Capítulo 6: Revelaciones en la Penumbra

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Bruma se armó de valor y al fin formuló la pregunta que llevaba tiempo rondando su mente "¿Qué eres en realidad?".

"Hay verdades que se ocultan en las sombras, verdades que he guardado incluso de aquellos que creen conocerme. Pero contigo, deseo ser transparente, como el cristal que refleja la luna."

La joven lo miró fijamente, notando la seriedad en su semblante y la intensidad de su mirada que parecía no requerir la luz para ver.

"Desde que te vi, he sentido que hay algo... diferente en ti, y luego me has traído hasta aquí de alguna forma en la que no soy capaz de entender," dijo Bruma, su voz llena de curiosidad más que de miedo o sospecha.

El gobernador asintió lentamente. "Diferente, sí. Porque, verás, la vida que llevo es más larga que la de cualquier mortal. Los años no me tocan como tocan a los demás." Hizo una pausa, tomando una respiración que parecía más por efecto dramático que por necesidad. "Soy lo que las leyendas llaman un vampiro."

El gobernador observó cómo la luz temblorosa de las velas danzaba a través de los ojos de Bruma, buscando alguna señal de su verdadera reacción. La biblioteca, con sus altos estantes repletos de tomos y pergaminos, parecía casi respirar en el silencio que siguió a su confesión.

Bruma se mantuvo inusualmente quieta, su expresión impenetrable mientras procesaba la revelación. El gobernador había esperado miedo, repulsión o incluso ira, pero Bruma era una enigma, y su reacción no fue ninguna de las esperadas. En lugar de eso, su rostro se mantuvo sereno, pero sus ojos, normalmente tan vivaces y llenos de fuego, mostraban una inseguridad que rara vez dejaba a la vista.

"Un vampiro," repitió Bruma finalmente, su voz baja y llena de resonancias. "Eso explicaría muchas cosas..." Su mirada se desvió, perdida en pensamientos que ella no articuló.

El gobernador inclinó la cabeza, reconociendo la turbación de Bruma. "Entiendo si esto cambia la forma en que me ves. Si cambia lo que sientes sobre mí."

Bruma respiró hondo, aún sin mirarlo directamente. "No es miedo lo que siento," comenzó, eligiendo sus palabras cuidadosamente. "Es más una... incertidumbre. Sabía que había algo más en ti, algo que no podía identificar. Y ahora, esta verdad... es mucho que asimilar."

Un silencio cargado cayó entre ellos, y por un momento, la única verdad compartida era el sonido de las páginas de los libros susurrando con el aire del lugar cerrado. Bruma se acercó a una mesa y se sentó lentamente, como si el peso de la revelación la obligara a buscar apoyo físico.

"¿Me has dicho esto porque confías en mí o porque ya no podías ocultarlo más?" preguntó, su inseguridad filtrándose a través de su tono.

El gobernador se movió hacia ella, su figura alta y oscura proyectando una sombra que se extendía a través del suelo de madera. "Por ambas razones," confesó. "Confío en ti, Bruma, más de lo que he confiado en alguien en mucho tiempo. Y sí, llegó un punto en que ocultar quién o qué soy se volvió una carga demasiado pesada. Quiero que nuestro vínculo se base en la honestidad, incluso si eso significa exponer mis más oscuros secretos."

Bruma levantó la vista hacia él, sus ojos buscando los suyos en una mezcla de cuestionamiento y comprensión.

"Entiendo más de lo que crees," dijo Bruma, su voz apenas un susurro que competía con el suave crepitar de la madera en el hogar. "La soledad... puede ser asfixiante. Y ahora, veo esa misma soledad en ti, una que ha sido ampliada por eones de existencia."

El gobernador escuchó, sorprendido por la percepción de Bruma. Siempre había sido cuidadoso en esconder su aislamiento detrás de una máscara de autoridad y control. Pero Bruma, con su alma perceptiva y sensible, había visto a través de la fachada a la verdad de su eternidad.

"La vida eterna es una bendición y una maldición," admitió él con un tono de resignación. "He visto imperios nacer y caer, he visto el amor florecer y desvanecerse como la bruma al amanecer. Pero la compañía de esos recuerdos no sustituye una verdadera conexión."

Bruma se acercó lentamente, su miedo inicial cediendo ante una empatía inesperada. "Quizás," dijo ella, deteniéndose a una distancia que respetaba sus miedos pero rechazaba la indiferencia, "quizás ambos estamos reflejados en el otro más de lo que nos atrevemos a admitir."

La joven, respiró hondo, fortaleciéndose con la resolución que había encontrado en su propia reflexión. "Si la soledad es nuestro terreno común, entonces dejémosla ser el terreno donde construimos algo nuevo. Aprender uno del otro, compartir el peso de nuestros mundos... podría disipar algo de la oscuridad."

"Bruma," comenzó él, su voz era como el viento a través de los árboles desnudos, "un nombre tan etéreo y misterioso como la niebla matinal. ¿Cuál es la historia que se esconde detrás de tu nombre?"

Por un momento, la joven pareció alejarse, su mirada perdida en el pasado antes de volver a enfocarse en el presente, en la figura del hombre ante ella. "No nací con ese nombre," confesó con una voz que encerraba el peso de memorias queridas y dolorosas. "Fue mi hermana mayor. Ella me llamó Bruma porque decía que, al igual que la niebla matinal, yo tenía la cualidad de suavizar los bordes del mundo, de transformar lo ordinario en algo misterioso y mágico."

Su voz se quebró un instante, "Ella... ella ya no está con nosotros. Falleció cuando yo era apenas una niña. Pero cada vez que alguien me llama por mi nombre, es como si ella me acariciara con su recuerdo."

El vampiro, escuchando con una empatía que parecía emanar de su propia experiencia con la pérdida, asintió lentamente. "Entonces, Bruma, tu nombre es más que un título; es un vínculo sagrado, un recordatorio perpetuo de amor y pérdida. Es hermoso y trágico."

Hubo un silencio contemplativo antes de que Bruma, con una curiosidad que no podía contener, decidiera romper el protocolo de su posición. "Y tú, mi anfitrión y amigo, ¿cómo debo llamarte? El mundo debe conocer tu nombre con reverencia y respeto, sin embargo, me encuentro en la ignorancia."

El gobernador se paseó lentamente hacia la ventana, observando cómo las últimas luces del día se desvanecían en el horizonte. "Mi nombre usado como figura pública, como ya habrás escuchado en las noticias: Eric Throm. Pero mi verdadero nombre ha sido llevado por el viento a través de los valles y las cumbres de las montañas, y sin embargo, se ha perdido en el tiempo," comenzó, su voz no más que un susurro. "Pero para ti, Bruma, en este momento de sinceridad, seré simplemente Edric. Un nombre que, al igual que el tuyo, lleva consigo ecos de otro tiempo."

Bruma observó cómo el nombre parecía ajustarse a él, como una llave a su cerradura. Edric. Había fuerza en él, y una soledad que resonaba con la suya propia. "Edric," repitió ella, probando el nombre en su lengua. "Un nombre para un hombre bueno y pensamiento profundo. Gracias por compartirlo conmigo."

BrumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora