35. Secretos compartidos

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Tengo pesadillas amargas

en las que no estoy en este mundo

ni en el otro.

Mackster


Me encuentro en el Applegate de la dimensión paralela. Los huecos en las paredes muestran aquel cielo con pocas estrellas. No hay monstruos, tampoco me acompañan Vanesa, Ismael o Astrid cuando abro la puerta de mi curso. Veo los restos de las cápsulas y, más allá, las ventanas que dan a un espacio de humo brillante.

Camino hacia una de ellas, me subo a una silla, después a un banco, y abro una hoja. Piso el alféizar y comienzo a flotar, adentrándome en el espacio repleto de vapor con pequeñas luces suspendidas.

Este se despeja y aterrizo en un paisaje desértico con cables inmensos en el piso y un puñado de astros rojos y amarillos en el firmamento. Frente a mí están los restos del árbol-máquina de los habitantes del vacío. Me aproximo hasta el tronco, donde encuentro una abertura.

Ingreso y avanzo por un pasillo hacia un destello rojo. La luz proviene de varios círculos grabados en la pared del fondo. Están formados por símbolos siniestros que parecen escorpiones, arañas y ciempiés. Me invaden las ganas de vomitar, quiero irme de acá.

Abro lo ojos, sobresaltado. Enseguida, noto que hay alguien en mi cuarto. Veo su aura entre las sombras. Enciendo la lámpara en mi mesa de luz y encuentro a Sebastián, que me observa de brazos cruzados.

Doy un salto y me transformo. Aterrizo y me tambaleo un poco, todavía medio dormido, antes de acomodarme frente a él en posición de lucha.

—Tranquilo, Mackster —me dice, haciendo un gesto con la mano—. No vine a pelear.

—Andate de mi casa.

—No. No me voy a ir. —No sé por qué, pero me quedo paralizado al escucharlo—. Aunque no lo parezca, te estoy ayudando. Voy a liberarte del dominio que tienen los dioses de Agha sobre vos. Tu alma quería ser libre, ¿no?

Sebastián lleva las manos hacia adelante, se forma una esfera plateada entre nosotros. Siento un escalofrío al reconocerla. Es una de las que utilizaban los aliens para absorber la energía. Me acerco hacia ella, atraído por alguna fuerza. En su interior me veo discutiendo con Tomás.

La imagen se esfuma y estoy solo en un rincón del patio. Felipe y Catalina pasan a mi lado y se ríen. Se alejan y hablan entre ellos, observándome. En otro extremo, Jaime y Sofía también se burlan de mí. Se suman otros compañeros. Toda la escuela lo sabe.

Busco a Ismael, pero no lo encuentro. Estoy solo, completamente solo.

—Puto —me dice Tomás.

Quiero levantarme y pegarle, pero no tengo fuerzas.

—Ahora tengo novia, ¿sabés? —añade él.

Sus palabras se clavan como una daga en mi corazón, y es como si sangre ácida bajara hasta mis pies, corroyéndome. Todo se disuelve en humo brillante y aparezco en el living de mi casa, donde mamá grita, tirando adornos y cuadros al piso. Gira hacia mí con la mirada llena de furia y decepción.

—¡Basta! ¡Basta! —exclamo y me alejo.

Corro hacia las puertas de la mansión, que se deshacen en un nuevo humo brillante, al igual que la escalera, el jardín y las estrellas.

Sacudo la cabeza. Estoy otra vez en mi cuerpo, en mi habitación, frente a Sebastián. Lo miro fijo, temblando con furia. El mago hace desaparecer la esfera.

Somos Arcanos 2: Secretos que nos unenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora