Capitulo 4

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NICO


Mamá solía decirme que cuando estaban repartiendo la suerte, yo me quede dormido. Estaba en lo cierto, esta mañana me desperté decidido a rechazar la oferta de Isaac, diciendo que es una estupidez fingir ser novios si no le gustan realmente los chicos, para eso le pide a una mujer y estaría mucho más comodo.

Pero como el mundo suele conspirar contra mí, el ya no estaba en la habitación cuando desperté.

Le envié unos mensajes que al parecer no tiene tiempo de leer y salí a buscarlo, no sin antes avisarle que estaría cerca de la piscina y cuando digo "cerca" me refiero a estar recostado en la sombra y lejos del agua y el ruido que la gente no puede evitar hacer. Sobre todo, los adolescentes.

Pensé que estaría tranquilo, incluso me puse mis audífonos y coloque una cara de «no me hables» la cual no funciono, apenas llevaba cinco minutos y unos niños se me acercaron. No tuve más opción que ignorarlos, haciendo que no me daba cuenta de que estaban tan cerca de mí que estaba a punto de gritarles, pero como la persona adulta que soy, solo me quede sufriendo en silencio.

Eso no es todo, al intentar irme de nuevo a la habitación, uno de esos mocosos mal portados, me empujo haciéndome tropezar y caer con mis rodillas. Tuve que aguantar todas las groserías que deseaba lanzarle y me fui sin quejarme un segundo, cosa que al universo no le pareció y me hizo chocar con un señor que llevaba un maldito pastel.

Ahora tengo la rodilla con sangre y pastel embarrado en todas partes.

¿Ya puedo hacerme bolita y llorar? No soy bueno manejando situaciones así. Lo mejor que puedo hacer es llorar en mi habitación con música deprimente de fondo y contando hasta diez mientras hago los ejercicios de relajación que me enseñaron.

Cuando subo al ascensor, no puedo contener más mis emociones y suelto a llorar tal niño pequeño. Detesto cuando eso pasa. Solo me caí y me embarre de pastel. Nada fuera de lo común. Pero siento la necesidad de solo querer acostarme y dormir.

El ascensor se detiene y creo que es mi piso, pero apenas vamos en el cinco y yo estoy en el doce.

Me hago a un lado cuando dos chicos altos se suben, los escucho reír y burlarse, no les presto atención, pero cuando uno de ellos habla, me congelo.

Mierda.

Reconozco esa voz.

Trato de mantener la calma, encogiéndome en mi lugar, veo en que piso estamos y faltan solo dos para poder bajarme y que no me reconozcan, pero claro está que la suerte no estará de mi lado nunca, uno de ellos voltea y nuestras miradas conectan, juro que escuche el click en su mente, una sonrisa aparece en sus labios.

—Te conozco. —me apunta.

Relamo mis labios, nervioso, estamos encerrados en un ascensor, me doblan el tamaño y se nota que no han cambiado para nada.

—No lo creo. —susurró sin mirarlo.

—¡Claro que si! —me encojo—. Andres, ¿recuerdas a alguien así?

No.

—¿Como olvidar una carita tan dulce? —dice despectivo y con burla, soy incapaz de levantar la mirada, debo admitirlo: tengo miedo. Estoy cagandome del miedo—. ¿No te enseñaron modales, acaso? ¿Nadie te dijo que debes mirar a la cara cuando alguien te habla?

La teoría de cómo amar. #pgp2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora