17| Tómame el pulso

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Vacío.

El salón, desolado, parecía imperturbable a pesar de todas las emociones que me consumieron en ese mismo lugar. No se escuchaba ningún sonido a mi alrededor, y eso era un verdadero alivio. Cerré la puerta tras de mí, y cuando me aseguré de que no había manera alguna de que se abriera por accidente, salí disparada hacia el baño, poniendo el pestillo y desbloqueando la pantalla arañada de mi teléfono.

La adrenalina corría por mis venas, y en un atisbo de desesperación, una sóla idea importunó mis pensamientos: escribir a Daniela. Recé porque el teléfono no se apagara, observando cómo descendía rápidamente del quince por ciento, al diez. Al parecer era debido a la cantidad de notificaciones y llamadas perdidas que me llegaron al unísono, pues cuando abrí el chat de mi ex-mejor amiga, la batería se mantuvo en ese número por unos cuantos minutos más. Escribí lo más rápido que pude lo siguiente: "ESTOY VIVA. ESTOY EN PELIGRO. LLAMA A LA POLICÍA." 

Junto a ese mensaje, decidí enviar también una ubicación, aprovechando la buena cobertura. Ni siquiera me paré a mirar la hora, justo después, marqué los tres números correspondientes a la policía nacional y esperé que los pitidos del tono dieran paso a una voz real.

—Servicio de Emergencias, ¿en qué puedo ayudarle? —La voz aguda de una mujer disparó todas mis hormonas. Tiritando y procurando hablar lo suficientemente bajo como para poder escuchar mi alrededor, contesté.

—Ayúdame por favor, no sé dónde estoy, me tienen secuestrada. —Mi espalda se apoyaba contra la puerta del baño, y yo, sentada en el suelo, sujetaba el teléfono con ambas manos.

—Señorita, ¿podría decirme su nombre?

—Isabel.

—Isabel, ¿sabe quién la mantiene captiva?

—Mi... mi exnovio. Eric. —Las palabras dolían al subir por la garganta. Jamás hubiera pensado que me iba a tocar vivir una de esas historias que se sentían tan lejanas cuando eran expuestas en la televisión y las redes sociales.

—¿Podría darme alguna indicación sobre su paradero? —En otra ocasión, habría entendido perfectamente la pregunta, pero estaba tan ansiosa que todas esas formalidades me marearon levemente.

—¿Qué?

—¿Reconoces algo a tu alrededor que nos ayude a ubicar el lugar?

—No, no, no hay nada a mi alrededor —La operadora empezó a hablar nuevamente, pero la interrumpí al acordarme de los mensajes que había enviado—. Conseguí enviarle mi ubicación a mi amiga. Se llama Daniela. 

—¿Podría indicarnos la ubicación que aparece en el mensaje?

—Su número —Sin embargo, yo estaba muy ensimismada en atender mi propio plan como para responder o asimilar su pregunta—. Su número es...

Indiqué su información de contacto y respondí unas cuantas preguntas rutinarias más antes de tratar de abrir nuevamente el chat que tenía con Daniela, dispuesta, esta vez sí, a mirar la ubicación adjunta a los mensajes anteriormente enviados, pero justo cuando el símbolo verde de la aplicación apareció en la pantalla, el aparato se apagó sin previo aviso.

—¡No! —exclamé, entre la sorpresa y el horror—. Por favor... darse prisa...

Cuando pensé que lo peor había pasado, el estruendoso sonido del motor de un coche aparcando en los alrededores de la casa colmó mis sentidos. El hecho de que seguramente fuera Eric no fue para nada tranquilizador, sabía que no me iba a dar tiempo de poner el móvil en su sitio y no quería dejarme vencer por el impulso de arrojarlo directamente al váter y bajar la tapa. ¿Quién sabe cuántas horas más estaría ahí? Lo único que iba a conseguir con eso era romper mi única vía de escape.

Indiferencia Glacial [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora