08| Sabueso tenaz

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La semana estaba siendo siniestra, más que nada por la cantidad aterradora de informes que me tocaba hacer en el laboratorio. En realidad, era más un aula preparada para las prácticas de física y química de la universidad, que contaba con un pequeño almacén que hacía las veces de despacho. Y ahí estaba yo, entre los armarios repletos de muestras y otros materiales, ordenados perfectamente gracias a una de mis compañeras. 

Ahí, sentada, mi mente se encargaba de analizar miles de datos. Mi profesor pululaba de vez en cuando para corregirme, animarme o simplemente dedicarme algún gesto de aprobación, igual que mis compañeros. Uno de ellos, en concreto, se ofreció para intercambiarme el lugar en varias ocasiones, pero no me gusta que la gente haga mi trabajo, así que tuve que rechazarlo en varias ocasiones.

Así pasaron las horas, apenas siendo consciente de ello, ya que aquel almacén no contaba con ventanas que me indicaran el pasar del día. Por suerte, una de las pocas personas que quedaban en el laboratorio, se pasó para asegurarse de que no había nadie, y al verme, me dijo:

—Isabel, estamos por irnos ya. ¿Te queda mucho? —La muchacha parecía cansada, pero aún así se esforzó por ser amable.

—No mucho —Respondí—. Pero déjame las llaves, que yo me encargo de cerrar.

—Vale, ¿sabes dónde está la taquilla del profesor?

—Sí.

Asintió, dejó las llaves a mi lado y se despidió de mí, deseándome suerte. No tenía toda la noche, y a pesar de eso, tardé una hora más en terminarlo todo.

Con el estómago vacío y mi mente sobrecargada, me arrastré hacia mi mesa, dejando atrás el almacén, y fui a por mis cosas. Suspiré, disfrutando del ambiente aséptico y de la tranquilidad de aquella noche cerrada que, gracias a las luces que cubrían la ciudad, no lo parecía en absoluto. Antes de irme, repasé todos los rincones del lugar, teniendo cuidado de que no quedase nada por recoger (confiaba en mis compañeros, pero nunca estaba de más comprobarlo). 

Entonces, me percaté de una bola de papel arrugada bajo mi mesa. Normalmente una no le prestaría atención a este tipo de cosas, ya que era bastante normal encontrar papeles y bolis esparcidos por el suelo de las aulas. Salvo que, por supuesto, nosotros teníamos una política bastante estricta con respecto a deshacernos de papeles: los echábamos a una trituradora que el propio profesor nos dejaba usar, y que más tarde sería usado ese papel para otra cosa, ya fuera crear papel reciclado o regalárselos a los de artes. Ellos sí que saben hacer maravillas con cualquier cosa. 

Luego, este papel debía pertenecer a alguien del laboratorio. Serían unos apuntes que se habrían caído en un descuido, por el tamaño de la hoja, o incluso la etiqueta de alguna muestra que se había desprendido con el vaivén de los estudiantes cuando recogían la habitación. Sea como fuere, me agaché para desvelar aquel pequeño misterio del día.

—Qué extraño. —Pensé en voz alta, aprovechando que nadie me oía.

Era un sobre de esos que se compran en las papelerías por unos céntimos, y estaba vacío. ¿Por qué alguien llevaría algo así al laboratorio? Usábamos batas y usualmente teníamos todo el material que necesitábamos en el propio aula, así que era raro que alguien tuviera un sobre arrugado en uno de los bolsillos y se le hubiera caído.

Le di la vuelta al sobre esperando encontrar alguna pista, y lo que leí me dejó helada. Se podían leer claramente las palabras "Para Isabel" en letra cursiva, escrito con la tinta de lo que parecía ser un estilógrafo. ¿Quién le enviaba a alguien un sobre vacío?

Le hice una foto y se lo envié a Daniela. Ella, tan pronto como lo leyó, me llamó.

—Hola. —Dije mientras salía y cerraba el aula con llave. Decidí llevarme el sobre conmigo.

Indiferencia Glacial [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora