Siempre ha sido así

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El grito intempestivo de Lincoln hizo que Lucy se sobresaltara.

- ¡Lucy! ¡Dios mío! ¡El pastelazo te lastimó el ojo!

Ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar. El niño corrió a su lado, y le sujetó el rostro con las manos.

- ¡Por dios, esto parece muy grave! ¡El ojo te sangró por dentro, hasta te cambió de color! ¡Tenemos que llevarte a un hospital, Lucy!

- ¡Lincoln, espera! -exclamó la niña, angustiada.

- ¡Por favor, Lucy; esto urge! ¡Podrías perder el ojo!

Le soltó el rostro y la tomó por una mano. Lucy no sabía qué hacer. Jamás se imaginó que Lincoln se enteraría de su secreto en aquella forma. Solo atinó a oponer resistencia cuando la jaló. Tuvo que repetirle una y otra vez que no le pasaba nada malo.

Pero Lincoln actuaba como si no la escuchara. Pensaba que la niña no se movía porque estaba tan asustada como él.

- Lucy... ¡No tengas miedo! Te vamos a ayudar, pero tenemos que irnos de inmediato al hospital. ¡Esto puede ser muy grave! ¡¡Papáaaaaa!!

El grito de Lincoln logró sacarla de su perplejidad. Se desasió bruscamente del agarre.

- ¡Lincoln, no!

El niño se sorprendió mucho. Entendía que Lucy tuviera miedo, pero, ¿por qué no se dejaba ayudar? ¿Acaso le era tan difícil comprender lo grave de su situación? Ese ojo se veía de verdad muy mal.

El chico reparó en la expresión de desconsuelo y los ojos llorosos de su amiguita. Eso lo hizo pensar que seguía muy asustada, paralizada por el miedo. Por eso tomó sus manos y se acercó más a ella, escudriñando atentamente las marcas de su cara y sus ojos.

- Lucy, preciosa. Entiendo que tengas miedo, pero podemos ayudarte. ¡Podemos...

Se detuvo de pronto, porque se dio cuenta de algo que alteró por completo sus emociones. La sorpresa hizo que se llevará una mano a la boca; y luego, su expresión cambió a la total incredulidad.

- Lucy... No fue el pastelazo, ¿verdad? Alguien te pegó... ¡Alguien te pegó! ¡Mira cómo te dejaron el ojo!

Lincoln iba alterándose conforme hablaba. Su incredulidad se estaba transformando en furia.

- Lincoln... No... -balbuceó la pequeña. De pronto, estaba en una situación imposible, irreal. Algo que no había pensado ni en la más angustiante de sus fantasías.

- ¡No me mientas, Lucy! –interrumpió Lincoln, cada vez más alterado-. ¡Esas son marcas de unos dedos! ¿Qué clase de salvaje pudo hacerte eso?

El niño peliblanco estaba fuera de sí. A él lo habían criado en un ambiente casi aséptico de violencia familiar. Sus padres y su hermana nunca le habían puesto una mano encima, y siempre lo aleccionaron para que supiera defenderse contra la violencia familiar y escolar. Por eso, le parecía increíble que alguien se atreviera a golpear a una niña tan dulce, tierna y hermosa como su Lucy. ¡Y sobre todo de esa manera tan brutal, marcando su rostro!

- ¡No, Lincoln! ¡Nadie me pegó! ¡Fue un accidente!

- ¡¿Accidente?! Lucy, ¡Lo hicieron con toda intención! Los dedos son lo de menos. ¡Mira cómo te dejaron el ojo! ¡Tenemos que llevarte al hospital ahora mismo!

En medio de su angustia y desconsuelo, Lucy sintió que el corazón se le caía a los pies. Lincoln la tenía acorralada; era claro que el niño no estaba dispuesto a ceder. Se veía muy alterado, y sin duda que era capaz hacer un escándalo muy grande.

Lincoln Pingrey (Lucycoln)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora