Capitulo 7

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La miro mientras duerme en la cama de mi habitación, su rostro tranquilo a pesar de todo el dolor que ha soportado. Bella. Mi Bella. Nunca he conocido a alguien tan fuerte y tan hermosa, por dentro y por fuera. Es increíble cómo esta chica, que trabaja en mi casa para ayudar a su familia, se ha convertido en el centro de mi universo.

Recuerdo el primer día que la vi. Era tímida, hablando en voz baja, disculpandose de todo. Sin embargo, Fue ella quien me vio cuando nadie más lo hizo, cuando mi familia me dio la espalda y mis amigos Se burlaron de mi.

Recuerdo esa noche. Mi vida estaba hecha un desastre. Alejandro ya estaba comenzando a hundirme y Ana había empezado a distanciarse, atraída por el poder y el encanto superficial de mi hermano. Me sentía solo, desesperado. Bella entró a la cocina mientras me ahogaba en mi propio sufrimiento, preparando un mate para no sentir el hambre que venía con la angustia.

No dijo nada al principio, solo comenzó a limpiar silenciosamente a mi alrededor. Pero luego, se detuvo y me miró. Sus ojos, llenos de compasión, se encontraron con los míos.

—Carlos, no estás solo —dijo suavemente, su voz era como un bálsamo para mis heridas.

Fue en ese momento que supe que ella era diferente. No quería nada de mí, solo estaba allí, consolandome, con todos mis defectos y fallos. Esa noche hablamos durante horas. Me escuchó sin juzgarme, me ofreció consuelo cuando más lo necesitaba. Desde ese día, ella ha sido mi roca, mi refugio en medio de la tormenta.

La amo con locura porque es genuina, porque ve más allá de las apariencias y me acepta por quien soy realmente. Bella es mi verdad. Su bondad, su valentía, su capacidad para encontrar luz incluso en los momentos más oscuros, me inspiran a ser mejor cada día.

No importa lo que pase, siempre estaré a su lado. La protegeré, la cuidaré, porque ella es lo más valioso que tengo. No sé qué hice para merecerla, pero haré todo lo posible para no perderla.

La miro una vez más. Ella es mi todo, y haré lo que sea necesario para asegurarme de que esté a mi lado.

Me acerco y acaricio suavemente su cabello. Bella, mi salvación en medio de la tormenta. Mi rostro se desliza hacia su cuello mientras mi mano se posa en su cintura, sintiendo la calidez de su cuerpo, su aroma.

Ella me deja hacerlo porque le dije que era normal, y que si de verdad me consideraba un hermano, podía abrazarla como quisiera. Aceptó porque la molesté mucho e insistí.

Tengo que ir a ver a Alejandro, lo moleré a golpes.

—¿Qué pasa? —pregunta somnolienta.

—Nada, solo que me iré un momento y no quiero dejarte sola —respondo, tratando de mantener la calma en mi voz.

—Estaré bien, Carlos, yo soy mujer —dice, repitiendo su frase habitual. Cada vez que la dice, es como si se recordara a sí misma su propia fuerza.

Una carcajada escapa de mis labios, no puedo evitarlo; se ve tan linda cuando dice eso.

—Sí, lo eres —le respondo, mirándola con ternura.

—¿Vas a tardar mucho? —pregunta, sus ojos aún entrecerrados por el sueño.

—Sí, tengo que encargarme de algo —le digo, mi voz firme aunque mi corazón late con fuerza, por tenerla tan cerca de mi.

—Bueno, ¿quieres que cocine ravioles? —ofrece.

—Sí, gracias —la abrazo más fuerte.

***

Alejandro me mira con calma, sin levantar mucho la vista de sus papeles.

—¿Qué hacés acá, Carlos? No tenías una cita —dice, con ese tono de superioridad que siempre me saca de quicio.

ArabellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora