36. La oscuridad restante del Applegate

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Mackster

El lunes, durante el recreo, me quedo en el aula con Ismael. Estamos sentados en nuestro banco. Él transcribe un hechizo de protección que le pasó Gaspar mientras yo retomo la lectura de El cazador oculto, de Salinger.

La mayoría de nuestros compañeros se fueron al patio. Solo quedaron Sofía, que está mirando unas revistas con Catalina, y Astrid dibujando al fondo del aula.

—Hola, chicos. —Levanto la mirada del libro al escuchar a Vanesa, que entra al aula y hace un saludo general a los que ya estamos ahí.

Todos responden con buena onda, incluso Astrid, que abandona su inexpresividad habitual y le hace un gesto amable.

Vanesa se acerca a Isma y a mí para que podamos conversar en voz baja sobre lo que discutimos con el resto de los arcanos en Enoc.

—Disculpame, Astrid, ¿puedo hablar con vos? —interrumpe una voz, hablando fuerte para que el curso entero pueda oírlo.

Es Tomás, que acaba de ingresar al salón.

La chica levanta la mirada de su dibujo, molesta, y lo observa aproximarse. Tomás sonríe; en la puerta quedan Felipe, Jaime y Diego, observando.

Ismael, Vane y yo nos ponemos en alerta. ¿Qué quiere este forro?

—¿Qué pasa? —pregunta Astrid.

—Bueno, quería dártelo en privado, pero... —Tomás se lleva una mano al bolsillo y saca una caja. La abre. En el interior hay una pulsera plateada hermosa, con una araña gótica en el centro, hecha de piedras oscuras y brillantes—. Es un regalo, para vos.

Lo miro, paralizado. Ismael y Vanesa están con la boca abierta y ponen los ojos en blanco.

—¿Qué...? —pregunta la morocha, sin entender—. ¿Por qué me regalás algo a mí? No somos amigos.

—Porque me gustás —dice Tomás y sonríe antes de acomodarse el flequillo rubio.

—Será caradura. —Catalina suspira, desde la otra punta del curso.

Tomás la ignora. Sonríe y gira hacia mí. Está haciendo todo este show para lastimarnos. Es un hijo de puta.

Astrid se queda pasmada. Ismael se quiere levantar del escritorio para golpearlo, pero lo detengo al apoyar mi mano en su pierna.

—Dale, tomalo. Es tuyo. —Tomás estira la caja hacia Astrid.

Cierro los puños con fuerza. Entonces, siento una puntada en la cabeza, acompañada por un leve zumbido. Esa pulsera está afectada por sus poderes de vampiro. Estoy por pararme a cagarlo a trompadas yo también.

—No, gracias —dice Astrid, y se levanta para alejarse de Tomás y del objeto mientras Sofía y Catalina siguen con atención lo que pasa.

—¡Pero es un regalo! —grita Tomás.

Astrid detiene la marcha y se ríe. Gira regresa hacia él. El chico traga saliva.

—Quizás tu fragmento de alma no me reconoció en medio del caos, pero yo estuve en la batalla de la zona crepuscular. Sé lo que sos —murmura en voz baja. Dirige la mirada hacia el resto del salón y después voltea hacia él nuevamente—. Dejá de jugar con nosotros, pelotudo. Sabemos que sos un vampiro psíquico.

—¿Qué locura decís? —La voz de Tomás se quiebra—. ¡Seguro imaginaste cosas!

Astrid hace media sonrisa y apunta su mano hacia la caja, que comienza a echar humo y a temblar. Tomás la suelta. El objeto cae al suelo envuelto en llamas. Felipe, Diego y Jaime se alejan corriendo por el pasillo. Tomás queda paralizado. Sofía y Catalina, en cambio, se acercan rápido a Astrid.

No puedo creer que haya hecho algo así frente al curso completo, ha delatado que tiene poderes.

Desconozco que clase de habilidades posee la arcana, pero logra que la caja y la pulsera se quemen y se derritan sin largar mucho humo ni manchar el suelo.

Tomás observa la destrucción de su regalo, horrorizado.

—¿Creías que ibas a poder engañarme y quitarme la energía con un artefacto embrujado? ¡Estúpido!

—¡Monstruo! ¡Sos un monstruo! —Tomás señala a Astrid, después a nosotros—. ¡Son monstruos ellos también! ¡Miren lo que están haciendo! —grita a Sofía y Catalina.

—¡Andate, Tomás! —contesta Sofía, y se pone al lado de Astrid—. ¡Somos varios los que recordamos lo que hiciste con la escuela!

—¿Qué? ¿De qué hablan?

—Tuvimos el mismo sueño. —Catalina se une a las chicas—. Sabemos que ayudaste a esos... a esos monstruos tipo insecto a que se robaran una parte de nosotros. Mackster, Astrid, Vanesa e Ismael fueron los que nos salvaron... junto a otros arcanos. Si todos lo soñamos debe ser porque de verdad pasó.

Tomás parpadea. Los chicos y yo no podemos creer lo que escuchamos.

—¡Sí, forro! —grita Sofía—. Ya nos dimos cuenta de tus mentiras. Vos sos el único monstruo acá.

—Están diciendo cualquiera —insiste el rubio.

—¿Cualquiera? —Se burla Catalina—. Recién pude dejar de tener pesadillas cuando quemé ese retrato siniestro que me regalaste.

—Andate —dice Sofía—. ¡Andate a la mierda antes de que te caguemos a palos!

Tomás se va corriendo del aula. Mis amigos y yo nos quedamos mirando a Sofía y a Catalina, que sonríen. Y, cuando están por volver a su banco, me levanto de mi silla.

—Ey... Gracias, chicas —les digo.

—Todo bien —responde Cata, con el pulgar en alto, y me guiña un ojo—. Ustedes sigan cuidándonos de los monstruos.

Les sonrío y asiento. Después, giro hacia Ismael, Vanesa y Astrid.

—Ahora vengo.

Me miran, extrañados, pero salgo de aula sin darles explicaciones y camino por los pasillos buscando a Tomás. Nunca hablamos después de lo que pasó con los habitantes del vacío y no pienso dejar las cosas así. Menos después de lo que intentó recién.

No lo veo por ninguna parte.

Cierro los ojos, me concentro en su energía y logro percibirlo en uno de los pasillos de la planta baja. Voy rápido hasta allá y lo encuentro sentado en un banco de madera.

En cuanto nota que me acerco, pone los ojos en blanco y se para, intentando alejarse.

—Por fin podemos ser sinceros, ahora que sabemos cómo son las cosas —le digo una vez que lo alcanzo.

Me mira, furioso y sin responder.

—Ya no tenemos que disimular más. Sos un vampiro energético y yo un arcano. ¿Creíste que en este tiempito nos habíamos olvidado de lo que hiciste? —Me río, irónico—. Mejor que dejés a todos en paz. Los chicos y yo te tenemos vigilado y vamos a detenerte siempre, no importa si traés aliens, demonios o monstruos a la escuela. —Mi voz sale cada vez más severa—. Y no se te ocurra volver a molestar a Ismael. Lo llegás a mirar mal siquiera... y te mato.

Empalidece y traga saliva. En cuanto se recompone, me observa de arriba abajo, con asco.

—Sí, seguro. —Se da vuelta y se aleja a paso rápido.

—Podrías usar tus poderes para ayudarnos, si quisieras —le grito.

Creo que me escucha. De todas formas, no se detiene. Sigue avanzando hacia el patio de la escuela.

Somos Arcanos 2: Secretos que nos unenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora