¡¿Acaso estás loca?!

226 23 9
                                    


Aquel día era el más horrible del año para Lori Loud.

La casa comenzaba a apagarse y ponerse lúgubre desde días antes. Pero el aniversario luctuoso de su hermanito perdido era particularmente sórdido y terrible.

Cuando ocurrió la tragedia, Lori ya era una niña plenamente consciente de la realidad. A sus cinco añitos, con cuatro hermanas y padres que no eran muy habilidosos para la crianza, tuvo que madurar muy rápido para ayudar y contribuir a mantener cierto orden en aquella casa de locos. Y eso implicaba, por supuesto, ser mucho más consciente y responsable que el promedio de los niños de su edad. Por eso, aparte de sus padres, nadie vivió y sufrió la pérdida con mayor intensidad que Lori.

La pequeña rubia adoraba a sus hermanas. A las cuatro. Pero desde que comenzó a tener consciencia, se sentía más desilusionada con cada nuevo embarazo. Varias de sus mejores amigas de la escuela tenían hermanitos varones y, gracias a ello, se había dado cuenta de que la convivencia con un niño era muy diferente que la que se daba con una niña.

¡Tenía tantas ganas de tener un hermanito!

Por eso, se puso loca de contenta cuando sus padres le anunciaron que su sexto hijo iba a ser un varón. Y se sintió desolada cuando supo que lo habían perdido sin llegar a tenerlo de verdad.

Los primeros años supo muy poco sobre la realidad de lo ocurrido. Fue tan solo al cumplir diez años, escuchando por casualidad a sus padres, que conoció la terrible verdad de lo que había pasado con aquel hermanito tan deseado.

Todavía recordaba lo que sintió entonces: su enojo y desesperación no conocieron límites. Cuando creció un poco más, se sintió segura de que aquel día aciago marcó el final de su propia infancia. Toda la familia había sido desgarrada, ultrajada... ¡Robada! ¡Les habían arrebatado su mayor tesoro de la manera más cruel e inhumana!

A partir de ese día, sin que ella se diera cuenta, se operó un cambio radical en su manera de ser. Se volvió más dura y controladora con todas sus hermanas. Procuraba ejercer las funciones en las que sus padres solían fallar, y no tenía ningún problema en ejercer su autoridad a gritos y golpes si era necesario. De la misma manera, si algo no le parecía bien, lo decía sin ningún tapujo. Y si lo consideraba suficientemente raro o peligroso para las demás, intentaba erradicarlo por todos los medios.

Lo peor de todo, era que su alma no recuperada tendía a ser injusta con algunas de sus hermanas; en especial, con la pequeña Lucy. Ella misma lo reconocía, y hacía esfuerzos heroicos por tratar de aceptarla y quererla tal como era, pero... le resultaba demasiado difícil.

Lucy, por el simple hecho de nacer después de su hermanito, cargaba con los sueños rotos de toda la familia. Fue una verdadera decepción porque, sin saberlo claramente, todos esperaban un hermanito que viniera a sustituir al que habían perdido. En cambio, Lucy era por completo diferente a todo lo que habían esperado del pequeño: el bebé perdido era inquieto desde que estaba en el vientre, y respondía todo lo que le decían con movimientos y pataditas. Lucy, en cambio, apenas se movía en el vientre de su madre. Aquel pequeño desaparecido se perfilaba como un niño inquieto, tan ávido de acción y aventura como la pequeña Lynn. Lucy, por el contrario, era demasiado callada y reservada. Y si a todo eso le agregaban su albinismo, y el extraño aspecto de sus ojos...

Todo eso era demasiado para Lori. La superaba, sin que ella lo supiera claramente. Y lo que más la desquiciaba, el rasgo que más odiaba de su hermana pequeña, era su afición por la magia, el esoterismo y el satanismo.

Bueno... Quizá lo de satanismo era un calificativo injusto; pero Lori no podía evitar sentirlo así. Desde que supo que su hermano había sido víctima de un culto satánico relacionado con la magia, el esoterismo y el espiritismo; aquellas cuatro palabras quedaron unidas en su mente, de manera indisoluble.

