18. Una sombra aliada

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Débora

6 de octubre de 2003

Hoy desperté y solo encontré cenizas donde había escondido el grimorio. Quizás es mejor así, porque la que más podría entenderlo era la Dama Plateada, y temo que ella termine controlándome. Fue quemado durante la noche, en medio de un sueño muy particular.

Me encontraba en el patio de un templo antiguo, lleno de rajaduras en el suelo; de algunas de ellas emergía vegetación azulada. Entre las columnas, de un dorado gastado, podía ver el cielo coronado por tres lunas. Supe, por el tipo de luz que bañaba el lugar, que era el atardecer.

La piel de mis brazos estaba llena de cicatrices. Me llevé una mano al pecho, donde también tenía marcas. Llevaba un vestido negro. ¿Era ella o era yo? No tenía el antifaz plateado en mi rostro. Era otra: ni la Dama Plateada ni Débora.

Avancé con la guardia en alto. Desconocía ese mundo y estaba inquieta, pero había ido hasta ahí por una buena razón. Iba a encontrarme con alguien que no me inspiraba mucha confianza, pero que tenía información que necesitaba.

En el centro del patio apareció un resplandor que materializó una figura encapuchada, de manto violeta. Caminó hacia mí, revelándome su rostro. Era Sebastián. Mi otra yo, quien yo era en ese sueño, no lo conocía.

El mago me dijo que tenía algo que yo buscaba. Me explicó que había intentado contactarme por muchísimo tiempo, pero que no sabía cuáles eran los rituales para hacerlo porque no conocía en profundidad a mi familia de dioses.

Le pedí pruebas y me las dio. No puedo recordarlas ahora. Aseguró que otros dioses de mi estirpe habían encarnado en su mundo. Entonces, le pregunté lo más importante: si podía reunirme con lo que perdí y si iba a pedirme algo a cambio.

Sonrió y, en cuanto abrió la boca, me hallé en otro lugar.

Era mi yo humana: Débora. Estaba en el Café Emperador, tomando té con Sebastián; la pasábamos bien y confiaba en él como si fuera alguien más de mi familia. Me da escalofríos de solo recordarlo.

Dijo que sabía mi origen, que sabía la verdad sobre mi alma. Prometió que iba a revelármelo solo si me unía a él, y que también podía ayudarme a desarrollar mi potencial como arcana, sin perderme a mí misma en el proceso.

Quise saber por qué me raptó y me aterrorizó en un ritual para activar mis poderes y su única respuesta fue que tenía que ser así porque eso era parte de mí.

No me importó su explicación. No iba a aliarme con alguien que andaba invocando demonios por toda Costa Santa.

Él sacó una bola de cristal que flotó hasta mí, creció y me mostró en su centro la misma escena que vi en el gimnasio cuando toqué la mano de Anabella.

Me estremecí. ¿Sebastián también sabe eso? ¿Acaso puede entrar en mi mente con libertad?

Tengo su última pregunta grabada a fuego en mi mente: «¿No vas a aliarte con quien puede decirte de dónde viene esto?».

El mago sonrío. Percibí un fuego que se expandió por mi mente. Enseguida, la escena cambió y pude ver mi casa desde afuera, envuelta en la luz de los hechizos que pusimos junto a León y a Gaspar. La protección comenzó a debilitarse. Sentí pánico.

Mientras veía esto, supe que lo hacía desde la cabeza de Sebastián, y que mi cuerpo permanecía recostado e indefenso en mi cama. Me resistí a su poder. Noté que Sebastián tenía una figura a cada lado, ambas oscurecidas, aunque distintas a sus servidores sombra. Estas eran humanas, una de ellas tenía alas. Por un instante, creí que mis defensas mágicas iban a caer, pero resistieron. Sebastián y sus aliadas se fueron, y yo me quedé sin mi grimorio.

***

7 de octubre de 2003

Anoche, mientras volvía a colocar los sigilos de protección psíquica y angélica, como me enseñaron Gaspar y León, escuché un ruido en la ventana y juro que casi me transformo y disparo. Pero no estaban Sebastián ni las sombras ni los monjes carmesíes. Era un gato negro. Me miraba y maullaba con insistencia.

Lo dejé pasar.

Se subió corriendo a mi cama, como si ya me conociera, y dejó que lo acariciara. No sé por qué, pero en ese momento me largué a llorar. Mientras le hacía mimos, me di cuenta de que era una gata, no un gato, y de que ya la había visto aquella vez, cuando me crucé a Bruno como la Dama Plateada y luchamos contra los zombis azules. Cuando lo besé por primera vez... Otro momento que me robó la Dama Plateada.

Levanté a la gata y la miré a los ojos. Recordé que entonces me había dicho dónde había energía maligna; no tengo idea si con telepatía o qué, la información tan solo apareció en mi mente. En ese lugar encontramos a los zombis.

Me pregunté si la gata tenía algo especial, además de ser muy tierna. Entonces, maulló y pude ver cómo también me había guiado en los jardines y en la mansión de Sebastián hacia los puntos donde la magia era débil para que, como la Dama Plateada, pudiera destruirla con mi espada y robar el grimorio.

No sé si esta gata ya era así o si cambió luego de que me conectara con ella a través de mis poderes. Lo que tengo claro es que me entiende, bajo mi forma humana y como la Dama Plateada. Voy a quedármela y a hablar con mamá para que vayamos a vacunarla y a castrarla. No creo que tenga problema... adora los gatos y hace falta una mascota en casa.

La bauticé Hécate, como la diosa de las brujas.

Somos Arcanos 2: Secretos que nos unenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora