En la casa Loud

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Rita Loud nunca olvidaría la primera vez que estuvo enfrente del pequeño Lincoln Pingrey.

Todas sus hijas estaban ocupadas, así que tuvo que ir a abrir la puerta por sí misma. En cuanto lo hizo, vio al apuesto caballerito pelibanco que estaba parado frente a ella. Con las manos bien visibles frente a su cuerpo y un tono de voz firme, pero muy respetuoso.

- Muy buenas tardes, señora Loud. Me llamo Lincoln Pingrey. Vengo a buscar a Lucy. ¿Se encuentra ella en casa?

Rita lo escuchó, pero tardó bastante en reaccionar. La visión del hermoso niño le trajo de golpe un cúmulo de sensaciones que no se podía explicar. Su apostura, la exquisita corrección en el vestir, el encanto infantil, y el respeto y deferencia con la que hablaba eran suficientes para cautivar a cualquiera. Pero eso no explicaba el vuelco que sintió su corazón en cuanto lo vio.

¿Acaso fueron el cabello blanco y los lindos ojos azules del pequeño, tan parecidos a los del bebé que tuvo solamente unos pocos minutos en sus brazos? ¿Acaso fueron los recuerdos e ilusiones que le evocó la visión del niño?

Muchas, muchísimas veces imaginó cómo hubiera sido su niño, si la desgracia no lo hubiera alcanzado. Y las visiones que construyó en sus fantasías maternas se parecían mucho... Demasiado, al adorable muchachito que tenía ante sus ojos.

Lincoln, por su parte, se sintió preocupado. La mujer que le abrió la puerta era una señora casi tan guapa como su propia madre. Siendo mamá de su preciosa Lucy, no se esperaba otra cosa; pero la mujer se comportaba de una manera sumamente rara. La saludó con la corrección y respeto que su familia le había inculcado al dirigirse a mayores desconocidos; y la señora solo se quedó frente a él, mirándolo con los ojos y la boca abiertos. Los colores parecían haber huido de su rostro, y se comportaba como si hubiera visto un fantasma.

Al principio, no supo qué hacer. No estaba preparado para una situación como esa. Por suerte, la autoconfianza que había ganado a lo largo de su corta vida le ayudó a mantener la calma, y seguir mostrándose respetuoso y comedido. Esperó varios segundos, e inclinó el cuerpo ligeramente hacia adelante.

- Señora, disculpe... ¿Se siente usted bien? ¿Llegué en un mal momento?

Esto bastó para hacer reaccionar a Rita. La mujer salió de su ensoñación a regañadientes, y tuvo que hacer un esfuerzo para dominar la angustia que comenzó a atenazar su corazón.

- ¡Oh! Yo... ¡Perdón, disculpa mi descortesía! ¿Cómo me dijiste que te llamabas?

- Lincoln, señora. Lincoln Pingrey, a sus órdenes.

Rita no quería ser descortés, y mucho menos asustar al niño. Aquella mañana, Lucy le contó que esperaba la visita de un amiguito suyo, y que deseaba que la dejara salir un rato con él. Ella se entusiasmó bastante con la idea de que la más reservada de sus hijas comenzara a tener amigos fuera del club Morticians; para que dejara de pensar un poco en las cosas raras y esotéricas que habitualmente le gustaba hacer. Pero Lucy no le describió el aspecto del chico. Solamente le dijo que llegaría alrededor de las cuatro de la tarde.

Nada la había preparado para lo que vio. De una manera tétrica y desconocida, estaba viendo un fantasma. Una proyección de lo que debió ser; de algo que le fue cruelmente arrebatado.

Al final, logró serenarse. Se esforzó por sonreír con toda la sinceridad posible.

- ¡Vaya! Tú... debes ser el amiguito de Lucy. Mi hija no me dijo que fueras un caballerito tan guapo y educado.

Lincoln no pudo evitar sonrojarse. Estaba bastante acostumbrado a que le dijeran eso, pero aquella señora le producía una impresión muy curiosa. No sabía si era porque se trataba de la madre de Lucy, pero sentía un aura de afinidad y hasta de candor que irradiaba de ella. Y eso lo hacía sentir un poco de pena.

Lincoln Pingrey (Lucycoln)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora