capitulo 8

71 1 0
                                    

Narra Julieta

Estaba en la pequeña lavandería de la casa, doblando la ropa con la calma que da la rutina. Mi hijo jugaba en el patio trasero, su risa infantil llenando el aire. Habíamos encontrado una especie de paz en este rincón del mundo, lejos de todo lo que habíamos dejado atrás, lejos de aquel moustro.

Alcé la vista y vi a Mateo correr tras una mariposa, su rostro lleno de inocencia y alegría. Sonreí para mis adentros, agradecida por estos momentos de tranquilidad. Pero esa paz se rompió de repente cuando escuché un coche detenerse frente a la casa.

Mi corazón se aceleró, un presentimiento oscuro instalándose en mi pecho. Intenté calmarme, diciéndome que podría ser cualquiera. Pero cuando vi a Fernández, su figura imponente bajando del coche, el miedo me invadió.

—Mateo, ven aquí —llamé con voz firme, tratando de no mostrar el pánico que sentía. Mi hijo de seis años corrió hacia mí, ajeno al peligro que se acercaba.

Fernández se detuvo en la puerta, observándome con esa mirada que tanto me había atormentado en el pasado. Respiré hondo y me obligué a mantener la calma. No podía dejar que él viera cuánto me afectaba su presencia.

—Julieta —dijo, su voz tan fría y controlada como siempre.

—Fernández —respondí, tratando de sonar más valiente de lo que me sentía. Puse una mano sobre el hombro de Mateo, como si pudiera protegerlo de todo con ese simple gesto.

—Has estado ocupada, veo —comentó, sus ojos recorriendo la casa y luego deteniéndose en mi hijo. Su ceño se frunció y una chispa de ira brilló en sus ojos. —¿De quién es el niño?

Mi corazón se detuvo un momento. Sabía que esta pregunta llegaría, pero no estaba preparada para su intensidad. —Mateo es mío —dije, y vi cómo la furia de Fernández crecía, su mandíbula apretándose.

—¿Tuyo? —repitió con incredulidad y rabia. —¿Te casaste, Julieta? ¿Es por eso que huiste? ¿Para estar con otro hombre?

Negué con la cabeza rápidamente, viendo cómo su mirada se endurecía al no encontrar un anillo en mi mano ni señales de una presencia masculina en la casa. Tape los oídos del mi niño.

—No, no es así. Encontré a Mateo cuando tenia un año, abandonado en un campo. Lo adopté, Fernández. No estoy casada. No hay otro hombre.

Su furia se atenuó un poco, pero la tensión no desapareció. —¿Lo encontraste? —preguntó, intentando procesar mis palabras.

—Sí —asentí, con la voz temblorosa pero firme. —Él no es el hijo de otro hombre. Es solo mío. Yo lo estoy criando.

Fernández se quedó en silencio, sus ojos todavía furiosos, pero ya no con el mismo fuego destructivo de antes. —No puedo creerlo —murmuró, dando un paso atrás.

—Mateo, ve a tu habitación y cierra la puerta —dije con la mayor calma que pude, mirando a mi hijo a los ojos. —Mamá tiene que hablar con este señor.

Mi hijo dudó, su pequeña mano aferrándose a la mía. —Haz lo que te digo, por favor —insistí, rogándole con la mirada.

Cuando finalmente obedeció, me giré hacia Fernández, sintiendo cómo mi valentía se desmoronaba. —Por favor, no nos hagas esto. Déjanos vivir en paz.

Fernández esbozó una sonrisa torcida. —La paz no es algo que se gane tan fácilmente, Julieta. Pero quizá podamos llegar a un acuerdo. Por ahora, vamos a hablar como adultos.

Y así, con mi corazón latiendo desbocado y el miedo anidando en cada rincón de mi ser, supe que la batalla por nuestra libertad apenas comenzaba.

Fernández se acomodó en la silla de la cocina. Me mantuve de pie, mis manos temblorosas tratando de no revelar la desesperación que sentía. Miré la puerta por donde Mateo había desaparecido, asegurándome de que estuviera a salvo.

Que se salbe mi hijo por favor.

—¿Qué quieres, Fernández? —pregunté, mi voz apenas un susurro.

