Capítulo 9: La Quietud Inquieta

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La opresión del encierro no solo pesaba sobre su cuerpo, sino que también se enredaba en su mente, una maraña de espinas que aprisionaban su capacidad para soñar. Se sentía como una criatura del aire encadenada al suelo, un ser de infinitas posibilidades reducido a la existencia más básica y limitada. Su identidad se fragmentaba, partes de ella luchando por mantenerse aferradas a la esperanza, mientras otras se deslizaban hacia la resignación.

El silencio era un compañero constante, pero no ofrecía consuelo. Era un silencio lleno de palabras no dichas, de gritos contenidos que se negaban a ser liberados por miedo a que, una vez expresados, su realidad se volviera aún más insoportable.

La comida que le servían diariamente se convertía en cenizas en su boca. Nada tenía sabor cuando la libertad era el único condimento que deseaba. Los libros que una vez la habían transportado a mundos lejanos ahora yacían esparcidos, testigos mudos de su apatía creciente.

Y en medio de este torbellino de desesperanza, la ira se gestaba. Una ira no solo contra el vampiro y su control férreo, sino también contra sí misma por cada momento de debilidad, por cada lágrima que se permitía derramar. Se aferraba a esa ira como a un escudo, dejándola alimentar su determinación de no convertirse en una mera sombra en su propio cuento.

El alba traía consigo una nueva luz y con ella, una renovada resolución en el corazón. La quietud de la mañana era su aliada, el momento preciso donde el mundo aún yacía en un suspiro, y Edric, su carcelero inmortal, estaba ausente, oculto de los rayos del sol que eran veneno para su naturaleza vampírica.

Bruma sabía que el tiempo era su enemigo tanto como sus vigilantes. El personal de seguridad, aunque leales Al vampiro, no poseían su astucia ni su inmortalidad. Eran mortales, sujetos a distracciones y rutinas que Bruma había observado con meticuloso detalle durante su encierro.

El plan de fuga de Bruma era sencillo en concepto, pero arriesgado en ejecución. Consistía en dos elementos clave: distracción y determinación.

-Distracción: Bruma había notado que los jardines, aunque vallados, eran mantenidos por un pequeño equipo de jardineros a ciertas horas del día. Decidió que incitaría a los pavos reales que deambulaban con arrogancia por los jardines a causar un alboroto cerca del área donde los jardineros trabajaban. Estos animales, cuyo esplendor era parte del orgullo de la fortaleza, podrían distraer a los guardias por un momento crucial.

-Determinación: La voluntad de Bruma sería el motor de su escape. Sabía que no podía dudar ni un instante, que su espíritu debía ser tan inquebrantable como el muro que pretendía superar.

Bruma esperó hasta que el sol estuvo lo suficientemente alto, y los guardias se replegaron a la sombra, su atención flaqueando en el calor del mediodía. Entonces, con una precisión que solo la observación prolongada podía otorgar, soltó a los pavos reales hacia los jardineros.

Como esperaba, el caos se desató. Los jardineros trataban de proteger sus flores mientras los guardias se apresuraban a contener a las aves en un frenesí de plumas y gritos.

Con movimientos ágiles y silenciosos, se acercó al árbol que estaba más adyacente a la valla y comenzó a trepar. Cada rama era una promesa, cada hoja un susurro de esperanza. Ascendió con determinación y al alcanzar la altura deseada, se detuvo un instante, evaluando la distancia que la separaba de la libertad.

Bajo la luz del sol parpadeante, calculó el salto. Sus músculos se tensaron y, con una exhalación que parecía llevarse consigo el peso de su encierro, Bruma se lanzó al aire. El tiempo pareció detenerse mientras saltaba.

Sus manos encontraron la parte superior de la valla y, por un momento, el mundo se redujo a la fuerza de su agarre. Con agilidad felina, se deslizó por la estructura metálica, la gravedad guiando su descenso. El sonido metálico del deslizamiento fue breve, sofocado por el palpitar acelerado de su corazón.

Finalmente, con un último acto de fe, Bruma se soltó y cayó al suelo del otro lado. Sus pies tocaron la tierra con la suavidad de una hoja arrastrada por el viento. Un dolor leve recorrió sus tobillos, un recordatorio de que la libertad tiene su precio. Pero estaba fuera, libre al fin

Los guardias estaban demasiado ocupados para notar su ausencia inmediata. Su corazón latiendo como un tambor de guerra. No se permitió ni un segundo para saborear su libertad; sabía que la verdadera prueba era mantenerla.

Bruma corrió, sus pasos eran susurros contra la tierra. Se movía con un propósito singular: poner tanta distancia entre ella y su prisión como fuera posible antes de que su ausencia fuera descubierta.

Los guardias eventualmente notarían su falta y darían la alarma, pero para entonces, si todo iba según su plan, Bruma estaría lejos, perdida en la vastedad de mundo que le habían negado por un tiempo.

El cielo comenzaba a teñirse de tonos rojizos y naranjas mientras el sol se escondía tras los rascacielos de la ciudad. La belleza del atardecer no era suficiente para calmar el corazón agitado de Bruma, que latía al ritmo frenético de una ciudad que no descansa. Sabía que el manto de la noche traería consigo la oscuridad, y con ella, el temor.

Edric, su captor, era una criatura nocturna, y ella era muy consciente de que su huida no pasaría desapercibida una vez que el sol se pusiera y su perseguidor despertara a la vida.

Mientras caminaba, la inquietud de Bruma crecía. Los sonidos de la ciudad parecían más fuertes y el aire más frío. Cada sombra le parecía una amenaza, y cada callejón, una trampa posible. Aunque había logrado mantenerse oculta durante el día, sabía que la verdadera prueba llegaría con la caída de la noche.

El temor a ser encontrada le hizo recordar el momento de su escape. Ahora, en las calles de la ciudad que había alcanzado con horas de caminata, Bruma buscaba refugio. De repente, un susurro imperceptible le erizó la piel. ¿Era el viento jugando entre los callejones, o el suave roce de una capa contra el pavimento? Bruma contuvo el aliento, cerrando los ojos por un instante, intentando amplificar sus sentidos humanos para detectar cualquier indicio de su acechador.

Entró en un pequeño café que aún estaba iluminado, con la esperanza de que las luces y la gente la protegieran de alguna manera. El ambiente cálido y el murmullo de las conversaciones ofrecían un breve respiro a su ansiedad.

Se sentó en una mesa apartada, abrazando su nuevo abrigo, uno de los muchos obsequios de su guardián. Pidió un café, para quitar el frio que asentaba su alma y como excusa para permanecer allí, un pretexto para observar la puerta y las ventanas, vigilante de cualquier señal de que Edric estuviera cerca.

Miró su reloj y sintió cómo el pulso se le aceleraba. Cada minuto que pasaba era un minuto menos de luz. Pronto, la ciudad cambiaría de guardia, de los vivos a las criaturas de la noche. Aunque la gente a su alrededor seguía con sus vidas, indiferentes al cambio de turno, para Bruma cada segundo era un hilo más en la tela de su cautela.

En aquella cafetería, cuyo propietario estaba más interesado en cerrar la caja que en los asuntos de sus clientes. Sentada en un rincón, con la vista fija en la ventana, Bruma tomó una taza de café caliente entre sus manos, para sentir algo real y terrenal, algo que le recordara que aún estaba viva y libre, mientras la oscuridad se completaba y la vida de la ciudad se transformaba.

BrumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora