Capítulo 5: Fortaleza oscura

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La noche había extendido su manto sobre la ciudad, y con él, un silencio inusual se posaba entre las callejuelas y los edificios viejos que susurraban secretos con cada ráfaga de viento. La luna, un delgado arco en el cielo, prestaba apenas suficiente luz para dibujar sombras difusas en las habitaciones de los que, como Bruma, buscaban descanso del día.

Bruma yacía en su cama, el sueño todavía danzando fuera de su alcance. La inquietud que le producían los últimos acontecimientos había formado un nudo en su estómago, y la cama que solía ser un refugio ahora se sentía extrañamente ajena. No había salido esa noche, no había necesidad; el dinero que el gobernador le había proporcionado seguía siendo un colchón grueso entre ella y la vida de penurias que había conocido.

En el reino de la vigilia, los pensamientos de Bruma viajaban entre la gratitud y la sospecha, entre el deseo de confiar y el instinto de protegerse. El gobernador, esa figura que había traído orden a la ciudad, también había traído un enigma personal a su puerta. Un enigma que ahora, sin previo aviso, tomaría una forma mucho más tangible.

Fue un ligero cambio en el aire lo que la despertó. Una presencia en la habitación que no pertenecía a la penumbra familiar de las sombras. Sus ojos se abrieron, y su cuerpo se tensó, cada fibra de su ser preparada para el peligro. Y ahí, en la esquina de su cuarto, emergiendo de las sombras como si fuese uno con ellas, estaba el gobernador.

Era alto, más de lo que Bruma recordaba, la imponente figura del gobernador parecía tallada en la misma oscuridad que envolvía la habitación. Alto, con una postura que dictaba autoridad, su presencia era una fuerza que se sentía incluso antes de ser vista. Sus ojos, penetrantes y lúcidos, reflejaban una inteligencia aguda. A pesar de la tensión del momento, Bruma no pudo evitar notar la palidez de su piel, una blancura que contrastaba marcadamente con la oscuridad que lo rodeaba y que le daba un aire etéreo, casi irreal.

El rostro del gobernador, aunque de rasgos fríos, tenía una atracción singular, como si cada línea y ángulo estuviera esculpido con deliberada precisión. No era la belleza de un galán de cuentos de hadas, sino la de una estatua griega; hermosa pero imponiendo distancia, como si advirtiera que estaba hecho de una sustancia más dura y fría que la carne y la sangre humanas.

Vestía un traje de dos piezas negro como la noche sin estrellas, impecable y ajustado a su figura de manera que pronunciaba su porte majestuoso. La camisa blanca que llevaba debajo estaba desabotonada en el cuello, un gesto que insinuaba una despreocupación calculada o quizás una comodidad en su propia piel que no necesitaba de formalidades completas. A pesar de la informalidad del cuello desabotonado, no había nada desordenado en su apariencia; cada hilo parecía estar en perfecta armonía con el resto.

La luz de la luna, tímida y cautelosa, jugaba al borde de su figura, delineando los contornos de su traje y el brillo ocasional de lo que parecía ser un reloj de bolsillo, un toque de brillo en un mar de negro.

"No temas," dijo él, con cada palabra que pronunciaba, su voz mantenía un tono mesurado, "no he venido a hacerte daño."

"¿Cómo....Como has entrado?" las palabras que salieron de sus labios eran casi suspiros, el susto la había acongojado.

"Este lugar," empezó a decir con calma, "no es propicio para la conversación que debemos tener. Necesitamos privacidad."

Bruma, acostumbrada a la precaución, asintió levemente, pero antes de que pudiera responder, el gobernador extendió su mano hacia ella. "Confía en mí," dijo, y en ese instante, sus dedos rozaron los de ella.

Fue entonces cuando ocurrió. Para Bruma, el mundo se desvaneció en un torbellino de colores y sensaciones. No había tiempo para el miedo, ni siquiera para la sorpresa, pues en el momento en que sus manos se tocaban, la habitación y todo lo que contenía se desvaneció.

No fue teletransportación, sino algo que la mente apenas podía comprender. Se movieron a una velocidad que desafiaba todo lo natural, tan rápida que la luz misma parecía luchar por mantenerse al lado de ellos. El gobernador, un ser con capacidades que trascendían la comprensión humana, la llevó a través del espacio en un abrir y cerrar de ojos.

Cuando Bruma parpadeó, la realidad se había reformado a su alrededor. Se encontraban ahora en una vasta sala cuyas altas paredes y tapices majestuosos no podían pertenecer a ningún lugar común. Estaban en la fortaleza del gobernador, en el corazón de su poder.

El gobernador la soltó suavemente, asegurándose de que estuviera firme sobre sus pies antes de soltar su mano. La sorpresa apenas comenzaba a mostrar su rostro en los ojos de la joven, una mezcla de asombro y un ligero atisbo de comprensión.

"No te haré daño," dijo el gobernador, su voz ahora una nota baja y tranquilizadora. "No te he traído aquí para coaccionarte, sino para hablarte sin las cadenas de la precaución que las paredes de esa habitación imponían. Aquí estamos solos, y nuestras palabras pueden fluir libremente."

Bruma, todavía asimilando la experiencia, se dio cuenta de que no había sentido miedo, sino una confianza innata en el hombre que había desafiado las leyes de la física para llevarla a un lugar seguro.

Se encontraban en una amplia estancia cuyas paredes de piedra encerraban siglos de secretos y estrategias. Frente a ella, apoyado en un escritorio de madera noble que parecía tan antiguo como la propia fortaleza, estaba el gobernador. Su mirada antes firme y calculadora, pero en ese momento, había en sus ojos un brillo inusual, como si estuviese a punto de revelar un secreto largamente guardado.

"Joven Bruma," comenzó el gobernador, su voz era suave, desprovista del timbre autoritario que empleaba en las reuniones o los consejos. "te has debido preguntar qué es lo que busco de ti. No te he traído aquí por tus habilidades, aunque son innegables, ni por algún juego de poder en las sombras."

La joven lo observaba, inmóvil. Había aprendido a leer entre líneas, a desentrañar verdades ocultas en las medias palabras de los hombres y mujeres de poder. Pero el gobernador parecía estar hablando desde un lugar de sinceridad que ella no había esperado encontrar.

"Vivo rodeado de muros," continuó el gobernador, extendiendo su mano hacia la ventana, más allá de la cual se alzaban las murallas de la ciudad. "Muros de piedra, muros de expectativas, muros de secretos y muros de soledad. En ti, veo a alguien que ha sabido sortear esos muros toda su vida, pero que también comprende lo que es estar encerrada por ellos."

Bruma inclinó la cabeza, reconociendo su historia en las palabras del gobernador.

"Te he traído aquí porque veo en ti una compañera de conversaciones que no puedo tener con nadie más. Alguien que no me mira a través del prisma de mi cargo, sino como un ser humano. Alguien que puede hablar con la verdad que solo se dice en la oscuridad de la noche, sin miedo a las consecuencias de la mañana."

El gobernador hizo una pausa, como si midiese el peso de cada palabra antes de liberarlas en el aire entre ellos.

"No deseo que seas mi consejera, ni mi criada," dijo finalmente. "Sino que anhelo que seas esa voz que me cuestione, que me desafíe, que me recuerde lo que es ser simplemente una persona, no un gobernador, no un ser como yo. A cambio, te ofrezco protección, conocimiento y, me atrevo a decir, amistad."

Bruma se levantó, cruzó la habitación y se detuvo ante la ventana junto al gobernador. Juntos, miraron hacia la ciudad que se extendía más allá de la fortaleza. La luz de la última vela del día reflejaba su silueta contra el vidrio, una sombra entre el atardecer y la noche.

"Y si acepto," preguntó Bruma, su voz no revelaba miedo ni duda, "¿qué se espera de mí?"

"Que seas tú misma, Bruma," respondió el gobernador, "Eso es todo lo que pido y todo lo que deseo."

En esa habitación, dos almas encontraron un terreno común, un espacio donde los muros que los definían podían desvanecerse, aunque solo fuera por un momento. Y mientras las estrellas emergían en el firmamento, dos personas le hacían compañía.

BrumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora