11. Los dioses también sueñan y desean

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Mackster

Paso el sábado en casa, pensando estrategias para convencer a Ismael de que se una a nosotros. No dejo de escuchar sus recriminaciones en mi cabeza. Además, amenazó con atacar a los demás y eso no me gusta nada. ¿Qué sería capaz de hacer?

A la noche, Jacobo me avisa que Tomás vino a verme. Le digo que lo haga pasar y lo espero en mi cuarto. Me sorprende que haya aparecido así, de una, sin avisar.

—¿Qué hacés por acá?

—Te traje un regalo. —Me alcanza un paquete rectangular.

Frunzo el ceño y abro el envoltorio despacio. Encuentro un cuadro de mí mismo hecho en acuarela. Estoy con el uniforme de la escuela. Noto que sacó la imagen de una foto de principio de año.

—Me llevó un tiempo largo hacerlo... Es uno de mis mejores cuadros. Fuiste mi inspiración y quería que lo tuvieras.

—Gracias. Es... precioso. —El corazón se me acelera.

Nos quedamos en silencio varios segundos. Tomás se sienta en el sillón.

—Así que, ¿estás haciendo Teatro?

—Eh... sí. —Aparto la nube de mi cabeza y endurezco la mirada—. ¿Por qué? ¿Tengo que pedirte permiso?

Se ríe.

—Uy, che, no es para tanto.

—Disculpame, pero estoy ocupado ahora. Decime qué querés. —Me recuesto sobre el sillón y cruzo mis piernas.

—Mirá, Mackster, yo... estuve pensando y no puedo olvidarme de lo que pasó la otra vez.

El corazón me da un salto cuando lo escucho. Es como si la sangre abandonara mi cuerpo.

—Dijimos que íbamos a olvidarnos de que estuvimos juntos. —Me levanto y dejo el cuadro apoyado contra una pared. Le doy la espalda, no quiero saber nada del tema.

—Sí, pero... te quiero.

Volteo y miro sus ojos azules.

—¿Qué?

—Que creo que te amo.

Parpadeo un par de veces. No puede ser.

—No te entiendo —digo, con la garganta seca.

Tomás mira a un costado con los ojos húmedos.

—¿Me vas a hacer repetirlo? —Habla con un hilo de voz.

—Pero ¿vos no estabas saliendo con Romina?

—Sabés que me peleé hace un mes, no te hagas el boludo.

—Pero seguías viéndola...

—Porque la mina insistía y yo no sabía cómo sacármela de encima. —Se encoge de hombros y aparta los ojos—. Ya está, dejá.

—Mirá, Tomás... no sé qué decirte —respondo, invadido de pronto por un sudor frío. Él vuelve a fijar sus ojos en mí—. Me venís con todo esto... Para mí quedó en esa noche. Vos mismo lo dijiste. Hice mucha fuerza para olvidarme de vos; fue muy difícil porque tengo que verte cada día en la escuela.

—O sea que sentiste algo fuerte también. —Hace una media sonrisa.

—Basta. No sé.

—Dame otra oportunidad. Quiero estar con vos.

—Tomás... andate, por favor. Necesito pensar.

—Está bien. —Se pone de pie y abandona mi cuarto.

Somos Arcanos 2: Secretos que nos unenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora