Capítulo 37

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Alana

Alana llegó a su casa, aún confundida por todo lo que Dylan le había revelado. Rememoró cada parte de la conversación y, al hacerlo, notó que en cada encuentro que tuvo con Sindy después de regresar de su último viaje, su amiga siempre llevaba alguna prenda que cubría sus brazos, lo que le impidió ver algo en sus muñecas. Sin embargo, pudo sentir que todo lo que Dylan le había dicho era cierto; percibió la sinceridad en su mirada.

Janet no se encontraba en casa; había salido con Jeff. Alana entró en su habitación, dejó sus cosas encima de la cama y verificó la hora. Se dio cuenta de que era tarde y que la cena con Dylan se acercaba. Él había insistido en recogerla, pero ella se negó, principalmente porque no quería que hubiera un conflicto entre Jeff y él. Además, aún no había perdonado completamente a Dylan, aún él tenía muchas cosas que explicarle.

Se esmeró en su atuendo, aunque lo hacía más por ella misma que por él. Se vistió con una falda Midi azul oscuro y un top de tirantes blancos, acompañados de un par de tacones negros para ganar altura. Recogió su cabello en una coleta y aplicó un poco de maquillaje, centrándose en resaltar sus ojos.

Cuando estuvo lista, cogió su cartera y su móvil, y le envió un mensaje a Dylan informándole que estaba a punto de salir. Luego, salió de su casa y caminó hacia la avenida, donde tomó un taxi. Al bajarse del vehículo, vio que Dylan la esperaba afuera del local. Sintió un escalofrío y una extraña sensación de temor se apoderó de su estómago. Cruzó la calle y, en ese momento, el ruido de un carro a gran velocidad la hizo apartar la vista de Dylan y voltear hacia su izquierda, donde un vehículo se dirigía hacia ella.

Lo que sucedió después ocurrió en un instante. Vio cómo Dylan corrió hacia ella y la empujó, haciendo que rodara por el asfalto, mientras su propio cuerpo era impactado por el automóvil.

Alana se levantó de inmediato, un poco aturdida por el impacto, pero sin perder tiempo, corrió hacia donde se encontraba Dylan, tendido en el pavimento. Miró hacia el vehículo y se dio cuenta de que lo conducía Bryan Duboin, con Sindy a su lado.

Sin prestar atención a Bryan y Sindy, Alana se centró en llegar hasta Dylan.

— ¡Oh, Dios mío! ¡Ayuda, por favor! ¡Ayuda! — gritó, su voz llena de desesperación. — ¡Mi amor, no me dejes! Te amo, no me dejes.

Los paramédicos llegaron en lo que le pareció una eternidad a Alana, aunque en realidad fue un tiempo relativamente corto. A pesar de su preocupación, Alana había comprobado que Dylan tenía pulso y que su cabeza no parecía haber sufrido daños graves. Rápidamente, los paramédicos lo trasladaron al Hospital Presbiteriano de Nueva York.

Dylan fue llevado a la sala de emergencias para evaluar la gravedad de sus heridas. Alana estaba desesperada y plagada de culpa, ya que él le había salvado la vida. La idea de perderlo le resultaba insoportable.

Más tarde, Janet y Jeff llegaron al hospital para acompañar a Alana. Todavía no sabían nada acerca de la condición de Dylan, lo que la estaba volviendo loca. Necesitaba verlo y estar con él, deseaba saber que todo estaría bien.

Janet, visiblemente enojada, comentó: — Esa mujer es de lo peor. ¿Cómo es posible que ella, junto con ese otro infeliz, intentaran matarte?

Alana asintió con tristeza. — Nunca pensé que Sindy pudiera hacer algo así.

Jeff trató de consolarla, abrazándola cuando empezó a llorar nuevamente.

Finalmente, un médico se acercó a Alana para hablar con ella. Le explicó que, a pesar del impacto, Dylan solo tenía un par de costillas rotas y algunos traumatismos menores. No había órganos dañados y, por el momento, se encontraba estable. Sin embargo, lo mantendrían en observación y sedado durante la noche como medida de precaución.

Alana suspiró aliviada. — ¿Cuándo podré verlo?— preguntó ansiosa.

— Podrás verlo en aproximadamente una hora—, respondió el médico. — Lo trasladaremos a una habitación donde podrás estar con él, pero, como mencioné antes, estará sedado por el momento.

Alana asintió con una sonrisa agradecida.

— Yo cuidaré de él. Gracias, doctor.

Janet la abrazó con fuerza, derramando lágrimas de alivio al enterarse de que Dylan estaba en condiciones estables, a pesar del diagnóstico.

Una hora más tarde, Dylan ya se encontraba en su habitación del hospital. Alana, al verlo, tomó su mano con ternura y la besó suavemente.

— Te amo, mi amor — le susurró mientras acariciaba con cuidado su cabello. Dylan seguía profundamente dormido.

Jeff estaba sentado afuera de la habitación, revisando su móvil, cuando de repente sintió un cosquilleo extraño al levantar la mirada y notar a una mujer acercándose a la habitación de Dylan. Inmediatamente la reconoció.

Sindy venía pensando en Dylan, preocupada por su estado y sintiendo que jamás se perdonaría si algo le pasaba. Sin embargo, cuando sus ojos se encontraron con unos ojos que recordaba demasiado bien para su infortunio, se detuvo abruptamente. Sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo y su corazón empezó a latir descontroladamente. De repente, se sintió vulnerable y desnuda. La voz de Jeff, dura y acerada, la hizo reaccionar.

— ¿Qué haces tú aquí? — le espetó Jeff.

Sindy sintió un nudo en la garganta y no pudo apartar la mirada de Jeff. Al final, respondió en voz baja:

— Necesito ver a Dylan.

— Tu descaro no tiene límites — dijo Jeff, enfurecido.

— ¿Está vivo? ¿Dylan está bien? Necesito verlo — suplicó con voz temblorosa.

La mirada de Jeff era implacable.

— Tú no vas a ver a nadie. Lárgate. Ya has causado suficiente daño.

Sindy levantó el mentón, un gesto que solía hacer cuando se sentía herida y vulnerable.

— No tienes derecho a hablarme así.

— ¿No te cansas de hacer daño? — preguntó Jeff, acercándose a Sindy. — No entiendo cómo estás aquí. Deberías estar tras las rejas o quizás en un psiquiátrico.

A pesar de la situación y de lo furioso que estaba Jeff, Sindy no pudo evitar sentir un anhelo en su corazón. Sin embargo, rápidamente reprimió cualquier emoción que pudiera hacerle más daño.

— Yo no quería hacerle daño a Dylan — soltó entre sollozos.

— ¿Pero a Alana sí, verdad?

— No, te lo juro. Solo era un susto. Yo...

Jeff se rio con amargura.

— Por favor, esa será tu defensa. Supongo que si estás aquí es porque saliste bajo fianza.

— Yo no sabía que Bryan... Yo no...

— Basta ya — la interrumpió Jeff. La tomó del brazo con una firmeza que hizo que su piel se erizara, y sus ojos se encontraron en un chisporroteo de tensión. La mirada de Jeff se volvió intensa, ardiente, como si las llamas de la pasión hubieran prendido en su interior. En ese instante, la soltó como si el simple contacto los hubiera consumido en un fuego abrasador.

— ¿Qué sucede aquí? — preguntó Alana, quien había llegado en ese momento. Su tono también cambió al ver a Sindy — ¿Cómo te atreves a venir aquí después de lo que hiciste?




Mis amores, mañana gran capítulo final de esta historia

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