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Había regresado al gimnasio. Se había propuesto volver a entrenar desde que entendió que Hanseol no tenía derecho de elección sobre él, porque Jimin era el propio dueño de su vida, nadie más. Antes de casarse, le gustaba ejercitarse al menos dos veces por semana, si el trabajo le consumía mucho tiempo. Sin embargo, lo había dejado porque de pronto sentía la necesidad de obedecer a su esposo, incluso cuando no se sentía agusto.

Pero ya no más.

Él era dueño de sus decisiones, de sus palabras y de sus acciones. Eso era lo que estaba aprendiendo a entender y más aún cuando estaba por tener a un maravilloso Alfa a su lado. Debía darse un espacio a sí mismo y no dejarse sobreponer por nadie ni nada.

Si deseaba tenerlo a su lado tenía que quererse a sí mismo. Y eso es lo que estaba empezando a hacer. De todas formas, Jimin nunca dejó de amarse por ninguna razón. Sí, había llegado a sentirse inseguro con sí mismo pero nunca dejó de aceptar y amar lo que era como persona, como Omega.

Terminó de cruzar el pasillo del edificio y atravesó la puerta del gimnasio. Estaba ubicado en el piso más alto del edificio departamental donde vivía, así que no le tomaba mucho tiempo llegar al lugar. Una vez se acomodó frente a la máquina de correr, colocó el termo de agua en el suelo y comenzó a calentar su cuerpo. Estiró sus extremidades en diez minutos y antes de seguir con el entrenamiento, sus ojos se desviaron hacia al frente.

Un hombre estaba ejercitándose de espaldas a él. Tenía una franela sin mangas negra, unos shorts del mismo color y una zapatillas blancas. Una manga de tatuajes se extendía por todo su brazo derecho. Se encontraba levantando pesas y el sudor se pegaba a su piel como una segunda capa, traslúcido. No pudo despegar la mirada de él.

Frunció el ceño con curiosidad. Podía reconocer esa altura y ese cuerpo donde lo viera.

Era Jungkook.

Pero lo ignoró, sí. Ignoró los latidos de su corazón, la opresión en su pecho y la picazón en todo su cuerpo.

Se volteó y siguió en lo suyo.

Se subió a la máquina y pulsando un solo botón, esta se encendió. Ajustó la velocidad a una media y trotó, con la mirada en el ventanal a su frente y la mente en el Alfa a tan solo metros de él. No podía pretender que no se encontraran cuando, por casualidad, vivían en el mismo edificio.

La música se oía por los altavoces, dándole un ambiente más animado a los que estuvieran entrenando en ese gimnasio. El rubio pudo reconocer la canción de inmediato; Believer de Imagine Dragons.

Cuando pasaron quince minutos aumentó la velocidad un poco, evitando sobrepasarse. Sus piernas se cansaron rápidamente. Su rostro y cuello se llenaron de sudor y tuvo que detener la caminadora cuando no pudo más. Su corazón estaba acelerado y tenía la respiración agitada.

Estaba bastante cansado, más de lo que quería admitir. Y sabía que no podía sobreesforzarse porque apenas había recobrado el ejercicio después de tres años, a parte de las clases de danza que tomaba una vez por semana. Pero era todo eso. Unas clases de danza no se comparaban con ir al gimnasio, eso último era definitivamente más difícil y requería de mucha más resistencia física que el baile.

Su energía se agotó. Se bajó de la máquina como pudo y se sentó en una banca cercana, inhalando y exhalando por la boca para tratar de calmarse.

Pero no decidió darse por vencido, así que se puso de pie y siguió trotando en la caminadora. Daría todo lo que pudiera de sí esa noche, de eso estaba seguro. Jimin no era de los que se rendían fácilmente, él daba todo de sí en cualquier ocasión y esa vez no sería distinto.

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