Por eso, desde el principio se opuso con vigor a las peculiares inclinaciones de Lucy. Intento de muchas maneras que sus padres tomaran cartas en el asunto; pero ellos, siendo tan permisivos, se mostraron demasiado laxos. Despreocupados, como siempre. Y Lori apenas pudo hacer un poco más que amenazar e intentar persuadir a Lucy de la vileza y el peligro de lo que estaba haciendo.

***

Aquel día en particular, el que debió ser el décimo aniversario luctuoso de su hermano, era demasiado triste. Entre más crecía, Lori era más consciente de lo que había ocurrido, y se sentía cada vez más triste y resentida. Secretamente, envidiaba a todas sus compañeras que tenían hermanos. A menudo se quejaban de ellos, pero la mayor parte de las veces contaban anécdotas deliciosas de convivencia y ayuda mutua que le encogían el corazón. En especial, tenía rencor contra Carol Pingrey. No solo la derrotaba en todo, sino que también tenía un hermanito a todas luces perfecto. ¡Un niño tan lindo y educado! Lucy parecía derretirse por él, y la verdad era que no la culpaba.

Por eso, se enojó sobremanera cuando descubrió a Lucy en los ductos de ventilación que conducían al ático. Se suponía que aquel día tenía una celebración en casa de su amiguito Lincoln; y todo parecía indicar que se preparaba para hacer otra de sus espantosas invocaciones a los espíritus.

- Demonios... -se dijo Lori-. ¡Sabía que teníamos que deshacernos de toda la basura de la bisabuela Harriet! ¿Por qué papá y mamá nunca tiraron toda esa porquería cuando nuestro hermano murió? ¡Debí insistirles más, maldita sea!

Cada vez más enojada, subió por la trampilla que conducía al ático, y encontró a Lucy muy concentrada junto con los animalitos de la casa. Las criaturas parecían prestarse de muy buena gana, si es que aquello se podía aplicar al pequeño grupo de animales domésticos.

Lori se enfureció todavía más. ¡Qué desfachatez la de Lucy, haciendo partícipes de sus tonterías a los seres más inocentes de aquella casa!

- ¡Lucy Loud! -gritó Lori -. ¡¿Qué demonios estás haciendo?!

Lucy y los animalitos quedaron paralizados de terror. La pequeña gótica hubiera querido responder algo, pero se sentía incapaz de moverse. Por desgracia, eso solo hizo que Lori se pusiera más frenética. Subió la escalera de un salto, cruzó la estancia a grandes trancos, y tomó a su hermanita por el cuello de la blusa.

- ¡Mocosa tonta! ¿Sabes lo que estás haciendo? ¡¿Sabes que por cosas como estas mataron a nuestro hermanito?!

Lucy intentó decir algo, pero el rostro iracundo de su hermana fue demasiado para ella. Los animalitos huyeron, tan pronto como advirtieron el frenético estado mental de la mayor de las Loud.

- ¿Qué? ¿Qué diablos estás diciendo? -dijo Lori, cada vez más furiosa-. ¡Habla claro, maldita sea!

- Yo... no... ¡No estoy haciendo nada malo! -logró balbucir la niña.

Lori llegó al paroxismo de su ira. No se pudo controlar. Arrojó a su hermanita contra el piso como si fuera una muñeca de trapo.

- ¡¿Acaso estás loca, mocosa idiota?! ¿Nada malo? ¿Sabes lo que le hicieron a nuestro hermanito por cosas como esta? ¡Lo mataron, estúpida! ¡¡Nos lo arrebataron para siempre!!

Y sin más, dio una fuerte cachetada en el rostro de la pequeña Lucy. El sonido fue tan intenso, que la misma Lori reaccionó. Lucy sintió el golpe, y enseguida se llevó la mano a la mejilla lastimada. Sus ojos se llenaron de lágrimas, mientras su hermana mayor la miraba estupefacta. Ella misma no podía creer lo que acababa de hacer.

Lori se sintió tan culpable, que hubiera querido que le cortaran la mano en aquel instante. Su enojo se transformó en vergüenza y preocupación, y acudió enseguida al lado de su hermanita. 

Lincoln Pingrey (Lucycoln)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora