Titanes: La Era Dorada Perdida

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Saint Seiya: Guerras Doradas – El Ciclo Infinito.

Saga de los Titanes.

Capítulo 10: La Era Dorada Perdida.

Grecia. Atenas. El Laberinto de Cronos. Morada de Rea. Julio de 1983.

-¡Gran Cuerno! –dentro del Laberinto de Cronos resonaba la poderosa voz de Aldebarán, el Caballero de Tauro, cuyos ataques resplandecían violentos y destructivos, impactando a una inmensa serpiente de piel negra que se mantenía enroscada alrededor de un largo puente de obsidiana al final del cual Rea de Katar, la Diosa de los Animales, y esposa del Rey de los Titanes, se mantenía firme, con su Dunamis inmenso, más grande incluso al de cualquiera de los Titanes a los que Aldebarán había conocido antes, un Dunamis tan grande, que casi hacía valer la pena la invasión de los 6 Caballeros Dorados traidores al Laberinto de Cronos, ya que el aplastante cosmos de la Reina de los Titanes resonaba con tal fuerza que la serpiente que le servía lograba resistir los embistes del Caballero Dorado de Tauro, quien se mostraba impresionado por la resistencia de la bestia, así como de las lágrimas en los ojos de Rea, quien al parecer sufría el enfrentarse al Caballero de Tauro en esos momentos.

-Como respeto a lo que representan los humanos para los Titanes, Aldebarán de Tauro, es que tomaré tu vida en sacrificio –enunciaba Rea, comandando los movimientos de la pitón con sus manos, moviendo la mano derecha como si las fauces abiertas de la pitón se tratase, y lanzando estocadas con la mano izquierda, forzando los coletazos de la serpiente, que intentó derribar a Aldebarán de un latigazo de su cola, solo que la inmensa mole que era el Caballero de Tauro, se las arregló para atrapar la cola de la serpiente, y clavar sus botas a la obsidiana, rompiendo la misma para enterrarse en esta, y evitar así ser lanzado al vacío.

-Como se esperaba de la esposa de un rey que no se esconde detrás de sus ejércitos –apretó Aldebarán la cola de la serpiente, causándole dolor, antes de alzarla por la cola, como si no pesase las toneladas que seguro pesaba, y azotándola en el puente, noqueando a la serpiente, antes de lanzarla él mismo por el filo del puente, y deshacerse de una molestia-. Su Dunamis es todo menos agresivo, señora Reina de los Titanes. Pero mientras se levante en contra de Athena, es mi deber detenerla. ¡Brazo de Hierro! –lanzó un puñetazo de cosmos Aldebarán, mismo que recorrió todo el puente de obsidiana hasta llegar a Rea, quien atrapó la fuerza de cosmos de Aldebarán, y la lanzó al techo de la morada, donde estalló contra el mismo- Cuanto poder –se impresionó Aldebarán.

-¡Hono'o Tokage! –tras la orden, un portal se abrió en medio del puente, del cual brotó magma hirviente. De este portal se alzó una salamandra fuego, misma que rugió con fuerza, empujando a Aldebarán con la potencia de su poderoso chirrido- ¿Quieres saber el secreto de esta guerra, Aldebarán de Tauro? Todos hemos sido engañados, tanto ustedes por creer en la falsa promesa que son los Dioses del Olimpo, como nosotros por creer que los humanos no significaban nada para nosotros. Pero ya es demasiado tarde para que cualquiera de los bandos abandone esta batalla. Lo único que puedo hacer como la Reina de los Titanes, es mantenerme firme al lado de mi esposo, lo traicioné una vez, y hoy estamos pagando las consecuencias de mi debilidad.

-¿Traicionar a Cronos? –preguntó Aldebarán, mientras la salamandra extendía su hocico, y lanzaba una bola de magma en dirección al de Tauro, que cerró sus brazos en la defensa perfecta, y atacó- ¡Gran Cuerno! –enunció Aldebarán, su ataque impactó la bola de magma, partiéndola a la mitad, y ambos restos se estrellaron al lado del de Tauro- ¿Se refiere a cuando Cronos se volvió un tirano y comenzó a comerse a sus hijos recién nacidos? Usted entregó a Cronos una piedra en lugar de a Zeus, fue un acto maternal en contra del tirano de su marido que ya había perdido la cabeza –resumió Aldebarán, antes de extender sus brazos hasta sus anchas, y aplaudir con todas sus fuerzas, causando una onda de choque que apagó las flamas de la salamandra, sorprendiendo a Rea, mientras Aldebarán corría en una embestida, clavaba sus cuernos dorados en la salamandra medio petrificada por ser apagada, y la despedazó, lanzando sus guijarros oscuros por todas partes.

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