—Quiero respuestas, Julieta —dijo, su tono suave, pero con una amenaza subyacente. —No he venido hasta aquí para nada. Si no por vos, llevarte donde perteneces.

Tomé una respiración profunda, tratando de ordenar mis pensamientos. —Huí porque no te soportaba —confesé. —Tus celos, tu posesividad, me estaban destruyendo. Incluso intentaste matarme, mataste a mi prometido, ¿como podria ir con un moustros como vos?.

Fernández se rió, una risa amarga y sin humor.

—¿Crees que me convertí en esto por casualidad? Te amaba, Julieta. Habría hecho cualquier cosa por ti. Y lo hice. Pero tú nunca lo entendiste, huiste por dos años y me entere de que te estaba por casar.

—Lo entendí demasiado bien —repuse, recordando las noches de miedo y oscuridad encerrada en la habitación por días. —Tu amor se convirtió en una prisión. No podía respirar, no podía ser yo misma. Por eso me fui, Me das miedo, no eras el mismo pibe que me protegio de mi padre, te volviste peor.

— Tenia mis razones, ¿qué? —dijo, inclinándose hacia adelante. —¿Crees que puedes esconderte de mí para siempre? Te encontraré y no dejare que huya de nuevo.

Sentí un escalofrío recorrer mi columna.

— No, no permitiré que destruyas, lo poco que pude construir en estos años.

—No tienes opción —replicó, su voz baja y peligrosa. — Te iras conmigo por las buens. O... —hizo una pausa, sus ojos escrutándome. —Por las malas.

—¿por las malas? —pregunté, mi voz apenas un susurro.

Fernández se levantó lentamente, su mirada fija en la mía. — Tu eres mia, y lo que es tuyo es mio, tu hijo vendra conmigo, a nuetra casa y si tu quieres te quedaras aqui pero ten por seguro que jamas volveras a ver a tu hijo.

No.

Sacudí la cabeza, retrocediendo un paso. —No, no tienes derecho a quitarmelo, no puedes hacerlo.

—Claro que puedo hacerlo, Mi amor, Piensa en Mateo —dijo, su voz suave pero con una amenaza implícita. —Piensa en lo que podría pasar si no vienes conmigo.

Mi corazón latía desbocado, el miedo amenazando con abrumarme. Sabía que Fernández era capaz de cualquier cosa para obtener lo que quería. Casi me mato hace 5 años, ¿sera capaz de lastimar a mateo?

— No quiero volver con vos —dije finalmente. — nunca más voy a estar con vos, ¡andate de aca!.

Fernández me miró fijamente.

— Te quitare a tu hijo, y solo podras verlo si te casa de nuevo conmigo, no seas terca mujer.

Me quedé allí, temblando, mientras Fernández se dirigía hacia mi, las lagrimas caian sin control alguno. Lo odiaba. Todo lo malo que me paso fue por su culpa y ahora quiere quitarme lo que me da luz, a mi niño, mi hijo. No puedo dejar que eso pase, me olculte bien por estos años, ¡¿como mierda pudo encontrarme?!, no puede estar pasandome.

Las lagrimas caian y Fernández me dejo sin espacio, cuando cai al sillon gastado, sus grandes y asquerosas manos, se posaron sobre mi rostro, solo cerre los ojos, rogando que todo esto fuera un sueño.

--- Te extrañe tanto... Juli, amor, jamas nos separaremos de nuevo, estaremos junto hasta dar nuestro ultimo respiró en la tierra.

Junto su labios delgados con los mios, uno lento disfrutando cada momento cada características de esta, sus manos puestas en mis cintura bajaron lentamente a mi gluteo.

--- Por favor, no, no, no. ---

--- Extrañe besarte, tocarte, sentirte, fue un infierno no poder hacerlo, te amo con locura juli. --- Baja a mi cuello mordiento, lamiendo lenta y dolorosamente.

--- Mi hijo me escuchará, por favor, no aquí.

--- Bien, cumplire el deseo de mi futura esposa.

Senti un gusto amargo al escuchar esas palabra salir de su boca, no se como podre huir pero lo hare.



ArabellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora