Capítulo 23: Y Entonces llegó el caos

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Tras los acontecimientos de los días pasados, todo volvió a la normalidad, el día a día en la fortaleza, las tareas diarias con sus paseos y sus encuentros. En una tarde inusualmente tranquila, con el sol todavía lanzando sus últimos resplandores dorados sobre el horizonte, la fortaleza, que comúnmente se cernía ominosa y silenciosa, se convirtió en el escenario de un caos repentino. Hombres armados, cuyas intenciones eran tan claras como las armas que empuñaban, irrumpieron en el perímetro con la violencia de una tormenta inesperada. Eran posibles terroristas, amenazando la paz del gobernador y de su propia morada por la pura sed de destrucción e ideología.

La guardia de la fortaleza, compuesta principalmente por agentes de elite leales durante las horas de luz diurna, reaccionaron con una eficiencia que hablaba de entrenamiento y preparación. Las balas zumbaban en el aire mientras los guardias se movían con precisión, utilizando la arquitectura defensiva de la fortaleza a su favor. La batalla resonaba a través de los pasillos de piedra, una danza mortal de estrategia y voluntad.

Bruma, ajena a la inminente amenaza, estaba sumergida en su arte, pintando en un lienzo en la tranquila soledad al lado de la cocina con unos auriculares en las orejas escuchando música. Su pincel danzaba con colores que capturaban la luz del atardecer que se filtraba por las ventanas altas, un contraste pacífico con la violencia que se desataba fuera de las paredes de piedra.

Fue entonces cuando el ayudante del gobernador, el hombre cuya vida Bruma había salvado en aquel ataque al tren, apareció repentinamente. Su respiración era agitada, el sudor perlando su frente. Sin perder tiempo en explicaciones, tomó a Bruma por el brazo con una urgencia que le heló la sangre.

"¡Tenemos que irnos ahora!" gritó por encima del estrépito que comenzaba a infiltrarse en los rincones más protegidos de la fortaleza.

Bruma dejó caer su pincel, la sorpresa y la confusión grabadas en su rostro. Sin embargo, la gravedad de la situación y la confianza que había depositado en él hicieron que no cuestionara su abrupta aparición. Juntos, se adentraron en los pasadizos subterráneos de la fortaleza, un laberinto de corredores que se extendía como las venas de un organismo viviente bajo la tierra.

El hombre conocía bien estos pasadizos; después de todo, era la mano derecha del gobernador y había sido instruido para situaciones de emergencia como esta. En la penumbra apenas iluminada por la luz que llevaba consigo, guiaba a Bruma con una mano firme, mientras la otra sostenía un arma preparada para defenderlos de cualquier peligro que pudiera surgir.

Arriba, la lucha se intensificaba. Los guardias estaban haciendo lo imposible por contener a los atacantes hasta que llegara la oscuridad, el momento en que los vampiros despertarían y la marea de la batalla podría cambiar. Pero hasta entonces, cada segundo era precioso y cada vida humana estaba en la balanza.

Los ecos de la batalla se desvanecían a medida que se adentraban más en los pasadizos. La joven sentía un miedo atroz que comenzó a envolverla como una segunda piel, un miedo visceral y primitivo, pero sabía que su salvador estaba arriesgando su propia vida para protegerla. Pero también sabía que su seguridad era temporal; la verdadera prueba vendría cuando cayera la noche y los señores de la fortaleza despertaran para enfrentar a quienes osaron perturbar la paz.

El aire en los pasadizos subterráneos estaba frío y húmedo, un marcado contraste con la calidez de los últimos rayos de sol que Bruma había estado capturando en su lienzo. Mientras se adentraba más en la oscuridad, guiada por el ayudante del gobernador, su corazón latía con una fuerza que parecía resonar contra las antiguas piedras que los rodeaban.

El fiel ayudante del gobernador, cuyo nombre Bruma recordaba como Jasper, mantenía un ritmo constante, su respiración controlada pero sus ojos vigilantes. "Estaremos bien", murmuró, más para sí mismo que para ella. Pero Bruma podía sentir la tensión en su agarre, sabiendo que ambos estaban pensando en los horrores que acechaban en la superficie.

Cada sonido en los pasadizos parecía amplificado, el eco de sus propios pasos, el lejano y sordo rugido de la batalla arriba, y ocasionalmente, el crujido indistinguible de algo más. ¿Era el edificio mismo que gemía bajo el peso del conflicto?.

La incertidumbre era agobiante. Bruma se sentía como una niña nuevamente, impotente y perdida, mal equipada para enfrentar los peligros que la vida le había lanzado. Recordaba las lecciones de Dragan y Edric sobre la valentía y la fuerza, pero en ese momento, esas lecciones parecían palabras vacías frente al miedo tangible que amenazaba con paralizarla.

El temor a perder su vida, a no volver a ver la luz del día, a no terminar su pintura, todo se agolpaba en su mente como una tormenta. Pero quizás lo que más la aterraba era la idea de que Jasper, el hombre que había arriesgado tanto para salvarla, pudiera caer víctima de esta incursión violenta. La posibilidad de la soledad y la vulnerabilidad sin su salvador la hacía sentir una desesperación que se aferraba a su pecho con garras heladas. Se permitió ser vulnerable, permitió que las lágrimas se mezclaran con la fría humedad del aire subterráneo.

El temblor de sus manos era casi imperceptible, pero Jasper lo notó. Su voz era un susurro firme en la opresiva oscuridad, "Tranquila, te mantendré a salvo."

Finalmente, una brisa fresca y el tenue aroma de la tierra húmeda anunciaron la proximidad de la salida. Con un último esfuerzo, Jasper empujó la pesada puerta de madera que se disimulaba entre las raíces y la maleza, y ambos emergieron al crepúsculo del ocaso.

Sin tiempo para apreciar el cambio de su entorno, juntos comenzaron a correr a través del bosque. Las ramas rasgaban su piel y los matorrales se aferraban a sus ropas como si la misma naturaleza intentara detener su fuga desesperada. El bosque se convertía en un laberinto de sombras y susurros, pero el miedo a lo que dejaban atrás era mayor que el temor a lo desconocido que yacía delante.

A medida que se adentraban en el corazón del bosque, los sonidos de la guerra se desvanecían, sustituidos por el latido de sus propios corazones y la respiración dificultosa. Finalmente, las fuerzas los abandonaron y cayeron al suelo, exhaustos y sin aliento.

Bruma colapsó, las lágrimas brotando silenciosa pero incontrolablemente, mientras sentía cómo el dolor de sus heridas se mezclaba con la angustia de su alma. Su cuerpo estaba rasgado por la huida apresurada, cada cardenal y corte era un testimonio de la distancia que habían recorrido. Jasper, igual de afectado pero impulsado por la necesidad de protegerla, la arrastró hasta un recoveco oculto por la maleza y la cubrió con hojas y ramas para camuflar su presencia.

El sol daba sus últimos destellos en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos púrpuras y naranjas, mientras la noche comenzaba a reinar. Jasper, con voz suave pero firme, se inclinó hacia la joven y le susurró palabras de consuelo. "Aguanta un poco más. El gobernador nos encontrará", murmuró, tratando de infundirle la esperanza que él mismo luchaba por mantener.

Mientras la oscuridad se asentaba sobre ellos, Bruma se acurrucó en el hueco, las palabras de Jasper siendo el único bálsamo contra el frío y el miedo. La promesa de un reencuentro con Edric, con la seguridad y el calor de un abrazo, era un faro distante en la tormenta de su desolación. Y en la espera silenciosa, ocultos bajo el manto verde del bosque y la velada protección de la noche, aguardaban.

BrumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora