Capítulo 3: Proyección de una sombra

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Bajo el velo de una noche lluviosa, las empedradas calles de Solazar se vaciaban, entregando su laberinto de sombras a la soledad. Las gotas de lluvia, como pequeñas agujas de plata, tejían una cortina que distorsionaba las luces distantes y sumía el mundo en un susurro constante. Era una noche para refugiarse, para buscar calor y consuelo, pero Bruma caminaba con paso decidido, su figura encapuchada apenas visible entre los destellos fugaces de los relámpagos.

Las pocas luces que aún luchaban contra la oscuridad proyectaban sombras danzantes en las paredes, convirtiendo cada esquina en un potencial escondite para aquellos que preferían el anonimato. De repente, un relámpago fracturó el cielo, y en el instante de luz cegadora, una figura se materializó frente a ella. Alto, de una elegancia que desafiaba la sencillez de su traje negro empapado por la lluvia, se erigía un hombre cuya presencia parecía absorber la escasa luz alrededor, dejando una sensación de vacío a su paso.

"Bruma," su voz era un susurro, pero resonaba con la autoridad de quien está acostumbrado a ser obedecido, "o así te llaman aquellos que te conocen"

Ella se detuvo, tensa, su corazón acelerándose por un miedo instintivo, "¿Quién eres tú?" preguntó la joven, su voz temblorosa en un ambiente que se cargaba con electricidad.

"Un admirador de tus hazañas," respondió él, avanzando un paso hacia ella. La lluvia parecía evitarlo, desviándose en un arco imposible alrededor de su figura.

Bruma no se movió, aunque cada instinto le gritaba que la criatura frente a ella era un depredador por naturaleza. Sus ojos brillaban demasiado, intentaban descifrar el enigma de su interlocutor, consciente de que la verdad era tan esquiva como la forma en que la lluvia esquivaba su piel.

"Sabes como me llamo, por lo visto me conoces, entonces sabes que no necesito ni busco admiración," replicó Bruma, su desconfianza creciendo con cada latido de corazón.

El hombre sonrió, un destello de dientes que brilló con un atisbo de peligro. "Pero todos necesitamos sentirnos admirados" dijo, y con cada palabra, la temperatura parecía bajar un grado. La lluvia arreció, como si la naturaleza misma reaccionara a la tensión entre ellos.

"¿Qué es lo que quieres de mí?" preguntó intentando que sus palabras no parecieran inseguras.

"No estoy aquí para pedirte nada," dijo el hombre misterioso, con una sinceridad que parecía desafiar su naturaleza. "Estoy aquí para ofrecerte algo. Una oportunidad para dejar estas calles y el peligro constante que representan para alguien como tú."

Su propuesta flotaba entre ellos, casi tangible en el aire cargado de lluvia.

"Tu cara me suena," replicó Bruma, su voz revelaba su incredulidad. "¿Eres...eres el gobernador?".

Sonrió y miró hacia la oscura bóveda celeste, permitiendo que la lluvia lavara su rostro de mármol antes de volver su mirada hacia ella. "Tu acto de valentía salvó a mi mano derecha y eso es algo que no puedo ignorar. Estoy aquí para saldar esa deuda."

Bruma evaluó la figura imponente ante ella, intentando leer entre líneas lo que no se decía. La noche parecía esperar su decisión, y con ella, el curso de su destino estaba en juego. Pero había algo en él, algo que no podía precisar, que le hacía cuestionar la realidad de su oferta. A pesar de la bondad aparente en sus palabras, una sombra de temor se había enraizado en el pecho de la joven. Su apariencia era inquietante, con una palidez que no parecía natural y unos ojos cuya profundidad parecía absorber la escasa luz disponible.

A pesar de todo, Bruma había mantenido una chispa de esperanza, una tenaz determinación de que algún día las cosas cambiarían. Había momentos en los que se permitía soñar con una vida diferente, una vida donde la seguridad y el cariño no fueran tan solo fantasías efímeras.

Ahora, con la oferta del enigmático gobernador en sus manos, la posibilidad de un cambio real se cernía sobre ella. Pero ¿cómo confiar en la promesa de un futuro mejor cuando cada día vivido le había enseñado que la única verdad era la supervivencia? ¿Cómo dar el salto hacia lo desconocido cuando la caída podía ser más profunda y oscura que la vida que ya conocía?

El miedo y la esperanza bailaban una danza delicada en su pecho. La vida en las calles había sido cruel, pero era una crueldad conocida. La propuesta del gobernador era una puerta hacia lo desconocido, un abismo que prometía tanto la salvación como la perdición.

Los recuerdos de su hermana le recordaban que la vida era un regalo precioso, y la voz interna que había heredado de su hermana susurraba que quizás, solo quizás, era hora de arriesgarse a vivir y no solo sobrevivir. La decisión de Bruma estaba pendiente de un hilo tan delgado como la luz del amanecer que se colaba por las rendijas de su realidad desgastada.

A medida que el cielo comenzaba a teñirse de los primeros indicios del amanecer, el gobernador se volvió más inquieto. Sus ojos, que habían permanecido fijos en Bruma, ahora se desviaban hacia el horizonte con una urgencia que no podía disimular. Era como si la luz misma del día fuese veneno para su piel pálida y sus gestos refinados.

Bruma observaba esta transformación con cautela. Cada nervioso vistazo que él lanzaba hacia el cielo clareante era una confirmación más de lo que se le estaba pasando por la cabeza que las leyendas que contaban no eran simples cuentos para asustar a los niños. El gobernador era un ser de la noche y, por alguna razón que ella no podía entender, temía la llegada del día.

"Debemos terminar nuestra conversación," dijo con una voz que, aunque calmada, llevaba un matiz de urgencia.

Bruma, sintiendo el poder de la posición que la madrugada le otorgaba, frunció el ceño y cruzó los brazos sobre su pecho. "Tienes miedo del sol," declaró, más que preguntó, su desconfianza tejiéndose en cada palabra.

El gobernador le dedicó una sonrisa tenue, una sombra de su habitual compostura. "Digamos que tengo mis razones para preferir la noche," admitió. "Pero eso no cambia mi oferta. Estoy dispuesto a ayudarte, jovencita. No te pediré una decisión inmediata," dijo con una voz que mantenía la calma a pesar de la evidente prisa que le imponía el amanecer. "Es justo que tengas tiempo para considerar mi propuesta"

La joven, que había estado tensa, preparada para tomar una decisión que sentía precipitada, se encontró sorprendida por la paciencia del gobernador. Una parte de ella se había preparado para la lucha, para la necesidad de defenderse o de huir, pero en lugar de eso, se le otorgaba un respiro, para sopesar las consecuencias de su elección.

"¿Por qué me das este tiempo?" preguntó Bruma, su sospecha siempre presente.

"Porque una decisión tomada bajo presión es como un edificio construido sobre arena," respondió el gobernador, con un tono filosófico. "Quiero que estés segura de tu elección. Eso es lo que más me interesa."

La promesa de un nuevo encuentro y la posibilidad de reflexionar ofrecían a Bruma un lujo que rara vez podía permitirse: el tiempo para pensar. La vida misma le había enseñado a tomar decisiones rápidas, a reaccionar en un instante, pero ahora tenía tiempo suficiente para considerar sus opciones.

El hombre, se inclinó ligeramente, un gesto de cortesía que parecía fuera de lugar en la época en la que estaban. "Nos volveremos a ver joven Bruma," dijo, y se alejó con pasos que eran casi silenciosos, desapareciendo en el laberinto de callejones aún oscuros que la luz del amanecer no había tocado.

Bruma se quedó sola, con la frescura del amanecer acariciando su rostro y la ciudad despertando a su alrededor. El peso de la decisión que tendría que tomar se asentaba en sus hombros, pero también sentía algo que no había sentido en mucho tiempo: la posibilidad de elegir.

Miró hacia el horizonte, donde el sol ascendía con promesas de calor y claridad, y luego hacia las sombras de los edificios, donde la noche aún se aferraba al mundo. En ese momento, entre la luz y la oscuridad, Bruma se dio cuenta de que estaba en una encrucijada, no solo en la elección que tendría que hacer, sino también en su propia vida.

La ciudad continuaba su rítmica danza de vida y caos, indiferente a las decisiones de una muchacha que había vivido en su seno como un fantasma. Pero Bruma ya no se sentía invisible; por primera vez, tenía la sensación de que su elección podría cambiar el curso de su historia.

BrumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora