13| No es látex todo lo que reluce

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La noche acompañaba a la tormenta, que empapaba las calles con una lluvia limpia y vertical. Respiré profundamente el pesado aire de la ciudad, que aún así era más puro que el que se respiraba dentro del local al que había ido, acompañada de Anna y, por supuesto, de Ángel. Las frías gotas de agua que dejaba caer en mi amplio escote, me traspasaban como el paso del tiempo, el cual se movía a una velocidad pasmosa. Era tan cierto como que había pasado más de un mes desde que aquel hombre de actitud prepotente pero cariñosa, me había obsequiado con el que fue mi primer collar, símbolo iniciático en el camino de la sexualidad más alternativa.

Ahora, lucía con orgullo mi nuevo collar de entrenamiento, de cuero rojo y negro, con una argolla en forma de corazón en el centro, indicativo de que mi periodo de consideración había terminado. No habíamos firmado ningún contrato al uso, como algunas personas piensan que se hace o debería hacerse, sin embargo, habíamos marcado en una lista los límites de cada uno, y, por supuesto, habíamos establecido una palabra de seguridad.

Me había fijado en que mi apariencia logró captar las curiosas miradas de un pequeño grupo de adolescentes hormonados, quienes cuchicheaban, lógicamente, acerca de mi nueva gargantilla. 

A veces me olvido de que vivimos en un tiempo en el que la información, sea veraz o no, se encuentra al alcance de nuestros pulgares. Y que seguramente aquellos niños alcoholizados conocían algún que otro término relacionado al BDSM. Quién sabe, hasta podría resultar que muchos de ellos lo practicaran de manera abierta y casual.

Además de ese collar, habían muchas cosas nuevas en mi vida, como la ausencia de mi mejor amiga, Daniela. Nos habíamos distanciado en ese último período de tiempo por una discusión: ella me dijo, entre lágrimas, que estaba cambiando a mal, que me estaba metiendo en un embrollo demasiado extraño, que yo no comprendía lo que todo eso le estaba haciendo a mi cerebro, que seguramente pronto me arrebatarían la voluntad, algo a lo que, en otro tiempo, jamás hubiera tenido la osadía de renunciar, y que ella no iba a quedarse para ver cómo me destrozaba.

<<... pero, si vuelves en ti... ya sabes dónde encontrarme.>>

Eso fue lo último que me dijo antes de irse. Me pareció increíble cómo había decidido arruinar nuestra amistad por un poco de cuero y rol. ¿Amistad para siempre? Y una mierda. Una verdadera amiga me apoyaría incondicionalmente, me acompañaría, aún sabiendo si me estoy equivocando. Y, por encima de todo, no me montaría un numerito en mitad de un parque abarrotado de gente sobre si estoy o no enferma mentalmente.

¿Cómo se le ocurre decirme algo como eso, despúes de todo lo que hemos pasado juntas? Yo estuve con ella desde el primer momento, y ella sólo se empeña en decir que he cambiado. Cosa que, de haber sucedido, ¿qué tiene de malo? Todas las personas cambiamos y nos moldeamos a partir de nuestras experiencias. Es normal que, ahora que he descubierto que me gusta este lado de mi sexualidad, quiera expresarlo de la manera en la que siempre lo he hecho: por todo lo alto.

Me apoyé en la mugrienta pared que quedaba a pocos metros del local y me dejé caer hasta el suelo, importándome poco si en el proceso manchaba la chaqueta que cubría mi croptop tipo croset de polipiel negro que empalmaba con unos pantalones de cuero del mismo color. Inmediatamente después, saqué mi teléfono para revisar las notificaciones, en concreto, las de PervLover. Estas se habían vuelto cada vez más escasas debido a que todas las personas que me querían hablar debían contactar primero con Anna, mi protectora, y Ángel, mi Dominante.

Apagué el móvil al sentirme observada, pero como de costumbre, no había nadie mirándome o disimulando sospechosamente. Suspiré, agotada mentalmente por la intensidad de mi paranoia, la cual se volvió más intensa desde que Eric dejó de hablarme, desapareciendo casi al mismo tiempo que Daniela. No voy a mentir, fue drámatico y hasta cierto punto un tanto traumático. Ellos eran las únicas personas que me conocían de mi pasado. Aunque, sin duda, perder a mi mejor amiga fue lo que más me dolió.

Indiferencia Glacial [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora