intuición femenina de mi amiga a menudo era un problema con el que tenía que lidiar, ya que fallaba más veces de las que acertaba. Por otra parte, ya habíamos aceptado que lo del acoso no fue más que una dicha del destino, aunque nuestra relación no fue un paso más allá de la amistad. Tenía que recuperar la confianza perdida. 

Lo único que le daba algo de misterio a mis días, era ese sobre vacío de mi admirador secreto. A Daniela y a mí nos gustaba hacernos películas sobre quién podía ser, y casi siempre terminábamos pensando que era el profesor, o el chico tímido que me ayudaba a menudo. Esa clase de "misterios" y dramas mundanos me recordaban que la vida era mucho más sencilla para otras personas: no habían roles ni ataduras, las cosas sucedían con una armonía envidiable. Pero claro, todo tenía sus ventajas, yo disfrutaba mi vida hasta las últimas consecuencias, y me maravillaba con cada nueva perversidad que encontraba.

Me ajusté la cinta que sujetaba mi vestido negro por la cintura. Anna me recomendó ir de ese color, cosa que haría de todas formas, ya que me gustaba el contraste que hacía tanto con mi piel como con mi pelo, el cual trencé y dejé caer por el hombro. Cogí un pequeño bolso con decoraciones en plata y metí todo lo que necesitaría: desde mi teléfono cargado hasta un spray antiagresión, por si las moscas.

Daniela se despidió de mí cuando crucé las puertas que daban a la estación de tren, no sin antes recitar una serie de frases y restricciones propias de una madre preocupada por su hija el primer día de clases. Después, le envié un mensaje a Anna para avisarle de que salía y estaría en breves. El plan era ir, pasar un buen rato, conocer gente y volver lo suficientemente sobria antes del último tren de las doce. Pan comido.

Esperar intimidad en cualquier vagón de un tren era inútil, por eso no me gustaba aceptar llamadas hasta terminar el viaje, pero cuando mi móvil sonó y vi el nombre de Eric en la pantalla, no pude evitar descolgar el teléfono.

—Eric, estoy en el tren, igual no te escucho bien, pero dime.

—Te llamo para pedirte un favor. —La voz de Eric se escuchaba agitada, pero sabía que hacía ejercicio, así que no le di muchas vueltas.

—Dime.

—No vayas al evento. —Me quedé un rato procesando. ¿En serio me acababa de pedir eso?

—¿Y por qué no?

—Yo... No voy a poder ir.

—¿Y? —no hubo respuesta, así que continué— Yo sí que voy.

—¿Y si... te invito a cenar esta noche? —Sugirió. No sabía lo que le había golpeado hoy en la cabeza a Eric, pero no soy una persona que se aguante las tonterías de los demás.

—Me invitas otro día.

—Isabel, hazme caso.

—¿A ti qué te pasa? ¿Esperas que acepte cualquier cosa que me digas sin una razón? —Levanté la voz. Aún así, pude escuchar el tráfico a través del micrófono de Eric.

Indiferencia Glacial [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora